cesar

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Miércoles, 27 Enero 2016 10:09

Fiestas y solemnidades

Domingo, 24 Enero 2016 16:53

Iglesia en Segovia 2

Domingo, 24 Enero 2016 16:22

La liturgia en la Iglesia

 

eucaristiacaliz

Formación litúrgica


Un espacio que nos permitirá entender mejor

la Gran Liturgia de la Iglesia Católica

La Liturgia, por cuyo medio "se ejerce la obra de nuestra Redención divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos. Por eso, al edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la Liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor.                   

 

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La misericordia del Señor

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Sacramento del Matrimonio

         

  

 

 

Domingo, 24 Enero 2016 15:35

Descubriendo nuestras raíces diocesanas.

sanfrutoshistoria

 

                    


                           

                              Historia de la diócesis

  

 

 

Apuntes históricos


 Los primeros testimonios del cristianismo en Segovia son las antiquísimas iglesias que hubo en el valle del Eresma: Santiago, San Gil, San Blas, San Vicente, Santa Ana y San Marcos. En esta última que se conserva en pie, había hasta hace pocos años una lápida romana, hoy en el Museo Provincial. A pocos kilómetros quedan las ruinas de San Medel, que fue igualmente un asentamiento cristiano que irradió por la zona.

El origen de la diócesis de Segovia es desconocido. Venera como primer obispo a San Jeroteo, discípulo de San Pablo, y de él se reza en la diócesis, pero su episcopado no pasa de ser una mera conjetura. La primera documentación fehaciente de obispos segovianos data del siglo VI. El año 527, Montano, Arzobispo de Toledo, puso un Obispo en Segovia, desmembrándola de la diócesis Palencia. Por las Actas de los Concilios de Toledo conocemos los nombres de los sucesores: Pedro, Miniciano, Anserico, Deodato y Decenio, teniéndose la última noticia el año 695.

En la época visigoda existían ya parroquias en lo alto de la capital segoviana, como San Juan de los Caballeros o San Pedro de los Picos. Todas profesaban la herejía arriana, salvo las de la Santísima Trinidad y San Antón, que profesaban la ortodoxia romana y tenían sobre sus puertas el Crismón de Constantino.

Durante la invasión musulmana debió quedar vacante el episcopado, ya que no hay constancia de ningún obispo hasta Ilderedo que, en 940, hace una donación al obispo de León. Sin embargo es posible que se sucedieran los obispos y estuvieran ausentes de la diócesis en tierras de cristianos.

En los primeros días de la invasión musulmana, se sitúa la vida de los tres santos hermanos: Frutos, Engracia y Valentín. Mártires los dos últimos. Confesor el primero. En su honor se levantó un templo en 1100, que aún se conserva.

Se cree que los mozárabes-segovianos conservaron el culto como los de otras regiones. A esta época y gobernando Gonzalo Téliz, hermano del conde Fernán González, parece que se debe la edificación primera de las Iglesias de San MillánSanta ColumbaSan Mamés y San Juan. También en la provincia se conservan restos de influencia mozárabe, como la pila bautismal de Santa María de Riaza, la Cueva de los Siete Altares, cerca de Sepúlveda, y la iglesia de Santa María del Barrio de Navares de las Cuevas. En 1071, el rey moro de Toledo, Almamún, entró en Sego via y destruyó las iglesias, parte de las murallas y 36 arcos del Acueducto, sin que se pueda fijar cuáles fueron aquellas iglesias.  Parece que son anteriores al siglo XI la planta del primer templo de San Martín, la torre de la iglesia de San Millán, y la portada de los pies de la nave de San Lorenzo y una iglesia de la que quedan vestigios dentro del actual templo de El Salvador.

