Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

La solemnidad de Todos los Santos apunta al origen y meta del cristiano y le advierte de que la vida es peregrinación. La santidad de Dios está en el origen de todo. Dios es santo. Así se reveló al pueblo de Israel. De esta verdad se deriva que el hombre, creado a su imagen, está llamado a la santidad. «Sed santos porque yo soy santo» (Lv 11,45). Jesús toma esta «ley de santidad» del pueblo judío y la reformula de esta manera: «Sed perfectos porque vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Es un cambio ligero pero significativo: nos acerca, en primer lugar, la imagen de Dios, llamándolo Padre, e interpreta la santidad en clave de perfección para hacernos entender que podemos llegar a alcanzarla, porque todo en el hombre tiende a la perfección de su ser, a la plenitud de sus capacidades si orienta bien su libertad.

Desde esta perspectiva, entendemos que san Pablo, dirigiéndose a los cristianos de sus comunidades, los llame «santos». Si lo consideramos bien, es una justa definición del cristiano, que ha sido santificado en el bautismo por su incorporación a Cristo. Es verdad que esta santidad ontológica del bautismo tiene que hacer efectiva en la santidad moral de cada día: en esto consiste el ejercicio de la vida cristiana. Aspirar a ser lo que ya somos por el bautismo.

Quienes han llegado a la patria del cielo, los santos —canonizados o no— han alcanzado la meta y en ellos brilla de modo definitivo la belleza de la santidad de Dios. El 1 de noviembre celebramos en una sola fiesta la multitud de quienes han imitado al Padre celestial y, durante su vida en la tierra, han reflejado en su comportamiento la forma de ser de Dios. Así exhorta san Pedro a sus cristianos: «Lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta» (1 Pe 1,15). Al contemplar ya en la gloria a quienes nos han precedido en la fe, nos miramos a nosotros mismos para recordar nuestra condición de «santos» en la tierra que caminan hacia su destino final. Hoy la palabra «santidad» suena extraña, alejada de nuestros intereses. Hablemos de integridad, rectitud, justicia, y seguramente nos resultará más familiar. Todo esto encierra el término hebreo (qadosh) con que la Biblia define la santidad, y lo que Jesús entiende por «perfección» cuando nos invita a ella. Es la llamada que Dios nos ha dirigido al crearnos según su propia imagen. Entender la vida así es la aspiración de nuestra naturaleza, que no podemos frustrar bajando el listón.

Los fieles difuntos, a quienes recordamos el 2 de noviembre, están ya salvados, aunque esperan el momento definitivo de ver a Dios cara a cara en el estado que la Iglesia llama «purificación». Son la iglesia purgante. Los conmemoramos con piedad y oramos por ellos con la clara certeza de que entre todos los miembros de la iglesia existe el vínculo indestructible de la caridad. La conmemoración de los fieles difuntos nos recuerda, a los que aún peregrinamos en este mundo, que existe otro, el definitivo, al que debemos llegar con la vestidura blanca del bautismo, limpios de toda mancha, para contemplar el rostro del Dios vivo, el solo Santo entre todos los santos. La santidad es, por tanto, participación de la vida de Dios. Él ha impreso en nosotros nuestra dignidad y destino. Nos ha entregado a su Hijo para que veamos en él lo que espera y quiere de nosotros. Nos ha dado todos los medios necesarios para llegar a la meta. Y, mientras caminamos, nos permite vivir en una purificación constante mediante los sacramentos, la oración y la práctica de las virtudes. No carecemos de nada para ser santos. Contamos, además, con una muchedumbre de intercesores que, desde la meta, nos aseguran que es posible alcanzarla.

+ César Franco

Obispo de Segovia.


El papa Francisco inauguraba el domingo pasado el sínodo que culminará en 2023. Hoy todas las diócesis del mundo iniciamos el proceso sinodal en la eucaristía dominical, precedida por la oración y reflexión de ayer, acogiendo el deseo del Papa al convocar este sínodo sobre el tema: «Por una iglesia sinodal: comunión, participación, misión». Os animo a que acojáis la invitación, que recibiréis de vuestros párrocos, sacerdotes o responsables de realidades eclesiales, para hacer visible que la iglesia es un pueblo que peregrina unido hacia la casa del Padre anunciando a todos los hombres la salvación de Cristo.

