Hay palabras de Jesús especialmente significativas. Se dirigen a cada persona y son una invitación a la relación con él. En el evangelio de hoy, Jesús se dirige al Padre para darle gracias porque ha escondido los secretos del Reino a los sabios y entendidos y los ha revelado a la gente sencilla. Para entender bien estas palabras hay que tener en cuenta que el evangelista, previamente, hace notar que la predicación de Jesús ha sido rechazada por quienes le acusan de tener relación con pecadores y publicanos e incluso de estar endemoniado. Son los «sabios» de este mundo que se consideran con derecho de juzgar a los demás, incluso a Jesús, descalificando su enseñanza. Por el contrario, los que seguían a Jesús eran considerados como una pobre gente, sin formación ni doctrina, que, no obstante, acogían con alegría las palabras de Jesús. Por eso Jesús da gracias al Padre, porque a estos les ha revelado las cosas del Reino.

Jesús da un paso más: a esa gente

En el evangelio de este domingo, Jesús se presenta con la exigencia radical de ser amado por encima de todo: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (M7 10,37-39). El amor a Jesús debe estar por encima de cualquier otro amor, hasta el punto de llegar a dar la vida por él.

Si lo pensamos bien, esta radicalidad del amor que pide Jesús para sí, es semejante a la que el hombre solicita. No nos contentamos con ser amados a medias, ni toleramos un amor que se reserve zonas privadas . Queremos la entrega total, la sinceridad de la donación, la exclusividad de ser amados como únicos. Incluso cuando la familia interfiere en las relaciones conyugales o de simple amistad, nos sentimos amenazados es la totalidad que deseamos.

El próximo lunes, 22 de junio, la Diócesis de Segovia celebrará en su iglesia Catedral la misa crismal. Esta misa se celebra litúrgicamente el Jueves Santo por la mañana, día en que Jesucristo instituye los sacramentos de la eucaristía y del sacerdocio y proclama el mandamiento del amor. Es una misa poco conocida por los fieles. No obstante, cuando participan en ella perciben su extraordinario contenido teológico, espiritual y profundamente humano. En ella, el obispo y su presbiterio convocan a la diócesis para bendecir los óleos de catecúmenos y enfermos y consagrar el crisma que se usará en el bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal. También en esta misa los sacerdotes renuevan los compromisos asumidos en su ordenación en favor del pueblo cristiano.

Debido a la pandemia del coronavirus, la misa crismal no pudo celebrarse en el día más cercano al jueves santo como suele hacerse en las diócesis de España. Los obispos recibimos de la Santa Sede la

Aunque este año no habrá procesión del Corpus a causa de la pandemia, la Eucaristía merece que le prestemos toda la atención, pues sin ella la Iglesia no sería el Cuerpo de Cristo. Hay que recordar que la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. Son dos realidades que se exigen la una a la otra, como se deriva de la enseñanza de san Pablo. Al comer todos del mismo pan formamos un solo cuerpo.

El Señor Jesús ha querido quedarse con nosotros de una forma misteriosa pero real: sabemos que vive entre nosotros de muchas maneras, pero especialmente mediante el sacramento de la Eucaristía que prolonga en la historia su auto-donación. El se ha dado de una vez por todas en el sacrificio de la cruz y se sigue dando en su presencia sacramental, que constituye el gran tesoro que custodia la Iglesia. Quizás nos hemos acostumbrado a ello, y lo valoramos poco. En este tiempo de pandemia, muchos cristianos echan de menos comulgar, participar en la mesa del

El domingo de la Santísima Trinidad celebramos la Jornada Mundial Pro Orantibus, es decir, por los que dedican su vida en los monasterios de vida contemplativa a orar por la Iglesia y la humanidad. Son hombres y mujeres que han hecho de su vida una permanente ofrenda a Dios, una alabanza continua a su gloria y una intercesión por las necesidades espirituales y materiales de los hombres. Permanecen muchas veces en el olvido, no digo ya del mundo, sino incluso de cristianos que desconocen este modo de vivir en la Iglesia o no lo valoran como conviene.
El hecho de que se celebre esta Jornada el día de la Santísima Trinidad es todo un signo. Dios es el fundamento de todo lo que existe. El Dios revelado en Cristo es, además, un Dios amor y comunión. Son tres personas que se aman en una unidad indestructible a imagen de la cual hemos sido creados. Este Dios inefable y cercano, trascendente y encarnado en el Hijo, todopoderoso y anonadado en la cruz, Juez universal y humilde

La fiesta de Pentecostés era la segunda fiesta de peregrinación del pueblo judío. Se la denominaba «la fiesta de las semanas», porque se celebraba siete semanas después de la Pascua. Se llevaba como ofrenda dos panes fermentados y ramos de espigas, frutos de la cosecha, en recuerdo de sus orígenes como fiesta de la siega.

