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CON MIRADA AGRADECIDA...

CON MIRADA AGRADECIDA

A lo largo de este año 2020 un grupo de sacerdotes en nuestra Diócesis celebra sus Bodas de Platino (Juan de Frutos), Diamante (Alfonso M. Frechel, Jesús Hernangómez, José L. Sancho Nuño, Tomás R. Rincón -sin foto-, Eloy Tejero, Félix G. Matarranz), Oro (Teodoro Cuesta, Ángel García, Jesús Torres, Julio Martín) y Plata (Fernando Mateo, Edilberto Parada). Entre los que celebran las bodas de oro, me encuentro yo. Por ello, doy gracias a Dios, por encima de todo.

La vida de mis hermanos ­­—sobre todo quienes celebran sus bodas de diamante, como quienes celebramos las de oro y de plata también— ha sido un entresijo de circunstancias y acontecimientos, donde el dedo de Dios ha ido dirigiendo nuestra historia. Con mirada retrospectiva, unas circunstancias socio-políticas no fáciles en tantas ocasiones, para hablar con la libertad de los hijos de Dios, para dar y presentar el mensaje cristiano con toda su nitidez; recordemos las secuelas del "mayo del 68", el prohibido prohibir,...

El final de una situación política de España, no fácil para la Iglesia que peregrinaba. ¿Cómo encajar esta situación dentro de una Europa homogénea y un acontecimiento, ­­—el más importante del siglo XX— el Concilio Vaticano II, con todo un bagaje eclesial, pastoral, etc. Era muy necesario abrir de par en par las ventanas de nuestra Iglesia, a fin de que el aire y soplo del Espíritu que envolvía el Concilio Vaticano II renovara nuestros ambientes intraeclesiales, enrarecidos por la polilla del conformismo y de la instalación. Era urgente tomar conciencia y dar paso, de una Iglesia basada en el poder, a una Iglesia de servicio: volver a sus raíces, lavar los pies a los hermanos. Ser más testigos que maestros, sin olvidar nuestra tarea de evangelizadores. No fueron tiempos fáciles, por supuesto, el viento no siempre era favorable. Hubo que remar, en muchas ocasiones, a contracorriente. Pero la fidelidad del Señor siempre estuvo a nuestro lado: ciertamente soñamos con planes pastorales innovadores, nuevas metodologías, ensayos diversos en catequesis, en reuniones, homilías... Todo ello muy relativo con el discurrir de los días: lo más significativo e importante fue "sembrar contra toda esperanza", haciendo realidad lo de san Pablo: "Ay de mí, si no evangelizare", o hacer realidad el lema de san Juan de Ávila, patrono del clero español: "su amor, la Iglesia y las almas".

Al mirar hacia atrás en este itinerario de 65, 60, 50 o 25 años de ministerio sacerdotal, la gratitud debe primar por encima de todo. A Dios, dador de nuestra vocación sin merecerla, a nuestra familia —base humana de nuestro existir—, a las personas que nos ayudaron a crecer y madurar en nuestra etapa de Seminario: educadores, profesores... Y a las comunidades y lugares donde fuimos enviados, ellas nos enseñaron a ser sacerdotes... ¡Cuántas lecciones anónimas, clases magisteriales de fe, de entrega, de amor desmedido! A pesar de nuestra debilidad, envuelta en la misericordia de Dios, que ha ido marcando nuestra historia. Él ha sido quien ha dirigido nuestra vida, como siervos inútiles, pastores de la última hora y solo de Él hemos aprendido cómo debemos anunciar su mensaje y cómo hemos de servir a los hermanos. A pesar de nuestra fragilidad, una mirada alegre y agradecida a un ayer —con sus luces y sombras—, a un hoy lleno de inmensa gratitud, y a un mañana repleto de esperanza.

Gratitud, enhorabuena y un deseo de que alguien, los jóvenes de nuestra Diócesis, recojan el testigo.

Ángel García Rivilla