Reconquistada Segovia por Alfonso VI (1079) y repoblada por el conde don Raimundo de Borgoña, empezó también la restauración de la vida religiosa y la reconstrucción de sus templos. Era la época del influjo de la Orden de Cluny, favorecido y alentado por papas y reyes. El 25 de enero de 1110 fue consagrado el Obispo Don Pedro Agen, monje Benedictino francés, y en 1123 el Papa Calixto II le confirmó en el cargo y señaló los límites que había de tener la diócesis. Al prelado le esperaba un enorme trabajo, pues se partía de nada y con un pueblo sumido en el analfabetismo y en la pobreza. Una de las primeras actuaciones del nuevo prelado fue dar comienzo a la construcción de la catedral vieja de Santa María junto al Alcázar y en sus proximidades fue surgiendo el barrio de los canónigos, llamado la Claustra.  A esta época hay que atribuir la restauración o construcción de muchos de los templos románicos de la ciudad y de la diócesis. Hay memoria de San MartínSan Miguel, San Andrés, San Esteban y San Quirce.

Al concluir el siglo XII, el balance es altamente positivo: restauración de la diócesis y construcción o reparación de numerosas iglesias en la ciudad, además de la catedral, y en la diócesis, como Sepúlveda, San Frutos, Cuéllar, Fuentidueña, Coca, Ayllón, etc. El 16 de julio de 1228, se consagra la catedral por el legado pontificio, Juan, cardenal de Santa Sabina. Pocos años antes, en 1212, había pisado tierra segoviana Santo Domingo de Guzmán. Recuerdo suyo es la Santa Cueva donde el santo hacía penitencia, visitada en 1574 por Santa Teresa de Jesús que tuvo allí una notable revelación.

El XV es el siglo de Oro de Segovia.  Durante largas temporadas es asiento de la Corte y esto marca a la ciudad en todos los órdenes.  Se levantan los monasterios de El Parral (1447) y de San Antonio el Real. Se emprenden las obras del de Santa Cruz (1491).  En esta época (1410) se fija el suceso de la iglesia del Corpus y se establece la "catorcena".  Predica San  Vicente Ferrer (3-V-1411) y se levanta en recuerdo la ermita del Cristo. 

Tiene lugar el pontificado turbulento del obispo don Juan Arias Dávila, espíritu prócer de reflejos renacentistas, que termina su vida en Roma, en apelación al R. Pontífice para defenderse de los cargos que se le hacían. Se termina la catedral vieja y se remata su bello claustro (1470).  En la iglesia nueva de San Miguel es coronada reina de Castilla, Isabel la Católica (1474).  El primer inquisidor general de España, Fr. Tomás de Torquemada, era al momento de su nombramiento (1480) prior de Santa Cruz.

La guerra de las Comunidades arruinó casi totalmente la catedral, por haberse atrincherado en ella los comuneros para luchar contra las tropas imperiales que se hallaban en el Alcázar. En 1525, se ponía la primera piedra de la nueva catedral, por el obispo don Diego de Ribera, y el 15 de agosto de 1558, se trasladaba el Santísimo a la catedral aún sin terminar. Son los días del Concilio de Trento en el que intervienen brillantemente varios segovianos ilustres (Soto, Vega, Fuentidueña, Vellosillo, Orantes, Cardi llo de Villalpando, etc.). Santa Teresa fundaba en 1574 y San Juan de la Cruz en 1586.

Terminaba el siglo con la terrible peste del 1598, que asoló la ciudad y arruinó su industria.  Hubo 12.000 muertos y muchos otros emigraron.  La iglesia en su obispo, clero y religiosos, dio un maravilloso ejemplo de abnegación y caridad cristiana. Los siglos XVII y XVIII son de franca decadencia para Segovia. De 6.000 vecinos desciende a 4.000 en el siglo XVII y al finalizar el XVIII no contaba más que con 14.000 habitantes, incluyendo los de los arrabales. La inauguración del santuario de la Fuencisla en 1613 significó un momento de alivio en la vida de Segovia. Empezaron por entonces las subidas de la Virgen a la catedral con ocasión de acontecimientos adversos, como pestes, guerras, siendo un motivo de conmoción religiosa de la ciudad. A mediados del siglo XVIII, tenía la ciudad 23 parroquias, 14 conventos de frailes, 10 de monjas, 5 hospitales.  Las guerras carlistas y la alternancia en el gobierno de la nación entre liberales y conservadores, sumieron a Segovia en el caos político y religioso del resto de España, siendo pocas las noticias dentro del campo religioso que merezcan ser consig nadas.  En 1825, se celebraban fiestas por la beatificación de San Alonso Rodríguez a algunas de las cuales asistió el rey, que se hallaba por aquel entonces (mes de julio) en San Ildefonso.  El 1835, puede señalarse como el año del cierre de los conven tos de agustinos, trinitarios, mercedarios, franciscanos, carmelitas calzados, mínimos, jesuitas y de San Juan de Dios. Ya medio siglo antes los jesuitas habían tenido que abandonar la ciudad. Años más tarde, caían bajo la piqueta demoledora las viejas iglesias románicas de San Facundo, San Román, San Pablo y las ermitas de San Lázaro, San Mamés y San Matías.