            Con el autor de la carta a los Hebreos, también yo os invito a manteneros firmes en la confesión de la fe verdadera y a acercaros a Cristo para recibir el auxilio oportuno. La iglesia, cuando camina unida, confiesa sin error la fe verdadera y la proclama con audacia en cada momento histórico. El nuestro no es un momento fácil, vivimos un cambio de época, que arranca de atrás con la secularización de la sociedad y el rechazo expreso de Dios. Hace unos días, un escritor de prestigio repetía lo que dijo uno de los impulsores del ateísmo contemporáneo: «El cristianismo está muerto, y bien muerto está». Es posible que, al decir esto, confundiera sus deseos con la realidad. Esta muestra todo lo contrario. Existe el pueblo cristiano que, aunque desaparezca de un lugar, renace en otro; existen los mártires que son semillas de cristianos; existen comunidades exultantes de vida en los lugares más insospechados del planeta. La razón es siempre la misma: Cristo vive y su presencia se hace palpable y visible en la comunión de la iglesia. Cuando se escribe la carta a los Hebreos, los cristianos eran considerados una secta del judaísmo, que ponía en peligro la ortodoxia de la ley. Los seguidores de Cristo eran perseguidos y encarcelaos, expropiados de sus bienes. Algunos apostataron de su fe, otros salieron fortalecidos de la prueba.

            ¿Cuál es el secreto de esta pervivencia de la Iglesia en medio de una sociedad adversa? Nos lo ha dicho el texto de Hebreos: Mantener la confesión de la fe porque tenemos un sacerdote grande, que ha vencido el pecado y la muerte, Jesús, el Hijo de Dios, sentado junto al Padre en el cielo. El sínodo pretende fortalecernos en la fe y hacer de la iglesia un pueblo confesante, capaz de llevar la salvación a los hombres, nuestros hermanos. Para hacer esto, no basta confesar el credo en nuestras asambleas, sino participar en la misión de la iglesia, ser todos actores convencidos de la salvación de Cristo. La fe se confiesa en el templo de manera solemne cada domingo, pero se confiesa en la calle, en la vida ordinaria, mediante el testimonio de una vida conformada a Cristo. En esto consiste evangelizar.

            Aprendamos la lección del evangelio de hoy. Los apóstoles seguían a Jesús, pero sus intereses no eran los suyos. Buscaban, como afirman expresamente Santiago y Juan, ocupar los primeros puestos en el reino que anunciaba Cristo. Y los demás apóstoles se indignaron con esta pretensión, que sin duda les arrebataba lo que también ellos querían: puestos de poder. Jesús les preguntan en primer lugar a los dos hermanos si están dispuestos a participar en su pasión, en su entrega de la vida a los hombres. Y a todos ellos les advierte del peligro de pensar y vivir con categorías mundanas: en su reino, los grandes serán los que sirvan; los primeros, los que se hagan esclavos de los demás, porque ese es el estilo de vida de Cristo: que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45).

            No pensemos que nosotros somos mejores que aquellos primeros apóstoles. La mundanidad es, dice el Papa Francisco, un peligro actual de la iglesia. Las pasiones humanas son las mismas: deseos de grandeza y poder, pretender dominar a los demás, afán de notoriedad, aspiran a ser servidos… Nada de esto corresponde al Reino de Cristo, ni a la iglesia que es su germen e inicio. La identificación con Jesús, que se nos pide en el evangelio, supone la aceptación de un estilo de vivir, de confesar la fe y de realizar la misión, totalmente alejado de los parámetros mundanos. Caminar juntos, en sinodalidad, nos sitúa ante los demás en actitud de servicio y disponibilidad, siempre dispuestos a dar la vida por los demás, sea cual sea nuestro lugar, ministerio o carisma en la Iglesia. Esto no significa un igualitarismo ingenuo y romántico de quienes pretenden anular toda diferencia y alteridad en la iglesia, estructurada a través de los diversos ministerios, carismas y servicios. Significa vivir en la «comunión» con aquel que es Redentor de todos y nos hace participes de su vida y misión por pura gracia. Significa que la dignidad de hijos de Dios precede y pervive antes de cualquier otra diferencia y nos permite tenernos por hermanos de Cristo y miembros de la Iglesia. Significa que la edificiación de la iglesia corresponde a todos, según la propia llamada de Dios y el estado de vida correspondiente. Por esta razón, debemos escucharnos con sencillez y verdad; acogernos sin acepción de personas; integrarnos en la unidad que brota de la Trinidad y de la eucaristía; perdonarnos sinceramente y llevar unos las cargas de los otros; vivir la misión que el Espíritu nos confíe; amarnos, en definitiva, como nos ama Cristo.

