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           Un célebre modernista francés afirmó que «Jesús anunciaba el Reino y vino la Iglesia». Quienes utilizan esta frase, con mayor o menor acierto, participan de un prejuicio común entre los intérpretes racionalistas de los evangelios, según el cual Jesús no quiso fundar nada sino predicar simplemente, como afirma el evangelio de este domingo, que el Reino de los cielos estaba cerca. Por ello, predicaba la conversión a quienes deseaban entrar en ese Reino. Esta forma de pensar pretende contraponer el Reino predicado por Jesús y la Iglesia fundada por sus seguidores.

Junto a este prejuicio racionalista, se alinea también la idea de que Jesús fue un predicador moral de un Reino que le trascendía por ser iniciativa absoluta de Dios. Jesús, por tanto —que, dicho de paso, para los racionalistas no es Dios—, quedaba sutilmente separado de la instauración de dicho Reino. Como predicador, se limitó a llamar a la conversión para entrar en el Reino que Dios establecería en su momento.

Si leemos atentamente el evangelio, sin embargo, observamos que Jesús no sólo predica el Reino de los cielos sino que lo establece con su predicación y con sus gestos. Los evangelistas, obviamente, no son teólogos sistemáticos, pero hilan muy fino cuando se trata de presentar a Jesús como el que inicia entre los hombres el Reino de los cielos, que es una fórmula judía, para hablar de la acción salvadora de Dios entre los hombres. Así, inmediatamente después de llamar a la conversión ante la cercanía del Reino de los cielos, san Mateo narra la elección de los primeros apóstoles, a quienes Cristo saca de su oficio de pescadores en el lago de Tiberiades para hacer de ellos «pescadores de hombres». Esta primera acción de Jesús muestra su voluntad de constituir un grupo —los Doce— que le ayude en su misión de salvar a la humanidad. Si Jesús quiere hacer de ellos pescadores de hombres es porque ha venido a ofrecer a los hombres la salvación de Dios, es decir, quiere introducirlos en el ámbito de la soberanía de Dios que se establece en este mundo con la presencia de Jesús, Hijo de Dios.

En la constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 3) se precisa esta relación de Jesús con el Reino que predica y con la Iglesia con extraordinaria claridad: «Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo». No hay oposición entre Iglesia y Reino, porque ambas realidades tienen su interdependencia en la persona de quien las establece, Jesús, el Hijo de Dios. La Iglesia no agota el Reino, pero es su germen e inicio, que llegará a su consumación al final de la historia. Por eso, los apóstoles aparecen cooperando con Cristo en su tarea de establecer el reino de los cielos.

En la capilla de la Conferencia Episcopal Española, el artista jesuita eslovaco Rupnik ha representado a Cristo llevando el timón de una barca en la que están pescando con él los apóstoles. Es la imagen de la Iglesia. Todos tiran de la red, echada al mar, que se llena de peces. Jesús lleva una estola, símbolo del sacerdocio, que sale del mosaico para recaer en el respaldo donde se sienta el que preside la eucaristía. El artista nos ha dejado un detalle precioso de la misión de Jesús: con su mano izquierda, está ayudando a algún pez despistado a entrar en la red, imagen de la la Iglesia y del Reino de los cielos, para que no se prive de la salvación que ofrece. No se puede expresar mejor la voluntad de Cristo.

+ César Franco

Obispo de Segovia

Miércoles, 18 Enero 2017 16:46

Pascua Joven 2017

¿Te vienes con nosotros a vivir una Pascua Joven?

Una Experiencia única preparada para ti.

Un lugar, un espacio, una comunidad, participación, silencio, oración, celebración, en torno a la mesa, con Pan y Vino, con una Cruz y descubriendo el aroma de la Vida.

Cuando sea elevado sobre la Tierra... ataeré a todos hacia Mí (Jn 12,20-33)

 

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Consideramos que son un buen complemento para el programa formativo que estamos desarrollando en los encuentros con Don César y que, sin duda alguna, pueden ayudar a comprender mejor a personajes bíblicos o grandes santos que nos han ayudado y nos siguen ayudando a consolidar nuestra fe con su testimonio de vida.
 
