Desde 1968, por voluntad del beato Pablo VI, el primer día del año se celebra la Jornada de la Paz. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II trasladó al 1 de Enero la fiesta de Santa María Madre de Dios con la máxima categoría de solemnidad. La paz aparece así vinculada a María, que nos trajo al Príncipe de la paz, Jesucristo. La Iglesia no habla de una paz cualquiera, ni del fruto del ejercicio diplomático de los estados que luchan por instaurarla en todos los países. La paz que propone la Iglesia, y por la que ora, es aquella que los ángeles cantaron junto a la gloria de Dios en las alturas el día del nacimiento de Jesús. Nace en el cielo y llega a la tierra de la mano del Hijo de Dios, que viene a derribar el muro que separa a los hombres, a saber, el pecado. ¿Es esto una espiritualización de la paz? En absoluto. Hablar de paz es hablar de armonía entre Dios y los hombres y de estos entre sí. Armonía que ha sido rota por el pecado, origen de todo conflicto, guerra, división y muerte. Por el pecado entró la muerte en el mundo. La paz de Cristo restaura la armonía y nos hace a los hombres hermanos. Sin este sentido de la paz, ésta quedará sin fundamento y será imposible materializarla en tratados de paz duraderos y fecundos. No se espiritualiza la paz cuando se la fundamenta en el plan mismo de Dios que establece Cristo para la humanidad. Dice el evangelio que los pastores, cuando encontraron a María, a José y al niño, «contaron lo que les habían dicho de aquel niño». Detrás de esta afirmación de Lucas, hay un profundo mensaje sobre el regalo que trae Jesucristo. ¿Quiénes y de qué hablaron a los pastores de aquel niño? El evangelista se refiere a lo narrado anteriormente: la aparición de los ángeles a los pastores, comunicándoles la «buena nueva», el evangelio de la salvación sintetizado en estas palabras: «Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Y en torno a este anuncio gozoso, se entona por vez primera el «gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». Esto es lo que contaron los pastores. Aún hay más significado en el anuncio a los pastores. El hecho de que sean los pastores los primeros destinatarios del anuncio del nacimiento del Salvador y de la paz que trae a la tierra no es anecdótico, ni puede reducirse a un dato bucólico de la escena navideña. En tiempo de Jesús los pastores estaban considerados por ciertos sectores religiosos entre las categorías de personas que, por los oficios viles que realizaban, eran considerados «pecadores». Entre estos oficios estaba el de pastores, pues «se sospechaba que conducían los rebaños a campos ajenos y que sustraían de los productos del rebaño» (J. Jeremias). Al constatar Lucas que los pastores reciben el «evangelio» de la paz, rompe estos prejuicios religiosos y afirma que son precisamente los considerados «pecadores» por la espiritualidad farisea quienes reciben el mensaje gozoso de la paz que trae Jesucristo. Frente al desprecio que estas personas experimentaban por parte de quienes establecían las fronteras entre el pecado y la santidad, los ángeles anuncian el nacimiento de quien con la entrega de su vida viene a buscar a los pecadores. Se explica así que los pastores se admiraban de lo que habían oído de aquel niño. Es la admiración que produce el evangelio como buena nueva de la salvación, el estremecimiento espiritual de quienes se sienten amados por Dios que rompe las fronteras que establecen los hombres. San Lucas afirma que María conservaba todo esto meditándolo en su corazón. Hagamos como ella y también nosotros seremos instrumento de paz entre los hombres. ¡Que venga la paz en este año 2017! + César Franco Obispo de Segovia.