Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

Viernes, 01 Marzo 2019 09:07

Visita pastoral en La Granja-San Medel

Acabo de terminar la visita pastoral al arciprestazgo de La Granja-San Medel y deseo compartir algunas impresiones. En primer lugar, agradezco a los sacerdotes y a las parroquias su cordial acogida y la organización de la visita. También a los alcaldes que han contribuido con la cesión de locales para poder tener encuentros diversos. Y, sobre todo, a cuantos han participado en los actos programados: niños, jóvenes, matrimonios, agentes de pastoral, ancianos.
Mi impresión ha sido muy positiva. Aunque las parroquias son muy distintas unas de otras, en razón del número de habitantes y de su sociología, en todas me he encontrado con personas que valoran su fe y procuran vivirla con fidelidad. También he visto, a pesar de las campañas en contra de la Iglesia, que aman la Iglesia y se sienten miembros vivos de ella. En muchas parroquias, los sacerdotes son mayores, alguno está enfermo, pero cuentan con laicos que se responsabilizan de llevar adelante el día a día de la comunidad.
He visitado también las residencias de mayores. Han sido encuentros gratificantes. En primer lugar, porque los ancianos y enfermos deben ser prioritarios en nuestra pastoral: son verdaderos pobres en el sentido evangélico, que requieren nuestra compañía y cariño. He visto cómo gozan en la celebración de la eucaristía, donde perciben que son comunidad eclesial y predilectos de Cristo. Sus testimonios de alegría y gratitud son conmovedores. Y la experiencia acumulada durante toda su vida, una riqueza incalculable.
También he visitado escuelas e institutos, dialogando con los niños y adolescentes que participan en la clase de religión. Agradezco a los directores y profesores su cordial acogida. El tiempo que he pasado en estos centros escolares me confirma en la importancia de la religión para la formación integral del alumno, y el interés que suscita la presencia del obispo, a quien pueden preguntarle sin trabas sobre sus dudas, inquietudes y otros aspectos de la Iglesia.
Aprovechando la visita pastoral, he confirmado a grupos de adolescentes animándoles a seguir adelante en la formación que no termina con la recepción del sacramento. Mi gratitud se dirige a los catequistas que, con paciencia y tesón, dedican su tiempo a esta imprescindible tarea. También he invitado a los laicos para que se animen a ser catequistas de los diversos niveles, pues sin catequesis no es posible crecer y madurar en la fe.
No todo son luces. También hay sombras que preocupan a las comunidades, a los sacerdotes y al obispo. La primera es la falta de continuidad de quienes reciben la primera comunión y la confirmación. Este fallo se achaca, en primer lugar, a los padres, que ven en los sacramentos simples ritos sociales, separados de su dimensión religiosa y eclesial. Hay que luchar contra esta concepción, invitando a los padres a valorar la fe que dieron a sus hijos en el bautismo y a ser sus primeros educadores en este terreno de la vida cristiana. También hay que fortalecer la formación de los catequistas, pues no basta la buena voluntad para serlo, sino formación sistemática y testimonio de vida cristiana. Trabajaremos por mejorar estos aspectos. La continuidad de las nuevas generaciones en la vida de la Iglesia depende de la conjunción de esfuerzos de padres, catequistas y sacerdotes.
Por último, es necesario que las parroquias no se cierren en sí mismas, sino que vivan en actitud misionera, acercándose a los alejados y acogiendo a quienes buscan en la parroquia un sentido a su vida, solución de sus problemas o la compañía de quienes somos, por gracia de Dios, testigos de la caridad de Cristo. No nos faltará la gracia de Dios ni la fuerza del Espíritu. ¡Gracias!

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

Viernes, 15 Febrero 2019 08:08

Bendición y maldición. Domingo VI. T.O.

