Cristo y el tiempo Hemos comenzado un año nuevo. Un compás de tiempo en la eternidad de Dios. Si consideramos el tiempo desde esta perspectiva, podemos decir con el salmista: «Mil años en tu presencia es un ayer que pasó». Sobrecoge pensar qué somos en la inmensidad del tiempo desde el inicio de la creación. Apenas un momento, Y sobrecoge más aún, si consideramos nuestra pequeña historia en la eternidad de Dios. A medida que cumplimos años, percibimos con mayor realismo que la vida se pasa como un soplo, como un suspiro, con la rapidez del rayo. El paso del tiempo pone al hombre en su lugar, por grande que se considere a sí mismo. ¿Por qué Dios ha querido entrar en el tiempo? ¿Qué ha movido al Eterno compartir nuestra condición temporal como dice un prefacio de Navidad? Podía habernos salvado desde fuera, desde su mismidad increada. Pero no, Dios ha querido cumplir años, crecer en edad como dice el Evangelio. Ha querido experimentar la infancia, la adolescencia y juventud, la edad adulta. Ha visto el amanecer y anochecer de los días esperando siempre la sorpresa del mañana, la incertidumbre de las horas, la llegada de la muerte. El prólogo del cuarto Evangelio, que leemos en estos días de la Navidad, lo dice con una frase muy expresiva para la cultura semita: El Verbo «plantó su tienda entre nosotros». Como hacen los beduinos en el desierto: poner su tienda y habitar en ella. Es una metáfora hermosa para decir que el Verbo se encarnó, entró en la historia de los hombres con un cuerpo propio, sometido a las leyes del tiempo y del espacio. Para la cultura semita, el cuerpo es la tienda que habitamos. El Hijo de Dios ha puesto su tienda entre las nuestras para poder acompañarnos en el duro caminar por el desierto contando los días y las noches de nuestra peregrinación. Al compartir el tiempo de los hombres, Cristo le ha dado un sentido nuevo. El tiempo también es de Dios, pertenece a su propia experiencia. Ha hecho suyo el devenir de la historia humana de forma que le ha dado finalidad, sentido, futuro. Cuando se dice que Cristo vino en la plenitud de los tiempos, se quiere afirma precisamente que el tiempo ha alcanzado su clímax cuando Dios entró en él para hacerse contemporáneo del hombre, partícipe de sus anhelos y esperanzas, incertidumbres y miedos, y, sobre todo, del miedo a morir. + César FrancoObispo de Segovia.