Viernes, 20 Diciembre 2019 07:43

El Enmanuel es Jesús.D. IV adviento

En la Biblia Dios recibe muchos nombres y apelativos. Es el Creador, el Salvador y Redentor, el Rey y Pastor de Israel. En razón de su misericordia, es «Dios de ternura y compasión», que protege a huérfanos, viudas y emigrantes. Es Remunerador de vivos y muertos, el Juez inapelable y Señor de todos los pueblos. Por su acción en la historia de Israel es el «Dios de nuestros padres», al que rinden culto todas las generaciones. Y, por su capacidad de recrear el universo, es el Dios de la vida, el que hace fecundos los senos estériles y resucita a los muertos.
Al revelarse a Moisés, Dios se ha nombrado a sí mismo: «Soy el que soy», fórmula que sintetiza el nombre propio de Dios: Yahveh. Dado que el nombre de Dios representa su naturaleza, el pueblo judío evita pronunciar su nombre usando otros apelativos. Así salvaguarda su trascendencia y santidad. En cierto sentido es el innombrable.
Además del sentido trascendente del nombre de Dios, hay otro nombre que

Además de las ocho bienaventuranzas que conocemos por el evangelio de Mateo, existen otras pronunciadas por Jesús, que salpican los relatos evangélicos y forman un conjunto de dichos que ayudan al cristiano a vivir la alegría del evangelio. Técnicamente se les llama «macarismos» porque comienzan con la palabra griega «makarios», que significa dichoso, bienaventurado. En este tercer domingo de Adviento tenemos precisamente uno de esos dichos, que resulta un tanto enigmático.
Para comprenderlo bien, es preciso tener en cuenta el contexto en que se halla. Juan Bautista, que estaba encarcelado, recibió noticias del modo en que Jesús se presentaba como mesías, muy distinto del que se esperaba en Israel, y envió a dos de sus discípulos para que le preguntasen si era él el mesías que había de venir o tenían que esperar a otro. Jesús no responde a los emisarios de Juan de modo abstracto, ni con teorías sobre el mesías, sino se remite a los hechos que hace y a

Martes, 10 Diciembre 2019 07:37

Dios gana la partida.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María pone de manifiesto el triunfo de Dios sobre el mal. Podemos decir que Dios le gana la partida a Satanás, cuando en el paraíso hizo caer a nuestros primeros padres. La imagen de Adán escondiéndose entre los matorrales cuando Dios le llama, apelando a que estaba desnudo, es muy significativa de lo que es el pecado: «Me dio miedo porque estaba desnudo y me escondí». El pecado ha roto la relación de Dios, que, sin embargo, sigue buscando al hombre: «¿Dónde estás?»
Después de la caída, Dios no se da por vencido. Ha creado al hombre en gracia y belleza esplendorosa. Dios no ha introducido el pecado en el mundo, sino Satanás. Por eso, después de castigar a la serpiente, a Eva y Adán, Dios anuncia lo que se ha llamado el «protoevangelio»: el primer anuncio de la buena noticia. La mujer y su descendencia que, según Dios, aplastará la cabeza de la serpiente no es otra sino María, la Madre de Jesús. En el

El hombre vive en una tensión permanente entre el deseo y su realización. Sosteniendo esta tensión está la esperanza. Cuando se pierde, es como si al hombre le arrancaran de cuajo los deseos de vivir. Por eso, los maestros espirituales dicen que la desesperanza es el peor pecado, porque nos precipita en la muerte.
Dios ha buscado desde su creación sostenerlo en la esperanza de una vida feliz. A pesar del pecado de origen, no ha dejado de darle pruebas de su amor con promesas de felicidad y de vida eterna. El hombre no siempre ha sabido, ni sabe verlas, porque se aferra a esta tierra como si fuera el paraíso y se olvida de mirar más allá de la muerte. Pero Dios —insisto— nos ha prometido la felicidad, que colmará nuestros deseos, y la ha cumplido al enviarnos a su Hijo Jesucristo.
El tiempo de Adviento y Navidad es la prueba de que Dios cumple sus promesas. Es el Dios que sostiene la esperanza del hombre y lo hace enviándonos a quien san Pablo llama

El año litúrgico se cierra con la solemnidad de Cristo Rey. Quizás la costumbre de llamar rey a Cristo nos lleva a considerar aspectos de su realeza y olvidar otros. Es rey porque vendrá al fin de los tiempos a juzgar a vivos y muertos y establecer su reino para siempre; es rey porque tiene autoridad sobre el universo; es rey porque establece su soberanía en los suyos. En un momento de su vida las turbas quisieron hacerle rey porque les había dado de comer. También Pilato le pregunta si era rey. Jesús se lo confirma, pero al mismo tiempo corrige el concepto de realeza del procurador: «Yo para esto he nacido —le replica Jesús— y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37).
¿Cuál es la verdad de Cristo? A esta pregunta responde el evangelio de hoy con la dramática y conmovedora escena de las burlas a Cristo crucificado en el Calvario. Las autoridades religiosas, los soldados y el pueblo