            Hacer un sínodo no es crear estructuras que se superpongan a los elementos constitutivos de la Iglesia. Es vivir lo que ya somos por gracia de Dios, por la redención de Cristo y por la acción siempre santificadora del Espíritu. Todos debemos ponernos a la escucha de lo que Dios quiere para esta iglesia de Segovia, renunciar a nuestros planes individualistas y acoger, mediante la obediencia de la fe, el plan de Dios para el mundo de hoy. La renovación de la iglesia pasa por la conversión personal y pastoral de cada miembro de la Iglesia. Sin esta conversión, toda reforma resultará estéril e ineficaz. Mediante la conversión, es decir, mediante la expropiación de nosotros mismos al servicio de Dios y de los hermanos, la iglesia se renovará y producirá los frutos de justicia y santidad que ha dado a lo largo de su historia. Así lo dice el texto de Isaías que hemos proclamado en la primera lectura, referido a Cristo, Siervo de Yahvé, que puede aplicarse a cada uno de nosotros. Al entregar su vida como expiación de los pecados del mundo, Dios ha dado a Cristo una descendencia innumerable. Su vida no ha sido un fracaso, sino la victoria sobre el mal. «Por los trabajos de su alma, verá la luz; el justo se saciará de conocimiento» (Is 53,11).

            Queridos diocesanos: Dios es fiel a sus promesas. Acerquémonos a él con toda confianza. Trabajemos gozosamente con todo nuestro ser y nuestras capacidades en el proceso sinodal que ahora iniciamos, y, como dice el profeta, veremos la luz. Esa luz es Cristo reconocido en su triunfo sobre el pecado y la muerte, aclamado por los pueblos, confesado por los suyos. En este tiempo de oración, reflexión y vida compartida, también nosotros nos saciaremos del verdadero conocimiento que se ofrece a los hombres como el mejor servicio y ofrenda de comunión y amor. Confiemos en el Señor que nos dará la ayuda oportuna, a través de su Espíritu y de las mediaciones humanas y eclesiales, para hacer de la Iglesia el Cristo que peregrina en la historia, entre luces y sombras, pero siempre con la certeza de que él es el Camino, la Verdad y la Vida, el mismo ayer, hoy y siempre. Luz y conocimiento son dos palabras que definen el proceso sinodal, del que seremos los primeros beneficiados. Se trata de a luz de Dios que viene de su palabra viva, eterna y eficaz, la palabra que estructura la personalidad del cristiano con criterios, actitudes de vida y sabiduría moral. Es la luz que brota de nuestro bautismo y que nos permite iluminar a los demás con la Luz imperecedera de Cristo. Como dijo el papa Francisco en la inauguración del sínodo: «La Palabra nos abre al discernimiento y lo ilumina, orienta el Sínodo para que no sea una “convención” eclesial, una conferencia de estudios o un congreso político, para que no sea un parlamento, sino un acontecimiento de gracia, un proceso de sanación guiado por el Espíritu. Jesús […] nos llama en estos días a vaciarnos, a liberarnos de lo que es mundano, y también de nuestras cerrazones y de nuestros modelos pastorales repetitivos; a interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en este tiempo y en qué dirección quiere orientarnos» (10-X-2021).  

            El sínodo nos sacará también de conocimiento. La acogida de la Palabra de Dios y la acción de esta palabra en nuestras vidas nos permitirá entender, con la sabiduría de lo alto, la realidad de Dios, de la Iglesia y cada uno de nosotros. Conocer es lo propio de Dios y es también atributo del justo, es decir, del hombre que acoge su voluntad y la cumple. Las reflexiones de sínodo nos harán crecer, como dice san Pablo, en el conocimiento de la revelación, de la fe que profesamos y de nuestra misión en el mundo. No se trata de un conocimiento meramente intelectual, sino el que trasforma el corazón y la vida según la voluntad de Dios. Este conocimiento nos permitirá acompañar al hombre de nuestro tiempo, a nuestros amigos y conocidos, ofreciéndoles la verdad que sana y salva. Así hizo Jesús con todos los que se acercaban a él.

            Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos eduque a vivir el camino sinodal con sus propias actitudes de obediencia fiel a la voluntad de Dios, de confianza en su Providencia y de servicio incondicional a cuantos nos necesiten. Que nos eduque, sobre todo, a engendrar a Cristo en nuestras propias vidas para que nos convierta en luz para el mundo y en buena noticia para nuestros contemporáneos.

+ César Franco

Obispo de Segovia


 En 2017, con motivo del IV Centenario de la muerte de San Alfonso Rodríguez, la diócesis de Segovia instituyó estos premios de carácter anual que quieren reconocer a aquellas personas que, por su trayectoria vital, han hecho suyos en la sociedad actual los valores y las virtudes que demostró San Alfonso.

