Cuando se habla de la compasión de Cristo, se tiende espontáneamente a considerarla como la actitud que le acerca a los enfermos, pobres o necesitados desde el punto de vista material. Jesús se compadecía ciertamente de los ciegos, sordos, leprosos y paralíticos. Y atendía también las necesidades de los pobres pues había instituido entre los apóstoles una bolsa común para hacer limosnas. Sabemos que Judas, el que lo entregó, se encargaba de este menester. Quien acudía a Cristo sabía que nunca volvería de vacío. El evangelio de este domingo nos habla de un aspecto de la compasión de Cristo que merece mucha más atención de la que a menudo se le presta. Cuando los apóstoles regresan de la misión a la que Jesús les ha enviado, éste debió observar que regresaban fatigados y les invitó a retirarse a un sitio tranquilo para descansar, pues eran tantos los que les buscaban que no tenían tiempo ni para comer. El descanso debió durar muy poco, pues, cuando la gente descubrió a dónde se dirigían, fueron corriendo por tierra y llegaron antes que Jesús y los apóstoles alcanzaran por barca la otra orilla. Dice el evangelista que, al desembarcar, «Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34). La compasión de Jesús se dirige, según este pasaje, al hecho de no tener pastor que les acompañe y enseñe «muchas cosas». Evoca esta escena los textos del Antiguo Testamento en los que Dios, contemplando la ausencia de pastores que guíen a su pueblo, determina convertirse él mismo en su pastor. A Jesús se le conmueven las entrañas ante la necesidad espiritual del pueblo y comenzó a enseñarles muchas cosas. Antes de darles el pan físico, que multiplicará para saciar su hambre, les ofrece el pan de la enseñanza, que necesitan para vivir como discípulos suyos. Por eso le buscan, como buscaba Israel la sabiduría, sin la cual serían presa de la ignorancia. El evangelista no precisa en qué consistió la enseñanza de Cristo. Se contenta con decir «muchas cosas». Sabemos que la enseñanza de Jesús estaba centrada en el Reino de Dios. Las «cosas» de Jesús son las cosas de su Padre, lo que ha visto y oído de él. Quien lea detenidamente el conocido como «sermón del monte» de Mateo, se dará cuenta de la variedad de enseñanzas que Cristo ofrece a los suyos, como los profetas habían hecho con Israel. Jesús aparece, pues, como el Mesías que enseña la sabiduría y alimenta a su rebaño como buen pastor. El deseo de quienes buscan a Jesús y van tras él corriendo hasta hallarle es correspondido con su disposición a enseñar. También hoy, mirada la gente con compasión, descubrimos que tiene necesidad de pastores que dediquen tiempo a enseñar las cosas de Dios. La ignorancia religiosa es una forma de pobreza que no puede dejar indiferentes a quienes somos pastores del pueblo de Dios. Entre las obras de misericordia espirituales figura la de enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, dar buen consejo al que lo necesita. Todo esto pertenece al ministerio de la palabra, que constituye el primer oficio del pastor: anunciar el evangelio a todas las gentes. La Iglesia entera debe aprender de Cristo su compasión y participar de su actitud «pastoral» cada vez que descubre la necesidad que el hombre tiene de conocer los misterios del Reino. El mandato de Cristo, antes de subir a los cielos fue precisamente éste: «Id y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado». Nada de esto podremos hacer sin poseer la compasión de Cristo. + César Franco Obispo de Segovia.