Siguiendo con estas propuestas, os presentamos las siguientes producciones:
 
- San Pablo:
 
https://www.youtube.com/watch?v=UfnpYuuJ4Zs

https://www.youtube.com/watch?v=9Rcxr3IEX4E

- Rey David:

https://www.youtube.com/watch?v=mGSeqGo6V3U

- Rey Salomón:

https://www.youtube.com/watch?v=AMMz-O5ufsY

Para las personas que necesitéis estas películas en formato archivo de vídeo para vuestros grupos de chavales o alumnado de Religión no dudéis en pedirlo.

¡Esperamos que os gusten!

horario delegación

Sábado, 14 Enero 2017 11:23

Carta del Papa Francisco a los Jóvenes

papa francisco escribiendo en el despacho
Queridos jóvenes,
 
Tengo el agrado de anunciarles que en el mes de octubre del 2018 se celebrará el Sínodo de los Obispos sobre el tema «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». He querido que ustedes ocupen el centro de la atención porque los llevo en el corazón. Precisamente hoy se presenta el Documento Preparatorio, que les ofrezco como una “guía” para este camino.
 
Me vienen a la memoria las palabras que Dios dirigió a Abrahán: «Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré» (Gen 12,1). Estas palabras están dirigidas hoy también a ustedes: son las palabras de un Padre que los invita a “salir” para lanzarse hacia un futuro no conocido pero prometedor de seguras realizaciones, a cuyo encuentro Él mismo los acompaña. Los invito a escuchar la voz de Dios que resuena en el corazón de cada uno a través del soplo vital del Espíritu Santo.
 
Cuando Dios le dice a Abrahán «Vete», ¿qué quería decirle? Ciertamente no le pedía huir los suyos o del mundo. Su invitación fue una fuerte provocación para que dejase todo y se encaminase hacia una tierra nueva. Dicha tierra, ¿no es acaso para ustedes aquella sociedad más justa y fraterna que desean profundamente y que quieren construir hasta las periferias del mundo?
 
Sin embargo, hoy, la expresión «Vete» asume un significado diverso: el de la prevaricación, de la injusticia y de la guerra. Muchos jóvenes entre ustedes están sometidos al chantaje de la violencia y se ven obligados a huir de la tierra natal. El grito de ellos sube a Dios, como el de Israel esclavo de la opresión del Faraón (cfr. Es 2, 23).
 
Deseo también recordarles las palabras que Jesús dijo un día a los discípulos que le preguntaban: «Rabbí […] ¿dónde vives?». Él les respondió: «Venid y lo veréis» (Jn 1,38). También a ustedes Jesús dirige su mirada y los invita a ir hacia Él. ¿Han encontrado esta mirada, queridos jóvenes? ¿Han escuchado esta voz? ¿Han sentido este impulso a ponerse en camino? Estoy seguro que, si bien el ruido y el aturdimiento parecen reinar en el mundo, esta llamada continua a resonar en el corazón da cada uno para abrirlo a la alegría plena. Esto será posible en la medida en que, a través del acompañamiento de guías expertos, sabrán emprender un itinerario de discernimiento para descubrir el proyecto de Dios en la propia vida. Incluso cuando el camino se encuentre marcado por la precariedad y la caída, Dios, que es rico en misericordia, tenderá su mano para levantarlos.
 
En Cracovia, durante la apertura de la última Jornada Mundial de la Juventud, les pregunté varias veces: «Las cosas, ¿se pueden cambiar?». Y ustedes exclamaron juntos a gran voz «¡sí»”. Esa es una respuesta que nace de un corazón joven que no soporta la injusticia y no puede doblegarse a la cultura del descarte, ni ceder ante la globalización de la indiferencia. ¡Escuchen ese grito que viene de lo más íntimo! También cuando adviertan, como el profeta Jeremías, la inexperiencia propia de la joven edad, Dios los estimula a ir donde Él los envía: «No les tengas miedo, que contigo estoy para salvarte» (Jer 1,8).
 