Los candidatos han debido destacar en su vida y en su trabajo por su sencillez, su humildad, su disposición y servicio a los demás en pequeños quehaceres, realizados durante una larga trayectoria, siendo su labor conocida y apreciada sólo en su entorno más inmediato.

El premio de 2021 le ha sido concedido a Dª Esperanza Diéguez del Río, madre de una hija y feligresa de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de Segovia, que con servicio perseverante y discreto a la Iglesia ha encarnado en nuestros días los valores de nuestro santo segoviano. Ha sido voluntaria de Cáritas parroquial y lo es de Cáritas Diocesana, donde durante 25 años lleva animando un nutrido grupo de mujeres. Catequista de niños de confirmación durante más de 20 años y miembro de diversos grupos y comunidades parroquiales en El Carmen, es conocida por sus vecinos por su disponibilidad en favor de las necesidades de la Iglesia.

Hoy, premiando a Esperanza, la diócesis de Segovia quiere rendir un merecido homenaje a todos aquellos que, con su trabajo callado y su presencia escondida, dedican su tiempo y sus talentos al servicio pastoral que requiere la vida de nuestra Iglesia. A todos los fieles sencillos que, con su entusiasmo y testimonio, hacen visible al Señor en nuestra sociedad con el estilo de San Alfonso.


En el Mensaje del Papa Francisco para el DOMUND de este año, que celebraremos el domingo 24 de Octubre, exhorta a todos los cristianos a vivir la misma compasión de Cristo con la necesidad que el mundo tiene de redención. Recordando la experiencia de los apóstoles que, según dice el libro de los Hechos de los Apóstoles (4,20), no podían dejar de hablar de lo que habían visto y oído, nos invita a poner el amor en movimiento y comunicar a los demás la alegría de la salvación y los dones que nos ha traído Jesucristo.

Si la experiencia cristiana es auténtica, nos lleva a la misión. Es la forma de agradecer lo que gratuitamente hemos recibido de Dios. «Ponerse en estado de misión, dice el Papa, es un efecto del agradecimiento». Los dones de Dios nunca quedan reducidos al ámbito de quien los recibe, sino que se expanden por la fuerza misma que llevan en sí mismo. Esta expansión y comunicación de la gracia recibida es lo que llamamos misión.

Muchos cristianos se acobardan, a la hora de misionar, ante las dificultades de nuestra sociedad secularizada, descreída, que se olvida de Dios y lo rechaza. A este respecto, el Papa recuerda también que los tiempos del inicio del cristianismo tampoco fueron fáciles. «Los primeros cristianos comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y encierros se cruzaban con resistencias internas y externas que parecían contradecir y hasta negar lo que habían visto y oído; pero eso, lejos de ser una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o ensimismarse, los impulsó a trasformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades en una oportunidad para la misión».

Debemos, pues, convertir las dificultades en retos, desafíos, ocasiones providenciales para la proclamación del evangelio. Para ello, es preciso «vivir las pruebas abrazándonos a Cristo», como nos pide el Santo Padre. Sin esta comunión con Jesús, en sus padecimientos y en su triunfo, no podemos ser misioneros. Nuestros hermanos cristianos que sufren cada día la persecución, e incluso el martirio, son un estímulo permanente para quienes vivimos en situaciones menos violentas y agresivas.

Dar testimonio de lo que hemos visto y oído exige volver cada día a la experiencia fundamental de la fe cristiana: el hecho de nuestra redención. «Ver y oír» supone que nos adentramos en la contemplación del Verbo de Dios, que nos ha trasmitido lo que ha visto y oído del Padre. Él nos ha comunicado su experiencia de Hijo amado del Padre y nos permite participar en ella a través de la unión personal con él. La misión que nos encomienda es continuidad de la que él ha recibido de su Padre. Por eso, tenemos garantizada la fecundidad de nuestro trabajo, pues Dios no puede negarse a sí mismo ni dejar de actuar en su Iglesia. El debilitamiento de la misión es, en realidad, debilitamiento de nuestra experiencia cristiana, que hunde sus raíces en la experiencia del Enviado del Padre. Jesús nos envía al mundo como fue enviado él por su Padre. El Espíritu de Cristo, dado en Pentecostés, es el Espíritu que nos capacita para llevar adelante la misión. De ahí que no se justifique en los cristianos el desaliento, el escepticismo ni la mediocridad en el anuncio del Evangelio. «En el contexto actual urgen, dice el Papa, misioneros de esperanza». No se trata de un esperanza ingenua, infundada, ni condicionada al éxito que esperamos. Se trata de la esperanza nacida de la fe, que es certeza de la salvación de Cristo y del triunfo de su amor sobre el pecado y la muerte. Es la certeza de que la Iglesia, alentada por el Espíritu, siempre camina hacia la plenitud de la gracia que Dios ofrece a cada hombre, a la humanidad entera.