El 24 de septiembre de 1916 tiene lugar en la catedral la coronación de la Virgen de la Fuencisla, patrona de la ciudad y de la diócesis.

Sínodos y Concilios


No faltaron desde los comienzos de la diócesis de Segovia los Sínodos y Concilios que intentaran revitalizar la vida de la comunidad cristiana. El 13 de marzo de 1166, domingo primero de cuaresma, se abrió en Segovia el Concilio Provincial que la provincia eclesiástica de Toledo de dispuso a celebrar con asistencia de los obispos sufragáneos. En él se trató de arreglar las diferencia existentes entre Palencia y Segovia por asuntos de límites.

Los Sínodos tuvieron lugar tanto en la capital de la diócesis como en sus poblaciones más importantes. Destacamos los celebrados en la villa de Cuéllar (8-III-1305), de donde era oriundo el obispo D. Pedro, en la iglesia de Santa María, y en Turégano, villa de la jurisdicción episcopal (3-V-1440), en la iglesia de San Miguel, sita en el castillo de la villa.

En el siglo XV destacó la figura del obispo D. Juan Arias Dávila. Tres son los Sínodos de que hay memoria durante su pontificado celebrados, según orden cronológico, en Aguilafuente, Segovia y Turégano. Los decretos del Sínodo de Aguilafuente (1 a 10-VI-1472) fueron impresos por Juan Parix en Segovia, constituyendo el Sinodal de Aguilafuente, primer libro impreso en España.

El último Sínodo fue el celebrado bajo el gobierno de D. Julián Miranda y Bistuer (12 a 14-IX-1911) para la aplicación en Segovia de lo decretado en el concilio provincial de Valladolid para toda la provincia eclesiástica: reforma de costumbres, esplendor del culto, promoción de la frecuencia de sacramentos y nueva demarcación de arciprestazgos. En 1985, durante el pontificado de D. Antonio Palenzuela, se celebró una Asamblea diocesana de renovación cristiana en la línea del Vaticano II.

 

Monumentos y Santuarios

La vivencia cristiana de los segovianos a lo largo de los siglos se ha plasmado de modo especial en la expresión artística. Prueba de ello son las numerosas iglesias románicas y otras de estilo gótico que pueblan la geografía segoviana.

De entre las iglesias románicas destacamos, en Segovia capital, San Martín (s.XIII) con grandioso pórtico; San Juan de los Caballeros (s.XIII), levantada sobre otra iglesia de tipo asturiano del siglo IX; San Millán (s.XII), de planta rectangular y cuatro ábsides; la Vera Cruz (s.XII), de planta octogonal a imitación del Temple de París; San Esteban (s.XIII), con airosa y esbelta torre; San Lorenzo, con su bello campanario perteneciente al románico de ladrillo. En los pueblos de la provincia podemos admirar la ermita de Nuestra Señora del Barrio(s.XI) en Navares de las Cuevas; Nuestra Señora de la Peña (s.XII) en Sepúlveda; San Frutos (s.XII), que fue priorato dependiente de Silos; Santa María de Duratón (s.XII); San Miguel (s.XII), en Sacramenia; iglesia del s.XIII en Turégano; San Miguel, San Esteban, San Andrés y Santo Tomé en Cuéllar, todas ellas pertenecientes al románico de ladrillo; Santa María de Riaza; Tolocirio; San Baudilio de Samboal.