Un mundo mejor se construye también gracias a ustedes, que siempre desean cambiar y ser generosos. No tengan miedo de escuchar al Espíritu que les sugiere opciones audaces, no pierdan tiempo cuando la conciencia les pida arriesgar para seguir al Maestro. También la Iglesia desea ponerse a la escucha de la voz, de la sensibilidad, de la fe de cada uno; así como también de las dudas y las críticas. Hagan sentir a todos el grito de ustedes, déjenlo resonar en las comunidades y háganlo llegar a los pastores. San Benito recomendaba a los abades consultar también a los jóvenes antes de cada decisión importante, porque «muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor» (Regla de San Benito III, 3).
 
Así, también a través del camino de este Sínodo, yo y mis hermanos Obispos queremos contribuir cada vez más a vuestro gozo (cfr. 2 Cor 1,24). Los proteja María de Nazaret, una joven como ustedes a quien Dios ha dirigido su mirada amorosa, para que los tome de la mano y los guíe a la alegría de un ¡heme aquí! pleno y generoso (cfr. Lc 1,38).
 
Con paternal afecto,
 
FRANCISCO
 
Vaticano, 13 de enero de 2017

Para una mentalidad moderna, alejada del culto sacrificial que impregnaba la vida del pueblo judío en tiempo de Jesús, la imagen de éste como «cordero que quita el pecado del mundo», resulta incomprensible y anacrónica. Es, sin embargo, la definición que Juan Bautista da a Jesús cuando indica a sus discípulos que deben seguirle. Para los judíos, el cordero no sólo evocaba su vida de nómadas por el desierto, sino que era un símbolo del perdón de Dios. Cada día, mañana y tarde, en el altar de los holocaustos del templo de Jerusalén, se celebraba el llamado sacrificio perpetuo de un cordero de un año como signo de comunión con Dios y petición de perdón. En la fiesta más importante, la Pascua, los judíos sacrificaban un cordero en memoria del que cada familia había sacrificado, al salir de Egipto, para untar con su sangre los dinteles de sus puertas y verse libre de la muerte de sus primogénitos. ¿Y qué judío no sabía que, cuando Abrahán, intentó sacrificar a su hijo Isaac, Dios le impidió hacerlo y en su lugar le mostró un carnero enredado en unas zarzas como víctima del sacrificio?

El cordero, además, era un símbolo de una figura misteriosa, que aparece en el profeta Isaías, el llamado «Siervo de Yahvé», el cual entregaría su vida como expiación del pecado del mundo. El profeta le compara con un «cordero llevado al matadero», que no abrió la boca ante quienes le sacrificaban. Es sabido que, Jesús, en la última cena se identificó con este personaje al decir, en las palabras sobre el cáliz, que su sangre sería derramada «por muchos». No sorprende, pues, que cuando san Pablo escribe su primera carta a los Corintios diga, que «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolada», que puede ser traducido perfectamente, por «Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado».

Detrás de esta simbología se esconde una verdad que puede ser comprendida por los hombres de todas las culturas. En Cristo, Dios nos ha dado a Aquel que ha querido cargar con el pecado de la humanidad para borrarlo definitivamente. Cristo es el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo. El sacrificio perfecto. Lo ha hecho, como dice san Pablo, porque nos amó y entregó su vida por nosotros. Los judíos eran conscientes de que la sangre de los animales no podía borrar los pecados. Sus sacrificios eran simples símbolos que personificaban el anhelo común de verse libres de sus culpas. Una vez al año, el gran Día del Perdón, se anunciaba públicamente que Dios había perdonado los pecados de Israel. Aún así, cada año debían repetir el mismo sacrificio.