Hay pasajes de la Biblia que, gracias a su sencillez y expresividad, se clavan en el alma con la fuerza de un dardo. El profeta Jeremías dice en la liturgia de este domingo: “Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; …Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua” (Jer 17,5-8). Para entender este paralelismo, el profeta ofrece la siguiente clave: “Nada hay más falso y enfermo que el corazón del hombre, ¿quién lo conoce?”. Es posible que muchos lectores piensen que el profeta era un escéptico pesimista en su consideración sobre el hombre. Sin la confianza en los demás es imposible vivir, trabajar, amar. ¿Cómo no vamos a confiar en el hombre? Dios mismo nos ha creado solidarios, abiertos a la comunicación y a la donación de nosotros mismos.
El mensaje del profeta parte de la experiencia del corazón humano, que tiende a buscar la seguridad donde no se encuentra. Se aferra a los afectos desordenados, a los sentimientos del momento, y puede pensar —voluntaria o inconscientemente— que la seguridad última, lo que llamamos salvación o felicidad plena, reside en el poder del hombre. Se olvida con frecuencia que el corazón del hombre está enfermo. Cada día lo atestiguan los hechos: amistades rotas, amores destrozados, relaciones frustradas. Hasta el ámbito más natural para la confianza —la familia— puede convertirse en un infierno cuando se desata el egoísmo y la violencia por el deseo de dominar al otro. Jeremías sabe que sólo quien echa raíces en Dios y vive cada día arraigándose en él es digno de bendición. Por el contrario, quien idolatra al hombre, o a sí mismo, será como un cardo en la estepa. Decía san Agustín que el hombre bienaventurado es el que echa raíces en el cielo y desde allí crece hacia la tierra. También de esto tenemos sobrada experiencia gracias al testimonio de personas que viven así.
Jesús recoge esta enseñanza en las bienaventuranzas de Lucas, donde contrapone la felicidad a la desgracia de una vida frustrada. Para Jesús, son felices los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los que son proscritos por causa de él. ¿Cómo es posible afirmar esto? ¿No luchamos para que desaparezca la pobreza, el hambre, el sufrimiento? Entonces, ¿cómo puede llamar felices a estos grupos de personas? Porque el profeta supone que, en las pruebas, ponen su confianza en Dios, que siempre tiene la última palabra. El Dios de la misericordia y la justicia.
Por el contrario, Jesús considera desgraciados a los ricos, saciados, alegres vividores, y a cuantos el mundo adula. Despreocupados del dolor y sufrimiento ajenos, Jesús les advierte del peligro que les acecha si consideran que su felicidad depende de lo que este mundo les ofrece. En toda esta enseñanza subyace una concepción hedonista de la vida, que ha perdido de vista la trascendencia, la vida del más allá, el juicio último de Dios. Jesús dramatiza este contraste entre la bienaventuranza y la malandanza en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. El secreto de una vida feliz es comprender que el corazón puede jugarnos malas pasadas, porque está enfermo y se aparta con frecuencia de la verdad: es falso y mudable. Ser feliz o desgraciado depende de la orientación que demos a nuestra vida en razón del destino último al que somos llamados. Por eso Jesús dice que no se puede servir a Dios y a las riquezas, porque son dos señores incompatibles y enemistados de raíz. Por eso, el olvido de Dios es la mayor desgracia que puede suceder al hombre, porque es pretender dar frutos en tierra árida.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

(Jornada Mundial de Manos Unidas)