Animo, pues, a los cristianos de Segovia a testimoniar con hechos y palabras lo que han visto y oído cuando Cristo salió a su encuentro y les concedió la gracia de ser redimidos por él, llamados a la vida eterna.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

 

 

 


El próximo lunes 25 de octubre se celebrará la solemnidad de San Frutos, Patrón de la Diócesis de Segovia y de la Catedral. El Cabildo ha decidido recuperar el tradicional villancico al Santo en el trascoro del templo, después de su suspensión el año pasado con motivo de la crisis sanitaria.

En esta ocasión, la pieza musical compuesta en 1847 por Antonio de Hidalgo, quien fuera niño de coro y organista de la Catedral de Segovia, se entonará a las 12:00 horas ante un aforo limitado. Se desplegarán sillas en los pies del templo, junto al retablo que alberga la urna con las reliquias de San Frutos, para que el público asistente pueda escuchar el villancico sentado y, de esta forma, garantizar que se cumplan todas las medidas de seguridad. A continuación, se celebrará la Santa Misa en honor al santo segoviano, presidida por el obispo de Segovia, D. César Franco, en el Altar Mayor.

Los ensayos del Villancico, que dirigirá Francisco Cabanillas, serán a las 19:30 horas en el Trascoro los días 22 viernes, 23 sábado y 24 domingo. Todos los cantores deberán llevar mascarilla.

El templo abrirá al turismo desde las 14:00 hasta las 18:30 (último pase media hora antes del cierre), y las visitas guiadas a la torre quedan reducidas a los pases de las 15:00 y 16:30.


El Obispo ha convocado a los sacerdotes, miembros de la vida consagrada y laicos de la diócesis a participar en la misa de comienzo de la fase diocesana del proceso sinodal que tendrá lugar este domingo 17 de octubre a las seis de la tarde, en la catedral.

 

En octubre de 2023 se celebrará en el Vaticano la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, con el tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Esta asamblea se preparará en tres fases. La primera de ellas comienza ahora y se desarrollará en las diversas diócesis de todo el mundo. La segunda será de carácter continental. Y la tercera, será, propiamente, la Asamblea de Obispos. Las aportaciones de las diócesis se canalizarán a través de las Conferencias episcopales quienes, en abril de 2022, deben enviar las síntesis a Roma.

El Sínodo es un camino que realizamos juntos, eso significa “sínodo”, todos en comunión y animados por el Espíritu Santo. No se trata de una forma democrática representativa ni de una manera asamblearia de regir la Iglesia, sino de un proceso en el que todos participamos y no solo los líderes. Se trata de un proceso que involucra a todo el Pueblo de Dios, cada uno según su propia función.

El proceso sinodal dio inicio el pasado domingo 10 de octubre en Roma con una misa presidida por el Papa Francisco en donde pidió que toda la Iglesia, durante el proceso sinodal, articule tres verbos: encontrar, escuchar y discernir.

Por su parte, el Obispo de Segovia, en la carta pastoral escrita para el inicio de este proceso, lo describe en estos términos: «Se trata de tomar conciencia de que la Iglesia es un misterio de comunión en el que todos participamos en razón de los sacramentos de la iniciación cristiana. Con esta llamada a participar en las etapas previas, el Papa quiere que tomemos conciencia de dos cosas: a) que las diócesis no están aisladas sino que todas ellas forman la única iglesia de Cristo; b) que todos en la Iglesia tenemos voz para poder expresarnos con libertad y caridad en orden a su renovación y edificación según la mente de Cristo».

E invita a todos los files de la diócesis a ponerse en camino sinodal: «En estos meses que durará la etapa diocesana, las parroquias, comunidades cristianas, institutos de vida consagrada, monasterios de vida contemplativa y las diversas forma de realidades eclesiales serán invitados a realizar esta reflexión guiada por los materiales que nos vengan de Roma y que, adaptados a nuestras circunstancias, os enviará el Delegado del sínodo o los miembros de su equipo. Todo esto exige un esfuerzo más añadido a los que ya realizamos en nuestras tareas ordinarias. Será un esfuerzo que valga la pena para que la Iglesia no aparezca ante el mundo cerrada en sí misma, sino abierta a la misión recibida de Cristo e impulsada por la fuerza del Evangelio».               