Pertenecientes al estilo gótico son entre otras: Santa Cruz (s.XV), levantada en recuerdo de las penitencias que allí hiciera santo Domingo de Guzmán; San Antonio el Real (s.XV); el Parral (s.XV); todas ellas en Segovia. En la provincia podemos admirar las iglesias de Carbonero el Mayor (s.XVI); Coca; Martín Muñoz de las Posadas; Santa María de Nieva (s.XV); Villacastín (s.XVI); El Espinar (s.XVI). A estas hemos de añadir la iglesia del Seminario, en Segovia, de estilo típicamente jesuítico a imitación del Gesú de Roma, y la hermosa Colegiata de San Ildefonso, del estilo de la época, mandada construir por Felipe V.

Los santuarios son algo entrañable en el sentir religioso de nuestro pueblo segoviano. De entre los más notables podemos destacar: La Fuencisla, en Segovia; El Henar, en Cuellar; Hornuez, en Moral de Hornuez; Hontanares, en Riaza; y San Frutos, en el Duratón.

Viernes, 22 Enero 2016 22:14

Casa sacerdotal

Director: D. Miguel Angel Barbado

Subdirector: D. Rafael de Arcos Extremera

Capellán: D. Ángel Martín de Andrés


SEDE: Conde Gazzola, 2

40001 SEGOVIA

Tlf: 921 46 26 99 / 921 46 26 92

Miércoles, 20 Enero 2016 12:37

Delegación de apostolado seglar

 

 

 


 

DELEGADO: D.ISAAC BENITO MELERO

 

Comisión permanente de la Delegación Diocesana de Apostolado Seglar:

Ángel Anaya Luengo (Camino Neocatecumenal), Antonio Crespo (Cursillos de Cristiandad), Mª Nieves Rodríguez (H. D. Ntra. Sra. de Lourdes), Beatriz Esteban (Milicia de Sta. María), Sor Efi (Conferencia S. Vicente de Paúl), Mª. Carmen Álvaro Maderuelo (H. D. Ntra. Sra. de Lourdes), Conchi López Rodríguez (M. Apostólico Schoenstatt), Julia Morillas Martínez (Vida Ascendente), Javier Gil Quintana, Isaac Benito Melero (Delegado Diocesano de Apostolado Seglar) y José A. García Prieto (Secretario).

 

A lo largo del curso se convocan reuniones a nivel diocesano para la programación, realización de actividades y evaluación del trabajo realizado a lo largo del curso.

Además, en unas fechas determinadas se organizan unas Jornadas de Apostolado Seglar.

 

DELEGACIÓN  DE APOSTOLADO SEGLAR DE SEGOVIA
Obispado de Segovia
C/. Seminario, nº 4
40001 SEGOVIA
Tfno. 921 46 09 63
E-mail:  Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla. 
http://delegacionapostoladoseglarsg.blogspot.com.es/ 
       

 

 

 

Sábado, 30 Abril 2016 10:01

Detrás de cada X hay una historia

Detrás de cada X hay una historia

 

            Llega el tiempo de la declaración de la renta y somos muchos los que marcamos la casilla para que una parte de nuestros impuestos vayan a la Iglesia. Sabemos que nuestro dinero servirá para que la Iglesia pueda desarrollar su misión evangelizadora que abarca multitud de campos: sostenimiento de los sacerdotes, seminarios, escuelas y centros de formación, templos y lugares de culto, actividades sociales y caritativas. No hay dificultad, incluso, en marcar también la casilla de fines sociales porque la Iglesia realiza una labor importante en el campo social. Al poner la cruz en estas casillas manifestamos al Estado nuestro deseo de contribuir con las necesidades de la Iglesia. Hacienda actúa como un cauce que canaliza nuestra aportación. Debe evitarse la confusión, muy generalizada, de que el Estado paga a la Iglesia mediante una partida en sus presupuestos anuales. No es así. Son los ciudadanos, creyentes o no, quienes aportan generosamente la parte de sus impuestos a la Iglesia Católica. Por eso, quiero manifestar mi gratitud a quienes depositan su confianza en la Iglesia y, con su confianza, su limosna. ¡Gracias a todos! ¡Dios recompensará vuestra generosa ayuda! Animo también a quienes desconocen lo que hace la Iglesia a informarse de los fines a que destina la ayuda económica, y contribuyan, si lo ven oportuno, marcando la cruz en su declaración.