Jesús cumple las esperanzas de Israel y de todos los pueblos que buscan la reconciliación con Dios. El se ofrece libremente y, por ser quien es, el Hijo de Dios, lleva a la perfección a todos los sacrificios que el hombre podía imaginar e instituir. Dios nos ha reconciliado en Cristo, que asume sobre sí el pecado del mundo. Ese pecado que tanto nos cuesta aceptar como propio y que, incluso cuando lo reconocemos, sigue acusándonos en nuestro interior como si fuera la carga pesada que debemos portar durante toda nuestra vida. Escribe Nietzsche: «He hecho esto, dice mi memoria. No puedo haber hecho eso, dice mi orgullo y permanece imperturbable. Finalmente cede la memoria». Cristo ha superado para siempre esta tensión ente la memoria y el orgullo. Aunque recordemos nuestros pecados, sabemos que han sido perdonados por el amor de Cristo, que es lo que permanece para siempre aunque nuestro orgullo se resista a aceptar el perdón. Cristo es el Cordero inocente que ha quitado el pecado del mundo. Y este perdón permanece vivo en la memoria de cada cristiano y de la Iglesia.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

Miércoles, 11 Enero 2017 17:24

PASCUA JOVEN 2017

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Miércoles, 11 Enero 2017 16:57

Teoría de género

¿Quieres conocer los fundamentos de nuestra fe, participar y resolver dudas?

Sin miedo, estás invitado a la Conferencia de Benigno Blanco sobre Teoría de Género. ¡Te esperamos!.

Lunes 16 las 19.00 horas en la Casa de Espiritualidad.

Teoría de género

Sábado, 07 Enero 2017 20:37

Bautismo del Señor

           El bautismo de Jesús en el Jordán ha sido representado en el Oriente cristiano con iconos bellísimos que sorprenden por su densidad teológica llena de simbolismos. Jesús aparece con el agua del río que le llega hasta la cintura, o hasta los hombros. Pero en el icono más divulgado las aguas aparecen incluso por encima de su cabeza. Esta representación del bautismo se denomina «sarcófago acuoso» porque Cristo, con su cuerpo rígido como un cadáver, parece que está colocado en un sepulcro lleno de agua. Esto tiene relación con el rito bautismal de la primitiva Iglesia que se realizaba sumergiendo tres veces al neófito en el baptisterio hasta cubrirle la cabeza con agua, indicando que se sepultaba en la muerte de Cristo para resucitar a la vida nueva del Resucitado. No hay que olvidar que la palabra «bautismo» viene del griego y significa «inmersión».

¿De dónde viene esta simbología? Cuando Cristo acude a bautizarse en el Jordán, hace un signo de humildad al situarse en la fila de los pecadores que hacían penitencia. No extraña, pues, que Juan Bautista se resista a bautizarlo porque sabe que Jesús es santo y no necesita convertirse. Jesús se impone a Juan diciéndole que es preciso «cumplir toda justicia», es decir, hacer la voluntad de Dios. Ahora bien, la voluntad de Dios sobre Cristo es que se una a los pecadores para salvarlos. Su mismo nombre —Jesús— significa que viene a salvar a su pueblo de sus pecados. Sumergirse en las aguas del Jordán es un símbolo de que Jesús descenderá a las profundidades de la muerte, morirá como todo hombre para salvarnos del pecado. Así lo explica san Cirilo de Jerusalén con una fórmula magistral: «Habiendo bajado a las aguas, ató al fuerte». Ese fuerte del que habla san Cirilo es el diablo. Pero Cristo es más fuerte que él, y puede atarlo y arrebatarle sus rehenes. En su Bautismo, Cristo desciende simbólicamente a las aguas de la muerte para salir de ellas como el Nuevo Adán que viene a reparar la obra del primero. Por eso se le pinta en algunos iconos totalmente desnudo, como estaba Adán en el Paraíso antes de pecar, con la pureza original dada por Dios en la creación.

El relato del bautismo termina con el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús, que viene a ungir su carne recibida en la encarnación y disponerle así a su misión, en cuanto Dios hecho hombre. Esta unción aclara la santidad de aquel que se solidariza con los pecadores. El Padre, con su voz, revela la identidad más íntima de Cristo: «Éste es mi Hijo amado en quien me complazco». No hay duda, pues, sobre quién es Jesús y cuál es su misión. Al solidarizarse con los pecadores, compartiendo nuestra naturaleza herida por el pecado, Jesús prepara el camino de la redención, que se realizará en su muerte y resurrección, cuando Cristo lleve a término su «bautismo», la «inmersión» en su propia muerte, y «guste la muerte por todos». «Gustar la muerte» y «beber el cáliz» son expresiones simbólicas para indicarnos que la solidaridad de Cristo le lleva a sumergirse en el oscuro mundo del pecado, representado por las aguas del Jordán que le anegan.