Este modo de proceder recibe el nombre de sinodalidad. Como el mismo Papa Francisco no se cansa de decir, no es su proyecto favorito ni una moda, sino la forma y el estilo de la Iglesia de los primeros siglos. Este concepto deriva de la palabra griega «sínodo», que indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Según se puede leer en la editorial de la publicación mensual de la diócesis “Iglesia en Segovia”: «La sinodalidad exige de todos: pastores, consagrados y laicos, una conversión, es decir, un cambio de mentalidad y de modos de obrar. Unos deberán superar el clericalismo, más propio de épocas pasadas; otros, deberán abrir sus carismas a una verdadera comunión eclesial; y los laicos, tendrán la oportunidad de demostrar su pertenencia a una Iglesia que sienten como propia y con la que se comprometen. Y todo esto vivido en un clima de respeto, escucha y diálogo, que permita hacer de la sinodalidad el “estilo” de la Iglesia en este tercer milenio».

Como inicio de la fase diocesana del proceso sinodal el sábado día 16 de octubre se tuvo un encuentro preparatorio y este domingo día 17 se tendrá la misa de apertura de la fase diocesana del proceso sinodal, en la catedral, a las seis de la tarde.

La comisión diocesana de seguimiento y animación del proceso está formada por el Vicario general de la diócesis, Angel Galindo, el arcipreste de Cantalejo, Juan Aragoneses, la religiosa, carmelita misionera, María José Gallardo, y los laicos, Ester Bermejo y Jose Luis Ramirez.


Como ya he comunicado en la carta pastoral del pasado 25 de Julio, presentando el plan diocesano de pastoral y en mi comentario dominical del pasado 5 de septiembre, este curso estará muy determinado por la participación en el Sínodo de obispos que el Papa Francisco ha convocado para octubre de 2023 en Roma. Para llevar adelante nuestra participación, he nombrado el Sr. Vicario general de la diócesis, Ilmo. Sr. n Ángel Galindo García, Delegado para el sínodo, que comenzará su etapa diocesana el domingo 17 de octubre, una vez que el Santo Padre haga la solemne apertura el domingo anterior, 10 de octubre. Con esta carta quiero convocar a todos los diocesanos a participar, en la medida de sus posibilidades, en la eucaristía que tendrá lugar el 17 de octubre, a las 6 de la tarde, en la santa iglesia catedral. También la Santa Sede nos invita a tener, como preparación a la celebración litúrgica, una jornada de oración y reflexión que tendrá lugar el sábado, 16 de octubre, en la iglesia del seminario diocesano, a las 10:30 de la mañana. Estáis todos invitados.

            El Papa quiere que el sínodo de obispos en Roma tenga dos fases previas: la diocesana (octubre de 2021-abril 2022) y la continental (septiembre de 2022-marzo 2023), con el fin de reflexionar sobre un tema que considera crucial para este momento de la vida la Iglesia: «Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Se trata de tomar conciencia de que la Iglesia es un misterio de comunión en el que todos participamos en razón de los sacramentos de la iniciación cristiana. Con esta llamada a participar en las etapas previas, el Papa quiere que tomemos conciencia de dos cosas: a) que las diócesis no están aisladas sino que todas ellas forman la única iglesia de Cristo; b) que todos en la Iglesia tenemos voz para poder expresarnos con libertad y caridad en orden a su renovación y edificación según la mente de Cristo.

            En estos meses que durará la etapa diocesana, las parroquias, comunidades cristianas, institutos de vida consagrada, monasterios de vida contemplativa y las diversas forma de realidades eclesiales serán invitados a realizar esta reflexión guiada por los materiales que nos vengan de Roma y que, adaptados a nuestras circunstancias, os enviará el Delegado del sínodo o los miembros de su equipo. Todo esto exige un esfuerzo más añadido a los que ya realizamos en nuestras tareas ordinarias. Será un esfuerzo que valga la pena para que la Iglesia no aparezca ante el mundo cerrada en sí misma, sino abierta a la misión recibida de Cristo e impulsada por la fuerza del Evangelio.           

            Aprovechemos, pues, esta ocasión que nos permite sentirnos iglesia universal bajo el pastoreo del Vicario de Cristo y de los obispos e invitemos a hermanos nuestros, incluso alejados, a participar en esta reflexión que, sin duda, dará muchos frutos de evangelización en nuestra sociedad. Pongamos nuestros trabajos en manos de María que, como buena madre, nos alienta en el seguimiento de Cristo e intercede ante él a favor nuestro.

Con mi afecto y bendición

            Segovia, 16 de septiembre de 2021.

            + César Franco

            Obispo de Segovia.