El lema de este año para la campaña de la asignación tributaria es porque detrás de cada x hay una historia.  Una historia de quien da y una historia de quien recibe. Aunque permanezcan en el anonimato, quienes ayudan a la Iglesia tienen su historia de compromiso con la Iglesia, que sólo Dios conoce. Su decisión de ayudar a la Iglesia en sus necesidades nace sin duda de la gratitud por lo que la Iglesia hace a favor de los demás, y de la convicción de que quien siembra generosamente, generosamente cosechará. Es la historia de mucha gente que desea compartir los proyectos de la Iglesia y pone su granito de arena, el óbolo de su comunión.

            Detrás de cada x hay también una historia que se hace posible gracias a la ayuda de los demás. Es la historia del sacerdote que recibe sustento para su misión; del seminarista que recibe una beca de estudios; del colegio parroquial o diocesano, que no puede subsistir sin la ayuda que recibe; de cada proyecto caritativo o social que hace posible la solución de tantas necesidades que conocemos a través de las campañas eclesiales. Son historias que dependen de la generosidad de todos nosotros. La generosidad que contribuye a que la comunión espiritual y material crezca y se materialice en obras concretas.

            La Iglesia despliega su misión en el mundo por medio de la liturgia, de la evangelización y de la caridad. Por diferentes medios y cauces, desde sus orígenes, ha recibido la ayuda de creyentes y de hombres y mujeres de buena voluntad que le han ofrecido su limosna. Es la expresión del amor gratuito, de la cooperación en el bien común, de la confianza que suscita su misión en el mundo. Jesús instituyó entre sus apóstoles una comunión, no sólo espiritual sino material, que se concretó en una bolsa de dinero para los pobres. San Pablo organizaba colectas para los pobres de Jerusalén. y justificaba esta iniciativa en la caridad de Cristo que vino a enriquecernos con su pobreza. Esta caridad no ha dejado de existir en la Iglesia. Gracias a ella, la Iglesia se ha convertido en una comunión de bienes espirituales y materiales que permite, en un mundo que aspira a la solidaridad, a la fraternidad y a la compasión con los más necesitados, llevar a cabo tantas historias que se hacen posibles cuando marcamos la casilla de nuestra aportación a la Iglesia.

+ César Franco Martínez

Obispo de Segovia

Martes, 22 Marzo 2016 08:08

Ungidos como el Señor

Ungidos como el Señor

Homilía para la misa crismal

Segovia, 21 de Marzo de 2016

            Nos reunimos hoy con inmenso gozo como Iglesia diocesana para celebrar solemnemente la salvación de Cristo que en estos días se hace aún más patente ante nuestros ojos. Esta misa, llamada crismal, hace presente a Cristo como el Ungido de Dios. Su nombre, Cristo, nos remite a la unción del Espíritu que recibió en su naturaleza humana para poder trasmitir a los hombres la vida del Espíritu, la salvación y la inmortalidad. Nos llamamos cristianos porque Jesús, el Señor, nos ha dado parte en su misión de ungido, y ha querido que el Crisma del Espíritu descienda desde él, que es la Cabeza, a todos los miembros para que se manifieste a todo el mundo que somos su Cuerpo y poseemos su misma vitalidad salvífica. La Iglesia aparece hoy como un pueblo sacerdotal, es decir, consagrado a Dios, para llevar adelante la infinita misericordia de Dios, manifestada en Cristo. La unidad del presbiterio, y de los fieles cristianos con el obispo, manifiesta por sí misma el «signo» de la alianza de Dios con su Pueblo. A través de este pueblo, la humanidad será ungida por el Espíritu que es Amor. Alegrémonos y digamos con el salmo 133: «Ved que dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba de Aarón hasta la franja de su ornamento» (1-2). Vivamos esta unidad, hermanos, reflejo de la comunión trinitaria para que, a ejemplo nuestro, los hombres se sientan llamados a unirse a nosotros y a vivir como familia de Dios.