Se cumplen ahora 60 años de la fundación de Manos Unidas por un grupo de mujeres de Acción Católica comprometidas con el Evangelio y con el hombre que padece hambre en el mundo. Eran mujeres sensibles, valientes, apostólicas. Hay que recordarlo hoy cuando se habla tanto de la mujer, de su dignidad y derechos inalienables. Mujeres que se identificaron con la Iglesia sin reservas y generaron iniciativas para visibilizar el rostro compasivo de los cristianos. Podemos decir que, a su manera, escucharon las palabras de Jesús a Pedro en el evangelio de hoy: «Echad las redes al mar». La pesca milagrosa es un signo del poder de Cristo y de la colaboración del hombre. Manos Unidas une también a las personas en la obra de misericordia que es dar de comer al hambriento y restablecerlo en su dignidad humana.
El lema de este año nos exhorta a trabajar por la igualdad y dignidad de las personas. No existirá igualdad ni dignidad mientras no haya justicia equitativa y distributiva que evite la terrible lacra del hambre, la desnutrición y la falta de las condiciones esenciales para que las personas vivan y desarrollen su existencia con la dignidad que merecen. Manos Unidas alza su voz y trabaja para lograr, con su esfuerzo diario, la igualdad y dignidad de las personas, cualquiera que sea su raza, cultura y credo religioso. Este año pone su acento en la mujer del siglo XXI, de la que afirma no ser independiente, ni segura ni con voz. «Una de cada tres mujeres de hoy no es como te la imaginas», dice la campaña.
Para superar estas injusticias es preciso luchar contra el pecado y las estructuras injustas que los poderes de este mundo establecen como reglas de juego. Hay carencias materiales, morales, estructuras opresoras que provienen del abuso del poder o de la injusticia. La liturgia de este domingo V del tiempo ordinario nos propone como ejemplo al profeta Isaías. Al narrar su vocación, él mismo reconoce que vive en un mundo impuro que necesita la acción de Dios. Y a la pregunta de Dios sobre a quién enviará para realizar esta tarea, el profeta responde: «Heme aquí, envíame». Sólo esta actitud es el fundamento de cualquier tarea de renovación y transformación de nuestro mundo injusto e insolidario. ¡Heme aquí, envíame! Se trata de hacerse disponible para ser enviado. Así hizo María y el mismo Cristo cuando dice: «Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Sabemos bien que los problemas que afectan a la humanidad no se solucionarán de modo definitivo y universal. Cristo no vino a dar solución a los problemas sociales y económicos. Pero cada vez que una persona recupera la dignidad perdida y se le reconoce su igualdad con el resto de los seres humanos se da un paso de gigante en la transformación de este mundo. El hombre tiene valor infinito a los ojos de su Criador. Todo debe girar en torno a la dignidad de la persona, eje central de la organización social y económica de los pueblos. «La dignidad de cada persona humana y el bien común —dice el Papa Francisco— son cuestiones que deberían estructurar toda la política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral» (EG 203).
El amor cristiano es fecundo. No busca el éxito sino la salvación integral del hombre, llamado a ser plenamente feliz. La campaña de Manos Unidas es una ocasión para poner en juego todas nuestras capacidades de servir a nuestros hermanos más necesitados de manera que ya aquí, en este mundo, experimenten que todos somos hijos del mismo Padre y miembros de la única familia humana.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

Jueves, 31 Enero 2019 11:33

Revista diocesana. Febrero 2019

 

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El domingo 13 de Enero se clausuraba el VIII centenario de la presencia dominica en Segovia. En este año de 2019 los Maristas celebran su centenario de la llegada a Segovia como educadores cristianos y las Misioneras Concepcionistas los 125 años de su Congregación. En Segovia —capital y provincia— hay monasterios de vida contemplativa muy antiguos que convierten la diócesis en un inmenso tesoro espiritual. También hay comunidades de vida activa que han marcado la historia de nuestra Iglesia diocesana. Todo nos invita a dar gracias a Dios por la vida consagrada, expresión indiscutible de la santidad de la Iglesia. Lo hacemos en este 2 de Febrero, como cada año, fiesta de la Presentación del Señor.
Que el pecado existe en la Iglesia es algo sabido. Cuando Cristo llama a los Doce, conocía los pecados de Judas, Pedro, Tomás… En la Iglesia primitiva existía, como en la nuestra, la división, la avaricia, el deseo de poder. La Iglesia es parte de la humanidad herida por el pecado. Ningún cristiano está exento de la amenaza permanente del pecado. Pero también existe la santidad, que hace a la Iglesia santa. Desde el bautismo somos consagrados a Cristo y su vida corre unida a la nuestra. Los consagrados y consagradas en la Iglesia son el rostro visible de su santidad. Se han entregado totalmente al Señor mediante los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, y aunque muchas veces no sean comprendidos, siempre suscitan el interrogante de por qué viven así. La razón es muy sencilla: buscan identificarse con Cristo y ser un signo de su presencia en el mundo. A veces les exigimos que sean intachables, perfectos, santos de altar. Y olvidamos que nuestro bautismo nos obliga a lo mismo. Ellos y ellas han consagrado su vida a Cristo en multitud de tareas que confluyen en el servicio de la caridad: están en escuelas, hospitales, misiones arriesgadas en el mundo de la marginación, la droga y la prostitución. Fundan comunidades para acoger a los que mundo margina, rezan en común, viven fraternalmente, se entregan hasta la muerte. ¿No nos dice esto nada? ¿No nos urge a ser mejores?
En las pasadas navidades he recibido correos electrónicos de misioneros y misioneras segovianos que llevan toda su vida fuera de su tierra. Sus confidencias son conmovedoras. Transcribo un párrafo de una Concepcionista Misionera de la Enseñanza: «Soy un hermana viejita de 93 añitos, ingresé a los 20 años y permanezco en Venezuela 53. He sido muy feliz trabajando con toda clase de niños, jóvenes y familias y ahorita me encuentro en la casa de las mayores completando y finalizando mi vida siendo toda del DUEÑO y de los hijos que me ha ido encomendando. Perdone que le diga estas cositas pero así soy. Cuente con mi oración y cariño de hermana en Cristo y pidiendo su bendición y agradecimiento». Esta es la vida consagrada: ser del Dueño y de los hijos que el Señor confía. Hermosa experiencia. Sólo espera finalizar su vida.
Por muchos que sean los pecados, no tienen el poder de una vida entregada a Dios, cuya fecundidad sólo él conoce. Los que se entregan a Dios plenamente reproducen la contradicción que marcó la vida de Cristo: no son nada en apariencia, pasan por el mundo sin hacer ruido, padecen incluso rechazo y persecución de los suyos, pero tienen el poder y la gracia de sanar, purificar y transformar este mundo en el nuevo y definitivo que anticipan en sus propias vidas, convertidas en una profecía de lo que Dios hará al fin de los tiempos. Sin la vida consagrada totalmente a Dios y a los hombres, este mundo sería muy oscuro, carente de esperanza, y viviríamos sin la luz que nos marca el camino, a pesar de las sombras, hacia la consumación de la nueva creación.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