 Hay dos escenas evangélicas que pueden ayudarnos a comprender el sínodo que el Papa Francisco ha convocado para 2023, cuya etapa diocesana empieza este domingo. Una es la de los discípulos de Emaús, narrada por Lucas. Dice el relato que, mientras conversaban por el camino, «Jesús en persona se puso a caminar con ellos» (Lc 24,15). No es preciso recordar el argumento de la escena, de sobra conocido. Me interesa subrayar que Jesús acoge las preocupaciones de los discípulos desalentados por el aparente fracaso del Maestro, las ilumina desde la Palabra de Dios y comparte con ellos la cena que se convierte en una renovada «fracción del pan». Los discípulos recuperan la fe y retornan a la Iglesia madre de Jerusalén a compartir con otros la experiencia del Resucitado. Aquí tenemos una parábola del sínodo. Se trata de escuchar al pueblo de Dios —también a los que han perdido la fe o se sienten defraudados—, iluminar la vida con la Palabra de Dios y celebrar la presencia del Señor entre nosotros que muy a menudo pasa desapercibida. Caminar juntos significa, en primer lugar, que Cristo muestra el camino. Nos acompaña. Comparte nuestras alegrías y desolaciones. Los cristianos perdemos con frecuencia la certeza de la presencia de Cristo y, por ello, perdemos la alegría y la seguridad de que con él estamos en la senda segura. El Papa Francisco ha dicho que el sínodo es una oportunidad «para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica». Esto comporta una auténtica renovación de nuestra vida bajo la acción del Espíritu evitando riesgos como el formalismo, el intelectualismo y el inmovilismo, es decir, quedándonos en la estructura formal del trabajo sinodal, reduciendo todo a «grupos de estudio» que se alejan de la realidad del pueblo de Dios, y acomodándonos al «siempre se ha hecho así» que nos impide avanzar hacia el futuro.

            Otra escena evangélica luminosa es la aparición del Resucitado en el mar de Galilea (Jn 21). Los discípulos no han pescado nada durante la noche. Jesús está en la orilla sin ser reconocido y, bajo su indicación, realizan una pesca abundante. Cuando llegan a tierra, el desconocido les ha preparado un almuerzo que simboliza la eucaristía y entonces ninguno duda de que es el Señor que vive entre ellos. El discípulo amado lo reconoce de inmediato y Pedro se lanza para llegar pronto a Jesús y llevarle la pesca, símbolo de la comunidad de los pueblos llamados a formar la Iglesia. La escena se parece a la anterior. En la comida que Jesús les prepara descubren que es el mismo que estuvo con ellos durante su ministerio público, el mismo que les envió a predicar, el que hace fecundo su trabajo y les acompañará hasta el fin de los tiempos.

            Este domingo, en la catedral, celebraremos la eucaristía de inicio de la etapa diocesana del sínodo reconociendo que el Señor convoca a su Iglesia para iluminar su camino. Cada cristiano está llamado a colaborar con él y ofrecerle el fruto de sus trabajos, sus logros y fracasos. Cristo le invita a participar en su mesa donde nuestras inquietudes, dudas y temores son iluminados con la luz de la Resurrección. Si esto es así, no tenemos derecho al desaliento ni a mirar el futuro con incertidumbre. Cristo está presente en la Iglesia, nos escucha, conforta y envía al mundo. Pero hay una condición previa: confiar en él. El sínodo es una ocasión extraordinaria para crecer en la fe y en la corresponsabilidad en la misión recibida de Cristo que cada día se renueva al escuchar su palabra y compartir su mesa. Como dice Francisco, «celebrar un sínodo es siempre hermoso e importante, pero es realmente provechoso si se convierte en expresión viva del ser Iglesia».

+ César Franco

Obispo de Segovia


Solo quien tiene clara la meta acertará al escoger el camino. Así podríamos sintetizar el mensaje del evangelio de este domingo. San Marcos presenta a Jesús «cuando salía al camino». El camino es un símbolo de la vida de Jesús y de la vida de los hombres. Ponerse en camino es la actitud sapiencial de quien busca la felicidad de una vida plenamente realizada. Recuérdense los versos que inician la Divina Comedia de Dante: «A mitad del camino de nuestra vida…». Jesús camina hacia Jerusalén donde cumplirá la plenitud de su existencia muriendo y resucitando por los hombres. Un hombre le sale al camino y le plantea la pregunta más trascendental de la vida: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Todos conocemos la historia. Jesús le plantea el camino moral de los mandatos de Dios. El hombre confiesa haberlos cumplido desde su juventud. El Maestro da un paso más y le invita a vender sus bienes, darlo todo a los pobres y seguirle a él. Ante esta exigencia, el hombre «se marchó triste porque era muy rico». No se nos dice cuánta era su hacienda ni cuál su propósito de vida con aquellos bienes. Sencillamente, se marchó triste. El deseo por heredar la vida eterna quedó sofocado por los bienes de este mundo.

