Una vez concluido el tiempo de Navidad, la Iglesia inicia el llamado Tiempo Ordinario, que recorre los misterios de la vida de Cristo, empezando por una acción de especial trascendencia: la llamada de los apóstoles. En el Evangelio de hoy se narra la llamada de los tres primeros: Juan (que no se nombra a sí mismo), Andrés y Pedro. Cuando Juan y Andrés oyen decir al Bautista que Jesús es el Cordero de Dios, comienzan a ir tras él. Este se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscáis?». Sorprendidos quizás por esta pregunta, le dijeron: «Maestro, ¿dónde vives?». Jesús les responde: «Venid y lo veréis». Y, según dice el evangelista, pasaron con él aquel día.

            Este encuentro en apariencia fortuito encierra la experiencia más universal del encuentro con Cristo: estar junto a él viendo dónde y cómo vive. No se

La solemnidad de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo clausura el tiempo de Pascua e inicia lo que se ha dado en llamar «tiempo del Espíritu» o «tiempo de la Iglesia». La historia de la salvación está dividida en tres etapas: la primera, desde la creación hasta la encarnación, tiene por protagonista al Padre; la segunda, desde la encarnación a pentecostés, es el tiempo del Hijo; y, desde entonces hasta el fin de la historia, el Espíritu Santo dirige la barca de la Iglesia. Naturalmente, el hecho de que cada etapa se adjudique a una de las tres personas de la Trinidad no significa que actúen por separado pues en la salvación todos actúan en plena armonía y comunión.

            Al partir de este mundo, Jesús dice a sus apóstoles que les enviará desde el Padre al Espíritu Santo, y esto sucede en Pentecostés. Quizás sorprenda a los lectores del Evangelio de Juan que

El cuarto domingo de Pascua se llama domingo del Buen Pastor porque Jesús se presenta a sí mismo con esta entrañable imagen tan querida para el pueblo de Israel. Muchos factores intervinieron en la aplicación a Dios de esta imagen con la que el pueblo oraba en uno de sus más conocidos salmos: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 22). La experiencia nómada en el desierto; la elección de David como rey de Israel cuando era un simple pastor de ovejas; los anuncios proféticos de que Dios gobernaría a su pueblo como un pastor, contribuyeron a forjar la imagen. La mala experiencia de reyes indignos alimentó la esperanza de que un día sería Dios mismo, sin necesidad de mediadores, el Pastor de Israel.

            Jesús se proclama a sí mismo como el buen pastor al margen de cualquier connotación política o de realeza

Jueves, 13 Abril 2023 08:24

«Una vida nueva» II Domingo de Pascua

El segundo domingo de Pascua, llamado también de la Divina Misericordia, pone de relieve la primera consecuencia de la resurrección de Cristo: el nacimiento de la Iglesia. Los teólogos de la crítica liberal, que negaban la resurrección como hecho histórico, se las veían y deseaban para explicar dos cosas que, sin la resurrección, carecen de lógica. La primera es el nacimiento del domingo como día del Señor. La segunda, el nacimiento de la comunidad de la Iglesia. El cambio del sábado al domingo en el seno del judaísmo, solo se explica si en ese día sucedió algo que superaba las expectativas de los discípulos de Jesús. Del mismo modo, el nacimiento de la Iglesia tiene justa explicación si Jesús se mostró vivo y resucitado a los apóstoles que no daban crédito al anuncio de las mujeres.

            La resurrección

Con ocasión de los diez años del Papa Francisco se han escrito artículos que abundan en perspectivas sociopolíticas y escasean en las teológicas y eclesiales.  Consciente o inconscientemente, se considera que el Papa está por encima de la Iglesia y puede actuar en ella como quiera. Quienes se felicitan porque Francisco ha acabado con un ejercicio del papado al estilo de un monarca absoluto, le critican que no haya hecho reformas en la doctrina sobre el matrimonio homosexual, el sacerdocio femenino, el aborto y la eutanasia o el celibato. Se le exige, por tanto, que sitúe su ministerio «sobre la Iglesia» y no «en la Iglesia». Como explica la eclesiología, el primado de Pedro sólo puede ejercerse en la obediencia a la Escritura y a la Tradición porque el Papa es un discípulo de Cristo que no puede situarse por encima de la Iglesia en cuestiones esenciales a su estructura y a la verdad cuyo origen se remonta a