Gracias a este bautismo, nosotros somos bautizados y regenerados a la vida nueva del Resucitado. En nuestro bautismo, si nos atenemos a lo que enseña san Pablo, padecemos nuestra verdadera muerte: la muerte al hombre viejo y caduco, la muerte a nuestra condición pecadora, la muerte a todo lo que nos impedía mirar con esperanza el término de nuestra vida, cuando suframos la muerte física. Sumergidos en Cristo, no debemos temer la muerte, porque quien tenía el dominio de esta muerte, el diablo, ha sido atado por Cristo al descender a las aguas del Jordán.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

 

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            Desde 1968, por voluntad del beato Pablo VI, el primer día del año se celebra la Jornada de la Paz. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II trasladó al 1 de Enero la fiesta de Santa María Madre de Dios con la máxima categoría de solemnidad. La paz aparece así vinculada a María, que nos trajo al Príncipe de la paz, Jesucristo. La Iglesia no habla de una paz cualquiera, ni del fruto del ejercicio diplomático de los estados que luchan por instaurarla en todos los países. La paz que propone la Iglesia, y por la que ora, es aquella que los ángeles cantaron junto a la gloria de Dios en las alturas el día del nacimiento de Jesús. Nace en el cielo y llega a la tierra de la mano del Hijo de Dios, que viene a derribar el muro que separa a los hombres, a saber, el pecado. ¿Es esto una espiritualización de la paz?  En absoluto. Hablar de paz es hablar de armonía entre Dios y los hombres y de estos entre sí. Armonía que ha sido rota por el pecado, origen de todo conflicto, guerra, división y muerte. Por el pecado entró la muerte en el mundo. La paz de Cristo restaura la armonía y nos hace a los hombres hermanos. Sin este sentido de la paz, ésta quedará sin fundamento y será imposible materializarla en tratados de paz duraderos y fecundos. No se espiritualiza la paz cuando se la fundamenta en el plan mismo de Dios que establece Cristo para la humanidad.

            Dice el evangelio que los pastores, cuando encontraron a María, a José y al niño, «contaron lo que les habían dicho de aquel niño». Detrás de esta afirmación de Lucas, hay un profundo mensaje sobre el regalo que trae Jesucristo. ¿Quiénes y de qué hablaron a los pastores de aquel niño? El evangelista se refiere a lo narrado anteriormente: la aparición de los ángeles a los pastores, comunicándoles la «buena nueva», el evangelio de la salvación sintetizado en estas palabras: «Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Y en torno a este anuncio gozoso, se entona por vez primera el «gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». Esto es lo que contaron los pastores.

            Aún hay más significado en el anuncio a los pastores. El hecho de que sean los pastores los primeros destinatarios del anuncio del nacimiento del Salvador y de la paz que trae a la tierra no es anecdótico, ni puede reducirse a un dato bucólico de la escena navideña. En tiempo de Jesús los pastores estaban considerados por ciertos sectores religiosos entre las categorías de personas que, por los oficios viles que realizaban, eran considerados «pecadores». Entre estos oficios estaba el de pastores, pues «se sospechaba que conducían los rebaños a campos ajenos y que sustraían de los productos del rebaño» (J. Jeremias). Al constatar Lucas que los pastores reciben el «evangelio» de la paz, rompe estos prejuicios religiosos y afirma que son precisamente los considerados «pecadores» por la espiritualidad farisea quienes reciben el mensaje gozoso de la paz que trae Jesucristo. Frente al desprecio que estas personas experimentaban por parte de quienes establecían las fronteras entre el pecado y la santidad, los ángeles anuncian el nacimiento de quien con la entrega de su vida viene a buscar a los pecadores. Se explica así que los pastores se admiraban de lo que habían oído de aquel niño. Es la admiración que produce el evangelio como buena nueva de la salvación, el estremecimiento espiritual de quienes se sienten amados por Dios que rompe las fronteras que establecen los hombres.