            Jesús aprovecha la ocasión para ilustrar a sus discípulos sobre la dificultad que conllevan las riquezas para alcanzar la meta deseada: ¿Bienes perecederos o vida eterna? ¿Alegría verdadera o tristeza de lo efímero? Este buen hombre del evangelio desaparece sin dejar rastro, como una figura fantasmal que sirve para plantear a los lectores la cuestión crucial de la existencia. Hay que reconocer que esta inquietud por la vida eterna se plantea con poca frecuencia en la sociedad actual. Vivimos enfrascados en nuestros deseos más inmediatos y terrenos. La pregunta sobre la eternidad no se plantea con la pasión de los grandes filósofos y sabios. Vivir es una cuestión del momento, es el «carpe diem» de la satisfacción inmediata de los deseos más primarios y placenteros. Sin embargo, el hombre no puede —¿o no debe?— olvidar que está en camino. Cada día que pasa es un día menos, y a medida que se acerca a la meta se hace más imperiosa la pregunta: ¿Hacia donde voy? ¿Cuál es mi término? Es imposible silenciar el grito del alma sobre su destino.

            Jesús no solo anima a plantearse esta pregunta —¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?—, sino que ofrece el «camino» que conduce a la meta. No es extraño, pues, que el libro de los Hechos de los Apóstoles defina a los primeros cristianos como los que «pertenecían al Camino». Esta expresión aparece precisamente cuando Saulo de Tarso caminaba a Damasco para perseguir a los seguidores de Jesús. En ese camino el Señor resucitado se le presenta, le derriba del caballo y le hace suyo. Parece decirnos esta escena que el Camino es Cristo, según él mismo se define en el evangelio de Juan. Jesús salió al encuentro de Saulo «mientras caminaba», y Saulo se convirtió en discípulo y apóstol. Cambió sus «riquezas» —historia, formación, títulos de gloria en el judaísmo— por el seguimiento del Resucitado. Iba por un camino errado y halló la verdadera senda: la persona de Jesús.

            Es verdad que también en el seguimiento de Jesús puede haber intereses de este mundo. Así lo muestra Pedro cuando, en el evangelio de este domingo, hace valer ante Jesús que él y sus compañeros lo han dejado todo por seguirle. Es evidente que esperaba alguna recompensa especial. Y Jesús le confirma que, en efecto, quienes dejen todo por seguirlo recibirán cien veces más (con persecuciones) y, en la edad futura, la vida eterna. He ahí el camino hacia la meta.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

Sábado, 09 Octubre 2021 18:26

UN MERECIDO RECONOCIMIENTO


La Orden de Malta reconoce los servicios prestados por el sacerdote segoviano Juan Pablo Martín Nieva, a dicha institución.

Nos complace comunicar que la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta ha acordado conceder la Gran Cruz al Mérito Melitense Pro Piis Meritits, al sacerdote segoviano Juan Pablo Martín Nieva, según reza en la carta enviada por el presidente de la Asamblea Española, Ramón Álvarez de Toledo y Álvarez de Builla, conde de Santa Olalla,  en atención a los méritos y circunstancias que concurren en su persona y, en particular, a la labor que con generosidad, esfuerzo y dedicación ejemplares, viene prestado a favor de la Orden de Malta desde hace largos años.

La entrega de la Cruz tendrá lugar el próximo domingo día 10 de octubre a las 12h. en la iglesia de la Veracruz.

Juan Pablo Martín Nieva, nació en Cantimpalos en 1934, cursó sus estudios en el Semanario de Segovia y fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1958. Un año estuvo como coadjutor de Riaza y servidor de Riofrío de Riaza. De 1959 hasta 1965 atendió pastoralmente las comunidades de La Velilla, Arahuetes, Valleruela de Pedraza, Orejana, Pedraza, La Rades y Pajares de Pedraza. En 1965 fue nombrado párroco de Zamarramala tarea que compaginaba con otras. Sus últimos servicios fueron: capellán del cementerio santo Ángel de la Guarda de Segovia y capellán de las religiosas clarisas de San Antonio el Real. Actualmente, dado su estado de salud, no ostenta ningún cargo pastoral y reside en la Casa Sacerdotal, de la que, en su momento, fue director.