Concluido el tiempo de Navidad, la Iglesia comienza el Tiempo Ordinario, que es el ciclo litúrgico más largo del año. Se interrumpe cuando celebramos la Cuaresma, la Semana Santa y el tiempo Pascual, y se retoma después hasta el fin del año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey. Este tiempo se centra en el ministerio público de Jesús, en su predicación y milagros, que son el signo del Reino de Dios. En este domingo Juan Bautista presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Una imagen que dice poco a quienes desconocen el simbolismo que el cordero tiene en la Biblia y la historia nómada del pueblo de Israel. Incluso si preguntamos a quienes participan en la Eucaristía sobre las palabras que dice el sacerdote antes de repartir la comunión al pueblo —«este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»— seguramente muchos no sabrían qué responder.

Una de las descripciones más primitivas de la misión de Jesús es la conservada en el Libro de los Hechos, concretamente en el discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio, un pagano temeroso de Dios. Al proclamar el Evangelio a Cornelio y su familia, Pedro lo resume así: «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,37-38). En este pasaje, se habla de la unción de Jesús, después del bautismo que predicó Juan. ¿A qué unción se refiere? Sin duda, se trata de la unción de su bautismo en el Jordán, cuando el Espíritu descendió sobre Jesús y se oyó la voz del Padre declarando que era su Hijo muy amado. Jesús fue «ungido por Dios con

En la visita pastoral de Turégano he visitado a los niños que estudian Religión en el colegio. Ha sido un encuentro muy gratificante. La espontaneidad de los niños y su libertad para preguntar y exponer sus sentimientos me recordó el dicho de Jesús: de los que se hacen como niños es el reino de los cielos.

El encuentro reunió a pequeños y mayores, lo que me exigió adaptarme a todos. Salí como pude del apuro a base de dar la palabra a unos y otros para satisfacer sus curiosidades. Me agradó comprobar que, cada uno según su capacidad, estaban contentos con estudiar la Religión y demostraron que sabían, no sólo por el conocimiento de la vida de Cristo, sino porque me confesaron que la Religión les hacía ser mejores personas y buenos cristianos. La cara de la profesora de Religión estaba radiante de satisfacción. Incluso algunos de

El segundo domingo de Adviento contiene una llamada poderosa a la conversión. Juan Bautista llama a la conversión con tonos severos y denuncia la actitud de quienes con apariencia de respetables son «raza de víboras» que esconden en su interior una radical oposición a Dios. El profeta les dice que el hacha está puesta en la raíz del árbol que, si no da buen fruto, será talado y echado al fuego. La fuerza de esta imagen, que anuncia la cercanía del Mesías, remite al núcleo de su predicación: el Reino de Dios está cerca. Los hombres son invitados a acoger al Mesías que trae la renovación del universo y del mismo hombre.

            El texto poético de Isaías, proclamado en este domingo, describe el nuevo orden que trae el Mesías, basado en la justicia y rectitud, en la paz que supera toda violencia y enfrentamiento. El

La lógica de la fe cristiana es apabullante. Todo cuadra en la relación de unos dogmas con otros. Nada queda descolgado en la urdimbre de la fe. No hay hilos sueltos. La razón de esta lógica reside en la verdad de Dios. Dios no puede mentir ni negarse a sí mismo. Cuando el prólogo de san Juan afirma que «el Verbo se hizo carne», dice de modo indirecto que la carne del hombre es capaz de Dios. De hecho, Dios había dispuesto desde toda la eternidad que su Hijo se encarnara y revelara la verdad sobre Dios, sobre el cosmos y sobre el hombre con su sola presencia en este mundo.

«Caro cardo salutis», decía Tertuliano. La carne se ha convertido en el quicio de la salvación. Por eso su Palabra, como indica el mismo término hebreo dabar que puede traducirse por palabra y por acción, es al mismo tiempo algo que acontece.

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