La venida del Espíritu tiene mucho de Pascua y de cosecha. De Pascua, porque el Espíritu nos viene de Cristo muerto y resucitado. Cuando Jesús muere, Marcos dice escuetamente que «expiró»; Juan matiza: «entregó el espíritu». El agua que brota del costado abierto de Cristo es el símbolo del Espíritu, el agua viva que promete a la samaritana, y que podrán beber todos los que tengan sed y deseen creer en él. Cuando Jesús resucitado se aparece a los apóstoles —como dice hoy el evangelio— les muestra las llagas de su pasión y les otorga la paz. Después realiza un gesto que recuerda lo que hizo Dios en la creación: sopló sobre

Jesús no es un profeta más de los que, según la tradición bíblica, fueron llevados al cielo en un carro de fuego como Elías o Henoc, a quien Dios lo arrebató sin pasar por la muerte. El misterio de la Ascensión, que celebramos este domingo, no es un paralelo de estas elevaciones al cielo, sino que se sitúa en el nivel de la trascendencia divina. Quien sube a los cielos es el eterno Hijo de Dios que tomó nuestra carne en el seno de María y, resucitado de entre los muertos, alcanza el señorío sobre el cosmos, como dice Jesús en su despedida: «Se me ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra» (Mt 26,18).

Este poder, o autoridad, es simbolizado también en el gesto de sentarse a la derecha del Padre, indicando así que Jesús, también en cuanto hombre, goza de su misma dignidad. Cuando san Pablo reflexiona sobre este hecho en la carta a los Efesios, dice que Dios lo sentó a su derecha «por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por

Celebramos en este domingo la Pascua del Enfermo. Es el sexto domingo de Pascua, cerca ya de la Ascensión. Las palabras de Jesús tienen aire de despedida: «No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros» (Jn 14,18). Jesús no se refiere a su vuelta al fin de los tiempos, sino a una inmediata que tendrá lugar en Pentecostés cuando envíe al Espíritu Santo, que en griego se llama Paráclito. «Yo pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad» (Jn 14,16). ¿Por qué habla Jesús de otro Paráclito? ¿Qué significa este nombre?

En griego, Paráclito significa «el que consuela». Es natural que, al quedarse sin Jesús, los discípulos se sintieran tristes, huérfanos. Se marchaba su maestro y su amigo. Regresaba al Padre el que había sido su consuelo durante el tiempo que había estado con ellos. Por eso habla de otro Paráclito, porque el primero fue él. Este título de «consolador» se daba al Mesías, pues

Es frecuente, en el diálogo pastoral, que personas no creyentes manifiesten su deseo de creer y lo expresen de diversas maneras: si yo tuviera la suerte de tener fe… si alguien me mostrara el camino… La hija de Charles Chaplin, Geraldin, cuenta que su padre era ateo, pero la envió a estudiar a colegios católicos. En cierta ocasión, fue invitado por el colegio de su hija y afirmó: «Querría tanto poder creer, sería tan bello que alguien me convirtiese…».
La fe es un don de Dios, ciertamente. Pero es también una búsqueda del hombre que, en ocasiones, se hace tortuosa y difícil. Hay un camino, sin embargo, en esta búsqueda que siempre da resultado. Consiste en mirar a Cristo, contemplar su persona, observar sus obras. Exactamente es lo que dice él en el evangelio que se proclama en este domingo de Pascua. Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su partida, se entristecen. El Maestro los consuela diciendo que va a prepararles una morada en la casa de su Padre y

El cuarto domingo de Pascua se centra en el Buen Pastor. No puedo celebrar este domingo sin recordar a quienes, en estos días de confinamiento, nos han abandonado. Pastores y fieles. Todos hemos sufrido. Las familias sin poder acompañar a sus seres queridos. El presbiterio diocesano que no ha podido celebrar unido la eucaristía por quienes han pastoreado el pueblo de Dios en Segovia. Quiero recordar sus nombres: Isidoro Mardomingo, Juan Bayona, Ángel García, Andrés Rodao. Todos ellos nos han precedido en el ejercicio de un ministerio que nos supera, el de Cristo, Pastor y Puerta de las ovejas.
Llama la atención que Jesús utilice esta doble imagen, en apariencia contradictoria, para definirse a sí mismo. Todos entendemos la imagen del pastor, que conoce y reúne a sus ovejas, las llama por su nombre y conduce a verdes praderas. La imagen del Buen Pastor está, sobre todo, asociada a su muerte. Porque Jesús ha arriesgado su vida hasta darla totalmente por salvar a su