El cuarto domingo de cuaresma se denomina domingo laetare, palabra latina que significa «alégrate». La Iglesia, ante la cercanía de la Pascua, nos invita a la alegría, que es la nota distintiva del cristiano. En este domingo se lee la parábola del hijo pródigo, en la que su hermano mayor, al enterarse de que ha vuelto a casa y ha sido recibido por el padre con grandes festejos, se indigna y no quiere participar de la alegría del padre. Éste sale a buscarlo y, para convencerle de que debe tomar parte en el banquete que ha preparado, le dice: «Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado» (Lc 15,31). Para entender bien estas palabras hay que tener en cuenta que esta parábola, quintaesencia del evangelio, va dirigida contra los que se escandalizaban porque Jesús trataba con pecadores y publicanos. No entendían que un maestro de la ley se permitiera un trato amigable con quienes, según la ortodoxia judía, estaban al margen de la Ley. De hecho, a Jesús le calificaron sus oponentes de «comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11,19). El hijo mayor de la parábola representa a los escribas y fariseos que critican el comportamiento de Jesús y se atreven a juzgarlo. Es incapaz de alegrarse cuando su hermano retorna a casa y recupera la dignidad perdida. Es el prototipo del hombre que se considera justo porque nunca ha desobedecido una orden del padre. Aunque vive en la casa del padre, en realidad parece un inquilino. Reprocha incluso al padre que a él nunca le ha dado un cabrito para tener un banquete con sus amigos. La respuesta del padre a su reproche es una fina crítica a quienes no entienden el comportamiento de Jesús: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». La lección es clara: podemos vivir en la casa paterna y no ser hijos sino mercenarios que esperan la recompensa de sus trabajos. Vivir como hijos de Dios es entender que todo lo del padre nos pertenece, y, sobre todo, compartir sus entrañas de misericordia para alegrarnos cuando un hermano nuestro retorna a casa. Entonces participaremos en la alegría de la fiesta para celebrar el retorno del hijo pródigo. + César Franco Obispo de Segovia.