La Diócesis de Segovia dedica todos sus esfuerzos a desempeñar la tarea pastoral que le es propia pero sin olvidar que el ingente patrimonio cultural que conforman los templos y los bienes muebles que en ellos se custodian, creados para el culto y la liturgia, requieren de un constante esfuerzo para garantizar su mantenimiento, conservación y restauración, a pesar de los exiguos recursos económicos disponibles en las parroquias y el Obispado y de la escasa colaboración del ente público.

La Diócesis, en colaboración con las parroquias, prioriza las intervenciones a realizar en función de su urgencia, con la finalidad de optimizar el presupuesto y garantizar tanto el uso cultual de los templos como la conservación del patrimonio cultural.

El año que ahora acaba se inició con tres iglesias cerradas al culto, a saber, la de Moraleja de Cuéllar, Ventosilla y Tejadilla y Fuentesoto, por la existencia de problemas estructurales severos en las cubiertas. Sin embargo, gracias al presupuesto de la Diócesis para obras en templos de los años 2017 y 2018 y al esfuerzo económico de las parroquias, los oriundos del lugar y algunos organismos públicos, estos tres templos están nuevamente abiertos al culto. Del mismo modo ha habido otros templos parroquiales que, sin estar cerrados, requerían de intervenciones urgentes para evitar su cierre cautelar, como eran los casos de las iglesias de El Negredo, Perogordo y Carbonero de Ahusín, y se han resuelto a lo largo del presente año.

Las actuaciones e inversiones realizadas en las referidas iglesias han sido las siguientes:

- Moraleja de Cuéllar: rehabilitación integral de la cubierta que ha requerido una inversión de 147.792,05 euros, de los cuales 61.697,50 euros los aportó la Consejería de Fomento, 40.000 euros el Obispado y los 46.094,55 euros restantes la Parroquia.
- Ventosilla y Tejadilla: rehabilitación integral de la cubierta que ha supuesto una inversión de 127.713,48 euros, con una aportación de 80.000 euros del Obispado y 47.713,48 euros de la Parroquia.
- Fuentesoto: rehabilitación integral de la cubierta de la nave central que ha requerido 88.967,32 euros, de los cuales 35.000 euros los aportó el Obispado, 10.000 euros el Ayuntamiento y los 43.967,32 euros restantes la Parroquia.
- El Negredo: rehabilitación integral de la cubierta que ha supuesto una inversión de 93.761,62 euros. Ha contado con una ayuda económica del Obispado de 34.598 euros, siendo asumidos los 59.163,62 euros restantes por la Parroquia y la Cofradía, si bien falta una ayuda económica del Ayuntamiento de Riaza, aún sin determinar. La rehabilitación de dicha cubierta se ha completado con la realización de nuevos yugos de madera para las campanas, cuyo coste ha ascendido a 1.845,25 euros que han sido sufragados por la Asociación Cultural del pueblo.
- Perogordo: recalce de la cimentación del templo con una inversión de 40.958,50 euros; 25.000 euros han sido aportados por el Obispado y los 15.958,50 euros restantes por la Parroquia.
- Carbonero de Ahusín: rehabilitación parcial de la cubierta, adecuación del pavimento de acceso y saneamiento y puesta en valor del atrio de entrada, que ha supuesto una inversión de 86.602,85 euros y ha contado con la colaboración del Obispado con 40.000 euros, del Ayuntamiento con 15.100 euros, de la Asociación Cristo del Amparo con 4.000 euros, de la Cámara Agraria de Ahusín con 2.000 euros y de la Parroquia con los 25.500 euros restantes.

Además de estas actuaciones, hay tres parroquias de la Diócesis que han ejecutado este año obras en sus iglesias parroquiales asumiendo el coste en solitario:

- Cuéllar: Rehabilitación integral de la cubierta y de la planta superior del acceso lateral de la iglesia de San Miguel, con una inversión de 69.850,63 euros.
- Trescasas: reparación de la cubierta, saneamiento de humedades, construcción de aseo y pintura exterior de la iglesia parroquial, con una inversión de 54.804,53 euros.
- Cabañas de Polendos: construcción de almacén, cuarto de calderas y aseo, con una inversión de 36.284,66 euros.

A todas estas inversiones hay que sumar otros 401.018,19 euros que han gastado las parroquias de la Diócesis para el mantenimiento, conservación y restauración tanto de los templos como de los bienes muebles que se custodian en ellos. Por otro lado están las inversiones que el Cabildo Catedralicio realiza en la Catedral y que informará oportunamente, si bien cabe mencionar los 50.000 euros que ha destinado a la Parroquia de Caballar para reparar el templo, dentro de la línea de ayudas que ha iniciado este año para colaborar anualmente con parroquias de escasos recursos económicos en la restauración de sus templos.

Sin embargo, a pesar de todas estas inversiones de la Diócesis y de las parroquias que han ascendido a 1.104.953,48 euros, por desgracia cada año surgen nuevos templos con problemas estructurales severos que necesitan intervenciones urgentes y obligan a su cierre cautelar, como este año ha sido el caso de la iglesia parroquial de Aldehuela del Codonal, que requiere de una intervención de 84.378,20 euros en la cubierta del presbiterio.

A pesar de esta situación, la Diócesis no se olvida de su asignatura pendiente: las iglesias que llevan años en ruinas, como las de Fuentes de Cuéllar, Castiltierra, Aldeanueva del Monte, Serracín, Cincovillas, Fuentes de Carbonero, Santiuste de Pedraza… El trabajo por hacer es mucho y los recursos económicos pocos y aunque la Diócesis continúa llamando a puertas para recabar apoyo, toda ayuda que llegue, pública o privada, siempre es y será bienvenida porque, con independencia de ideologías, el patrimonio cultural es un legado que hemos recibido y tenemos la obligación moral de conservarlo y preservarlo para las próximas generaciones.

 

El próximo viernes 25 de enero, a las 19 horas tiene lugar en la Casa de la Lectura la presentación del libro “La Pastoral Rural Misionera en la Región del Duero 1968-1993”, editado por Endymion, cuyo autor es el historiador Juan Antonio Delgado de la Rosa. Este acto se enmarca en la programación del centenario del nacimiento de don Antonio Palenzuela Velázquez.

A partir de 1968 coincidieron en las diócesis de lo que luego sería Castilla y León seis obispos –entre otros, Palenzuela en Segovia- que pusieron en marcha la Pastoral de Conjunto en la Región del Duero, un ambicioso proyecto de evangelización que pretendía llevar a estas diócesis las conclusiones pastorales del Concilio Vaticano II. Dentro de las líneas de actuación de ese proyecto, un sector muy importante era la pastoral rural, dadas las características de la región y su estructura geográfica, económica y poblacional. El historiador Juan Antonio Delgado de la Rosa ha estudiado estas iniciativas y las figuras episcopales que las hicieron posible, destacando especial atención hacia don Antonio Palenzuela Velázquez.

