«Con Jesús y como Iglesia…, ampliando espacios de participación» Carta Pastoral con ocasión del inicio de curso 2023-2024

«Hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5)

«Con Jesús y como Iglesia…, ampliando espacios de participación»

 

El comienzo del curso pastoral me permite de nuevo dirigirme a todos vosotros, queridos diocesanos, para animaros a vivir con alegría y generosidad la misión recibida de Cristo resucitado: «Hacer nuevas todas las cosas». Estas palabras del Apocalipsis describen la acción del Resucitado en el mundo entero y, por tanto, la acción que nos encomienda unidos a él. Por la gracia del Espíritu que hemos recibido, podemos recrear este mundo si aportamos la novedad de la vida cristiana. Del mismo modo que Cristo resucitado, al soplar sobre los apóstoles, les dio el poder de perdonar los pecados, es decir, de recrear la vida; así también a nosotros nos capacita con el soplo de su Espíritu para llenar de vida tantos espacios donde reina la muerte.

El plan pastoral para este año continúa el iniciado el curso pasado con la mirada puesta en el único capaz de renovar nuestro mundo: Jesucristo, el Hijo de Dios. Por eso, el lema de este año dice así: «Con Jesús y como Iglesia… ampliando espacios de participación». Se trata de trabajar codo a codo con Jesús, fundamento de todo, y hacerlo como Iglesia, es decir, como comunidad que se edifica sobre él. En cuanto Cuerpo de Cristo, vivimos nuestra fe de modo eclesial y comunitario, sinodalmente. La conciencia de que Cristo resucitado anima nuestra esperanza y garantiza la misión que nos ha confiado, nos impulsa a trabajar sin desmayo por el bien de la Iglesia y de la sociedad. No debemos perder la esperanza en la fecundidad de nuestro trabajo, pues es él quien nos envía al mundo.

Durante este curso queremos, además, ampliar los espacios de participación en nuestras comunidades. ¿Qué quiere decir esto? La Iglesia está llamada a ser la casa de toda la humanidad. La humanidad, como decían los Padres de la Iglesia, ha sido creada para entrar en la Iglesia. De ahí que ésta deba ampliar siempre su radio de acción y acoger con la actitud de madre a quienes desean entrar en ella. Acoger a los que vienen, integrarlos en la familia de los hijos de Dios, comprometerlos en la misión y enviarlos de nuevo al mundo, es el proceso habitual de la evangelización. No debemos contentarnos con los que ya están en las comunidades. Es preciso salir, como hizo Jesús, a predicar el evangelio del Reino y atraer a los hombres a vivir el gozo de la redención en la casa del Padre común.

Para realizar esta tarea debemos dar prioridad al primer anuncio de la salvación realizada en Cristo. No podemos callar el acontecimiento del misterio pascual de Cristo, fuente de la misión. Ni debemos darlo por conocido incluso en quienes participan ya en la vida de la Iglesia. El Papa Francisco nos ha recordado muchas veces que el primer anuncio debe estar siempre presente en las diversas etapas de la evangelización. Por ello, es preciso que el primer espacio que debe ser ampliado somos nosotros mismos, nuestra vida personal que debe crecer según la medida de la edad adulta en Cristo, como dice san Pablo. Nunca estamos evangelizados del todo; siempre hay espacios de nuestro corazón que necesitan la luz de Cristo; siempre podemos crecer en el conocimiento de Dios y en la caridad fraterna. Solo si ampliamos el espacio de nuestra vida interior, podremos hacer posible que la Iglesia crezca en nuestro entorno como crece la vid cuando extiende sus sarmientos.

 Como consecuencia del primer anuncio viene la necesidad de una formación seria e integral en la revelación cristiana y en los misterios que celebramos en la liturgia, que es el ámbito donde la Iglesia se manifiesta en toda su profundidad y desde el cual podemos ir a los demás para comunicarles la salvación que hemos recibido por pura gracia. No podemos responder a los retos de la sociedad, ni a las preguntas que nos hacen nuestros contemporáneos, sin una formación adecuada y consistente. Anunciar a Cristo no es hacer propaganda de lo que hacemos. Es proclamar el evangelio del Reino con sus contenidos y exigencias espirituales y morales. Nada de esto puede hacerse sin catequesis, sin formación ni estudio de los graves problemas de nuestra sociedad. Para discernir lo que debemos hacer debemos tener la inteligencia de la fe y practicar la pedagogía de Cristo que enseñaba con paciencia los misterios del Reino.

El Sínodo de los Obispos, cuya primera etapa se celebrará el mes de octubre, nos ayudará sin duda a vivir la comunión eclesial y a crecer en la misión de la Iglesia mediante una participación más generosa, consciente y confiada en nuestra propia diócesis, parroquias y comunidades. El Espíritu asiste a la Iglesia y la conduce con sabiduría por los caminos tortuosos de la historia. Dejemos que el Espíritu nos mueva interiormente hacia la plenitud en Cristo y confiemos en que se sirve de todos nosotros para hacer nuevas todas las cosas.

Como en otras ocasiones, quiero subrayar que el plan pastoral no es un marco rígido de acción que impida la creatividad de las diversas parroquias y comunidades. El plan pastoral es indicativo y muestra el camino por donde queremos avanzar acogiendo a los que quieran unirse a nosotros y aportar su propia originalidad e iniciativa dentro de la única fe, la única Iglesia, la única misión que el Señor nos ha confiado.

Pidamos a la Virgen, oyente de la Palabra de Dios y colaboradora ejemplar en la obra de su Hijo Jesucristo, que nos ayude a discernir la voluntad de Dios y a cumplirla con su misma alegría.

Con mi afecto y gratitud a todos por vuestra entrega a Cristo y a su Iglesia. Que Dios os bendiga.

Segovia, a veintiuno de septiembre de dos mil veintitrés.FIRMA DIGITAL OBISPO recortada