            En el centro de esta significativa liturgia se encuentra el aceite, fruto del olivo, criatura de Dios que se convertirá  por la acción de Cristo en cauce de salud, fortaleza, energía, medicina, belleza y suavidad. El aceite cura las heridas, restablece la belleza del cuerpo, alivia la rigidez de nuestros miembros, y es antídoto contra los agentes externos que deterioran nuestra frágil naturaleza formada del barro de la tierra. Por la acción del Espíritu, este aceite, criatura de Dios, se convierte en instrumento del Espíritu para fortalecer y aliviar a los enfermos, sanarlos en el cuerpo y en el espíritu; es fuerza para los catecúmenos en sus luchas contra el mal; penetra por los poros del cuerpo y del alma de los cristianos para asimilarlos a Cristo; y unge a los sacerdotes y obispos con la misma capacidad de Cristo para actuar en su nombre y propagar por todo el mundo «la fragancia de Cristo» (2Cor 2,15). Esta virtualidad sagrada del aceite nos remite al misterio de la Encarnación del Verbo, gracias a la cual todo lo creado recibe una nueva potencia y significación. El Ungido de Dios se convierte él mismo en Unción para nosotros, porque en él reside el Espíritu vivificador.

            ¿Qué significa esto, hermanos? El profeta Isaías nos ha descrito la misión de Cristo en la distancia de los siglos. Sus imágenes no pueden ser más expresivas: Los que sufren, los corazones desgarrados, los cautivos y prisioneros, los afligidos, los abatidos, los que se visten de luto y ceniza son llamados a la esperanza de una trasformación radical operada por Cristo y por su Pueblo, porque el Espíritu de Dios esta sobré Él y sobre nosotros, ungidos de Dios. ¡Qué hermosa y comprometida vocación, y qué irrenunciable misión! Cualquier dolor humano, cualquier esclavitud y atropello del hombre, cualquier tortura física o espiritual, cualquier abuso y arbitrariedad contra la dignidad de la persona humana serán superados y vencidos por la unción de Cristo y de los cristianos. Contemplemos el horizonte de nuestra misión y quedaremos sobrecogidos al experimentar que nos falta tiempo para llevarla a cabo. ¡Tanto es el sufrimiento que nos reclama bajar de nuestra cabalgadura y asistir al que yace al borde del camino! Miremos a Cristo, Buen samaritano, que carga sobre sí a la humanidad doliente para ungirla con su aceite regenerador e introducirlo en la posada donde sí hay sitio para todos, la Iglesia madre. El hombre no puede ser un desecho de la sociedad ni quedar convertido en objeto de mercado, que se intercambia por dinero o por papeles legales. El hombre tiene la dignidad que Cristo le otorga al asumir nuestra condición humana. Dios ha cambiado «su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos» (Is 61,9).

Pero no nos engañemos, hermanos: El origen del drama del hombre no se encuentra, como sabemos por la revelación, en circunstancias sociales, políticas, culturales o religiosas, que necesitan ser cambiadas. Se halla en el pecado. En la lectura del Apocalipsis se dice de Cristo «que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre». La unción de Cristo, el óleo y el crisma que pone en nuestras manos sacerdotales, representan la gracia que vence el pecado. Somos ministros de nuestro Dios para establecer el Año de gracia del Señor mediante los sacramentos que sanan al hombre de la herida profunda del pecado. La misión de Cristo trasciende las capacidades que el hombre tiene para vencer el mal. Por eso, él ha tenido que pasar por el camino de la cruz, perfeccionado mediante sufrimientos (cf. Heb 2,10), para poder ungirnos con el Espíritu vivificador. Ha tenido que ser traspasado en su propia carne para que de ella manaran los torrentes del Espíritu y de la gracia. La gracia del cristianismo no es una gracia barata, sino cara, como decía Bonhöffer, porque le ha costado a Cristo la vida. Hemos sido comprados y rescatados por la sangre de Cristo.