Juan Antonio Delgado de la Rosa es doctor en Filosofía y en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid, master en Pensamiento Español e Hispanoamericano. Forma parte de la Asociación de Hispanismo Filosófico. Es autor de varias biografías sobre personajes de la Iglesia disidentes hacia el régimen del general Franco, tales como Francisco García Salve, José María Díez Alegría –ambos, incardinados en la diócesis de Segovia por don Antonio Palenzuela por razones humanitarias-, Mariano Gamo, el padre Llanos, etc.

“Amigos de don Antonio Palenzuela Velázquez”

 

Miércoles, 16 Enero 2019 08:06

El vino bueno. Domingo II.Tiempo Ordinario

El milagro de las bodas de Caná, donde Jesús transforma el agua en vino, ha pasado a la historia de la interpretación cristiana de los milagros como un gesto de compasión de Jesús con un matrimonio en apuros el día de su boda. Quedarse sin vino en el banquete era un feo a todos los invitados. Los más críticos no entienden que Jesús usara su poder para este tipo de situaciones. Por eso rechazan su historicidad y consideran el pasaje como un relato edificante.
Leído en profundidad, sin embargo, el texto describe mucho más que un simple gesto compasivo. Algún estudioso de mirada aguda ha dicho que el protagonista es el vino. Tanto el viejo, que se acaba, como el nuevo que trae Jesús. Nos encontramos, por tanto, en la transición de lo viejo a lo nuevo. La expresión del maestresala, al probar el agua convertida en vino, es significativa: «Has dejado el vino bueno para el final». Es una proclamación indirecta de que se ha llegado al tiempo final de la historia en que la venida del Mesías trae lo mejor, lo definitivo.
En la tradición judía había una enorme expectación sobre la venida del Mesías. Cuando llegara, todo sería abundante, terminaría la sed y el hambre. El banquete de bodas servía para describir la alegría mesiánica. Se explica así que el Mesías, y Dios mismo, se representara como el novio y esposo, el amante fiel de Israel.
Aquí sólo podemos indicar que el cuarto evangelio, antes de narrar el milagro de las bodas de Caná, ha presentado a Cristo como el esposo que trae la alegría a Israel. Al presentar a Jesús como invitado a la boda y portador de un vino mejor, está señalándole como el esposo que viene a unirse con su pueblo. Esto es mucho más que sacar de apuros a una pareja de recién casados.
Otro dato importante para leer con fruto este pasaje evangélico es el lugar que ocupa María junto a Jesús. Con la fina observación de mujer, María se da cuenta de que el vino se acaba y se lo dice a Jesús. Este le responde de forma enigmática: no la llama «madre», sino «mujer». Y le dice que su «hora» no ha llegado. Todo el que haya leído el evangelio de Juan habrá observado que, cuando se habla de la «hora» de Jesús, se refiere a su muerte, el momento en que Cristo da la vida y la salvación por todos. La hora del amor hasta el fin.
Se preguntará algún lector: ¿Qué tiene que ver la carencia de vino con la hora de Jesús? Muy sencillo: Jesús no piensa en el vino de los comensales, sino, como decía san Juan de Ávila, en «el buen vino de la cruz», el que dará al morir. Por eso, viene a decirle a su madre: aún no es el tiempo de la salvación que traigo. Hay que esperar la hora. Y al llamarla «mujer» le está diciendo que también ella, en esa hora, alcanzará su misión definitiva. No se olvide que, clavado en la cruz, Jesús dice a su madre refiriéndose a Juan: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Volvamos entonces al milagro y a la crítica de su historicidad. La última intención de Jesús al realizarlo es mostrar quién es él, el mesías que trae la plenitud de los bienes, representados en el vino mejor. Para ello, se sirvió de una circunstancia muy concreta: la boda de unos conocidos. Y aprovechó la carencia de vino, no sólo por empatía con los novios, sino como signo de su entrada en la historia de Israel y de la humanidad. El milagro, como todos los milagros de Jesús, pretendía suscitar la fe en él. Esta es la clave. Por eso el relato termina diciendo que en Caná Jesús comenzó sus signos —no los llama milagros—, «manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él» (Jn 2,11). Es obvio que el evangelista tenía una visión mucho más amplia que muchos críticos modernos que leen los evangelios con prejuicios racionalistas.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