Al acercarnos al fin del año litúrgico, cuya clausura es la fiesta de Cristo Rey, la Iglesia nos invita a pensar en el fin de este mundo creado. Para esta reflexión, la Iglesia recoge un discurso de Jesús, llamado escatológico, porque trata de las cosas que sucederán al fin de los tiempos. En este domingo leemos la versión que Lucas ofrece de dicho discurso.
El hecho de que Jesús hable de guerras y revoluciones, terremotos, hambrunas, pestes y signos espantosos en el cielo ha contribuido a que muchos cristianos se hayan formado una imagen del fin del mundo llena de terror. Se añade a esto el que Jesús anuncie a sus seguidores persecuciones, incluso por parte de sus familiares y amigos, que causarán la muerte de muchos.
Desde el inicio del cristianismo no han dejado de suceder este tipo de acontecimientos: los cristianos han sufrido persecuciones y muertes allí donde se ha anunciado el evangelio. También ha habido pestes, terremotos y catástrofes

La jornada de la Iglesia diocesana nos recuerda cada año que la Iglesia es una gran familia en la que cada cristiano expresa su pertenencia a la comunidad instituida por Cristo. Cada bautizado es un don para toda la Iglesia en la medida en que toma conciencia de que, por muchos que seamos, cada uno aporta la riqueza de su individualidad y los dones que ha recibido de Dios.
Ese es el sentido de la idea que se quiere transmitir en la jornada de este año: «Sin ti, no hay presente. Contigo hay futuro». En la vida social y política de los pueblos, la importancia de cada persona se pone de relieve cuando llegan las jornadas electorales que determinan el futuro de la sociedad. Por eso, los líderes políticos buscan el voto en las grandes ciudades y en los pueblos más perdidos de la geografía. La Iglesia no es una comunidad política. Su fuerza no reside en el número de los que la constituyen como familia o pueblo de Dios. El valor de cada individuo reside en que es un

Hay relatos evangélicos que, a pesar de su concisión, recogen como en un arca de tesoros la esencia de la revelación de Cristo. La historia de Zaqueo es un caso ejemplar de esto. El relato concluye así: «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Esta es la misión de Cristo: buscar y salvar lo perdido. Como buen Pastor busca la oveja perdida y sale al encuentro de quien más le necesita, como sabemos por la parábola del hijo pródigo.
Si observamos bien, la historia de Zaqueo tiene un gran parecido con la parábola del hijo pródigo. Zaqueo es un pecador público, que se había enriquecido con el dinero de los demás extorsionando a los pobres. Cuando Jesús llega a Jericó, Zaqueo busca discernir quién es, desea verlo y, como era bajo de estatura, se sube a un sicomoro. Como el hijo pródigo que anhela retornar al Padre, surge en él el deseo de ir a Jesús. El hijo pródigo había caído en la pobreza más radical del pecado, pero en

Jueves, 24 Octubre 2019 08:33

Justos y pecadores. Domingo XXX T.O

 

La parábola del fariseo y del publicano, que leemos en este domingo, es algo más que una simple contraposición entre dos tipos de personajes que existían en tiempos de Jesús. Los fariseos eran un grupo social bien definido, que se caracterizaba por el estricto cumplimiento de las prescripciones de la ley. Etimológicamente, la palabra «fariseo» proviene de la raíz hebrea que significa «separado», porque dicho grupo se caracterizaba por formar un especie de casta dentro del judaísmo, que, en su afán por la ortodoxia, se convertían en censores del comportamiento moral de los demás. Sabemos, por los evangelios, que espiaban a Jesús para ver si cumplía la ley y si la enseñaba según sus propios cánones. El evangelio de hoy retrata muy bien a este tipo de personas cuando dice que Jesús dirige la parábola «a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás». En su oración, en efecto, el fariseo

 

En el evangelio de este domingo, Jesús cuenta la parábola del juez inicuo que no quería atender las quejas de una viuda que acudía a él para que la defendiera de sus enemigos. Harto de escuchar los lamentos de la pobre mujer decidió atenderla, no tanto movido por la justicia, cuanto para evitar que, al no ser acogida, terminara por pegarle en la cara. El evangelista dice claramente cuál es la intención de la parábola: animar a los discípulos a orar sin desfallecer, pues si el juez inicuo termina haciendo justicia, Dios, que es sumamente justo, escuchará las súplicas de quienes acudan a él.
Recordarán los lectores que, en domingos anteriores, hemos comentado una parábola muy parecida a ésta: la del amigo inoportuno, que, a fuerza de insistir, consigue el favor que quiere. Jesús utiliza situaciones de la vida ordinaria para explicar su doctrina sobre los diversos aspectos de la vida moral. La parábola de hoy se cierra con unas palabras de