El día 1 de septiembre la Iglesia celebraba, por deseo del Papa Francisco, la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación, e iniciaba el Tiempo de la Creación que culmina este 4 de octubre en memoria de san Francisco de Asís. La sensibilidad actual hacia la ecología ha puesto la creación en el centro de la reflexión teológica, aunque hay que decir que no es ninguna novedad, dado que en la Biblia y en la enseñanza de la Iglesia la teología de la Creación es uno de los goznes sobre los que gira el pensamiento católico. La creación que Dios puso bajo el cuidado de Adán y Eva es, como se dice ahora, la «casa común» que debemos proteger de todo pillaje, atropello, deterioro y, en último término, aniquilamiento. El hombre no es dueño de lo creado; sólo su custodio y protector. Los atentados contra lo creado se convierten en pecados contra el Creador y contra el mismo hombre. Según el papa Francisco, este Tiempo de la Creación es «un tiempo sagrado para recordar, regresar, descansar, reparar y alegrarse». Deseo hacer algunas consideraciones siguiendo la cadena de estos verbos. Tiempo para recordar que la creación salida de las manos de Dios no está llamada a la destrucción sino a la vida más allá de este tiempo de la historia humana. Dios no ha creado nada para la muerte, sino para la vida. Y de la forma que sólo Dios conoce, también la creación será glorificada cuando Dios consume su obra. Así lo dice san Pablo en su genial capítulo 8 de la carta a los Romanos que presenta a la creación gimiendo por la esclavitud a la que le somete el pecado del hombre y ansiando verse libre de su tiranía. Tiempo para regresar a la conciencia de ser criaturas de Dios, hechos a su imagen y semejanza. Sólo si vivimos la adecuada relación con el universo en nuestra vocación de custodios, nunca de dominadores absolutos, podemos conducirlo hacia su meta final. En este sentido, es muy actual lo que dijo Benedicto XVI en el Parlamento alemán: «Hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana». ¿No hay cierta hipocresía al hablar de la ecología y asumir, no obstante, ideologías que cercenan la ecología humana? Tiempo para descansar, porque la creación no ha nacido de las manos de Dios para condenar al hombre a un trabajo exhaustivo y esclavizante en el que la única meta es la explotación egoísta de los recursos naturales. Dios descansó el séptimo día y, contemplando su obra, vio que era buena y bella. El hombre debe también descansar y optar por estilos de vida que compaginen el trabajo con la admiración y contemplación de lo creado. Tiempo para reparar y alegrarse. Necesitamos reparar el mal hecho con una nueva, respetuosa y benéfica relación con la creación. Para ello, como dice el Génesis, debemos tener en cuenta que el pecado original ha introducido en nuestra naturaleza un germen de dominio que corrompe nuestra vocación de custodiar la naturaleza, a la que servimos si no borramos de nosotros la imagen de Dios. Entonces, la reparación del mal nos inundará de gozo y cantaremos con toda la creación al Dios que nos ha llamado a la vida que trasciende la muerte. Si el universo, por sí mismo, canta la gloria de Dios, unámonos a su alabanza como hizo san Francisco de Asís. + César FrancoObispo de Segovia