Jueves, 10 Enero 2019 11:43

Cristiano viene de Cristo

Desde niño, Jesús se había acostumbrado a asistir con María y José al culto de la sinagoga. En Nazaret se había criado, y allí se había iniciado en la liturgia sinagogal. Los salmos y las lecturas le eran familiares y seguramente esperaba el momento de explicar públicamente las Escrituras. Ese día llegó cuando, ya adulto, entró en la sinagoga de su pueblo y le invitaron a hacerlo. Jesús tomó el pergamino de las Escrituras, lo desenrolló y leyó el famoso pasaje de Isaías que presenta al Siervo de Dios diciendo: «El Espíritu de Dios está sobre mí porque él me ha ungido».
La ocasión era única para presentarse al pueblo que le escuchaba. La escena parece una presentación de sus cartas credenciales como Siervo y Mesías de Dios. El texto de Isaías proclama la misión que le espera: «Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). Dice el evangelista que, leído el texto, devolvió el rollo a quien le ayudaba, y se sentó. Sentarse es la actitud del maestro. La sinagoga entera tenía los ojos fijos en él. Jesús les dijo: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
El momento es de máxima solemnidad. Jesús se proclama a sí mismo el Ungido de Dios. Y no duda en decir que se cumple la Escritura en él. El pueblo ya no tiene que esperar más. El «hoy» de Jesús es el «hoy» de Dios. Todo lo que vendrá después en su ministerio público será el desarrollo de la unción recibida previamente en el bautismo que le capacita para proclamar a los pobres el evangelio, anunciar la libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos. La gracia del Señor, su benevolencia y compasión se hacen presente en Jesús de un modo autorizado. El tiempo ha llegado a su plenitud.
Esta escena es un paradigma para todo cristiano. Decía san Agustín que cristiano viene de Cristo. Cada bautizado es un ungido por Dios. El «crisma» que recibimos en el bautismo es la unción del mismo Cristo, que nos capacita para realizar su propia misión. Sea cual sea el estado de vida del cristiano, la misión que nos une a todos es la de Cristo. Esta es nuestra dignidad irrenunciable. En ocasiones, interpretamos la vocación cristiana en términos de poder, al estilo de los que gobiernan las naciones. Ya nos advirtió Jesús sobre este riesgo. Y preocupados por el poder, nos olvidamos de la capacidad recibida en la unción: anunciar la buena noticia, liberar al oprimido, sanar las heridas, consolar al que sufre, servir sin acepción de personas. Los verdaderos testigos del evangelio no se preocupan si tienen más poder que otros miembros de la Iglesia. Han vivido con la conciencia de la unción del Espíritu. Han escuchado las palabras de Jesús —el Espíritu del Señor está sobre mí—, han tomado conciencia de su dignidad y se han lanzado con alegría a la misión. Dios ha hecho grandes cosas con ellos.
No es tiempo hoy para discutir, como hacían los apóstoles, sobre quién es el más importante en la Iglesia. Todo eso conduce a la esterilidad y al desencanto. Es tiempo para la misión. Y ésta nace de nuestra dignidad de bautizados. ¿Qué hemos hecho con ella? ¿Qué ha sucedido con el Espíritu recibido en el bautismo y en la confirmación? ¿No somos todos cristianos, miembros del Cuerpo de Cristo? ¿No estamos marcados con el «sello» de Cristo? Le pertenecemos de por vida. No hay nada en nuestra persona ni en nuestra vida que no sea suyo. Los domingos participamos en la eucaristía, escuchamos la palabra de Dios, nos sentamos a la mesa de Cristo. ¿Qué más necesitamos para salir a la calle convencidos de nuestra misión y dispuestos a proclamar, como Jesús, que «hoy» se cumple también nosotros la Escritura que acabamos de oír?