            La unción que hemos recibido para que el hombre sea recreado, hecho nueva criatura, y pueda vivir en la libertad, la fiesta y el cántico, conlleva que cada uno de nosotros, cristianos y sacerdotes, pasemos por la Pascua de Cristo. El Espíritu que nos ha ungido, nos ha capacitado para poder entregarnos a la misión de Cristo poniendo nuestra vida a su disposición. Eso significa la renovación de las promesas sacerdotales que nos disponemos a hacer. Con ella queremos confesar que retornamos al origen de nuestra unción y misión en la Iglesia; significa que ahuyentamos de nosotros la mundanidad espiritual y recuperamos el amor primero, ilusionado, fresco y decidido del primer sí; que decimos a Cristo que le amamos a pesar de nuestros pecados, y que no miramos atrás sino adelante cuando hemos puesto la mano en el arado de la cruz, que abre las entrañas de este mundo a la compasión y a la misericordia que se prodigan gracias a nuestro ministerio. Prometemos que dedicaremos nuestras energías a la predicación de la palabra, al ejercicio gozoso de los sacramentos, de los que no somos dueños sino servidores, como nos ha recordado el Papa Francisco, a la reconciliación de los pecados, a la visita consoladora de ancianos, pobres y moribundos, al acompañamiento de niños, adolescentes y jóvenes y a vivir con nuestro pueblo en la entrega diaria de nuestras vidas, ungidas por el amor. Al recoger los óleos y volver a nuestras comunidades no cumplimos con un simple protocolo ritual. Expresamos que somos portadores de la gracia, mensajeros de la paz, audaces testigos de la misericordia, que se desentrañan como Cristo para que otros vivan. «Somos, en definitiva, fragancia de Cristo».

            Vosotros, fieles laicos, ungidos del Señor, partícipes de su misma misión en medio del mundo, no sois meros espectadores de nuestro compromiso sacerdotal. Vuestra vida, afecto y oración sostiene a los ministros de la Iglesia, que viven dedicados a vosotros para que la unción que habéis recibido no disminuya, ni se entibie, sino crezca y madure en frutos de santidad. Vivimos en una mutua donación: somos para vosotros, y vosotros os debéis a nosotros en el amor porque os hemos engendrado en el Señor. Así, como único pueblo sacerdotal, compartimos la misión de Cristo sin rivalidades ni discordias, como miembros de un único Cuerpo.

            Vuestra vocación bautismal necesita del ministerio ordenado para que seáis fermento en la masa, luz en el mundo y sal en las realidades temporales, a las que os debéis de modo prioritario. La unción que habéis recibido en el bautismo y en la confirmación os capacita para trasformar este mundo según el designio de Dios. ¡Creedlo de verdad! Cada uno de vosotros puede decir como Cristo: «el Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido». Sois miembros santos de Cristo, llamados a santificar los ambientes, el trabajo, la convivencia social, el difícil mundo de la política, la cultura y la economía. No huyáis de las dificultades que conlleva la misión, no os recluyáis en las acciones intraeclesiales, donde sin duda es necesaria vuestra presencia, pero no la agota. El mundo, en cuanto ámbito propio de vuestro compromiso cristiano, espera vuestra presencia, necesita el testimonio de vuestra fe, esperanza y caridad, porque el mundo, hermanos, ha sido creado, como decían los Padres, para ser Iglesia, casa de la salvación y de la misericordia.

            Oremos, pues, unos por otros. Gocemos con esta comunión que Cristo realiza en su Iglesia y dejemos que penetre hasta lo más íntimo de nuestro ser la unción del Espíritu para que Cristo sea todo en todos y la humanidad entera mire al que atravesaron y reconozca en él la fuente de la salvación. Que María, Vaso sagrado en que la divinidad y la humanidad se abrazaron, nos conceda vivir siempre en la alegría de su cántico al Misericordioso. Amén.

 

Misa Crismal