            San Lucas afirma que María conservaba todo esto meditándolo en su corazón. Hagamos como ella y también nosotros seremos instrumento de paz entre los hombres. ¡Que venga la paz en este año 2017!

+ César Franco

Obispo de Segovia.

Sábado, 24 Diciembre 2016 08:23

Día de Navidad 2016: Se llama Jesucristo

 

            El evangelio de san Juan comienza con un solemne prólogo que se lee el día de Navidad y durante los días siguientes. Es un himno de enorme belleza y densidad que nos remonta a la eternidad de Dios, al principio sin principio, antes de que se existiera nada, para decirnos que el Verbo existía junto a Dios y era Dios. Quien lea por primera vez este prólogo no sabe de quién habla el evangelista, ignora quién es el misterioso ser del que se dicen verdades sorprendentes: por su medio se ha hecho todo; en él está la Vida; es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; ha sido rechazado por los suyos, pero tiene poder para hacer de cuantos le acogen hijos de Dios.

            ¿Quién es este Verbo? Si seguimos leyendo el prólogo, aprendemos que en un momento determinado se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros; y se dice que es el Hijo único de Dios. Y quien escribe esto afirma incluso que él, junto con otros testigos, han contemplado su gloria y lo han visto lleno de gracia y de verdad. Finalmente, para más asombro, se afirma que este Verbo, Hijo de Dios, se llama Jesucristo, que ha venido precisamente a revelar, es decir, a explicar y dar a conocer a Dios, a quien nadie ha visto jamás.

            Esto es la Navidad: Dios rompe su misterio, su inmenso silencio, para darnos su Verbo eterno y mostrarnos el rostro visible del Dios invisible. Dios, dice Ratzinger, se ha mediado en Cristo. Ha querido explicarse a sí mismo mediante el único que conoce todo de él porque desde siempre, antes de todos los siglos, estaba junto a él, le hablaba, le conocía, le amaba infinitamente. El autor del prólogo, que parte de la eternidad de Dios, desciende hasta la historia concreta de su tiempo para decir que el Verbo se ha hecho carne, es decir, medida humana, tiempo y espacio, fragilidad y muerte, para compartir con los hombres su destino y ser el consuelo del que habló Isaías a quienes estaban postrados en las tinieblas y sombras de la muerte. Dios ha salido de sí y nos ha entregado al Hijo de sus entrañas infinitas, al inmortal y creador con él de todo lo visible e invisible. Se trata de Jesucristo, al que adoramos hoy en la pequeñez y fragilidad de un niño. Dios hecho niño, fajado con pañales, colocado en un pesebre, sobrecogiendo al universo con su silencio y con su llanto.

            En su origen, este magnífico himno se escribió para los miembros del pueblo de Israel. Por eso su autor dice que la Ley se nos dio por medio de Moisés. La gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. La Ley mosaica venía de Dios. Pero sólo era Ley. Para salvarse había que cumplirla. Ahora es distinto: hay que acoger al que Dios envía: su Verbo vivo, su Palabra creadora y comunicadora de vida. Ha pasado el tiempo de la Ley para dar paso al tiempo de la gracia y la verdad. También la Ley participaba de esa verdad y gracia, pero no podía ofrecerla en plenitud. Sólo el Hijo de Dios podía tender el puente entre el misterio insondable de Dios y la concreta historia del hombre, de cada hombre, de todo hombre. Sólo el Hijo podía revelarnos al que le había engendrado desde toda la eternidad: el Padre. Este es el misterio de la Navidad, ante el cual sólo cabe asombro, adoración, silencio. El mismo silencio que trae el Niño de Belén en el acatamiento de la voluntad de su Padre. Y sólo cabe acogerlo con infinito gozo, porque en él reside la luz y vida de los hombres. La oscuridad sobre el destino de la humanidad y del cosmos ha sido quebrada para siempre por la Luz eterna que da sentido a la creación y a la historia de los hombres. Ha aparecido, dice san Pablo, la bondad de Dios y su amor por el hombre. El Verbo se ha hecho carne.

+ César Franco

Obispo de Segovia