Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

hands 736244 1920

No hay enfermos “incuidables”, aunque sean incurables

Reflexión a propósito de la tramitación de la ley sobre la eutanasia

El Congreso de los Diputados ha decidido seguir adelante con la tramitación de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Es una mala noticia, pues la vida humana no es un bien a disposición de nadie.

La Conferencia Episcopal Española ha reflexionado repetidas veces sobre este grave asunto que pone en cuestión la dignidad de la vida humana. El último texto fue publicado el pasado 1 de noviembre de 2019 bajo el título “Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de la vida humana” y en él se examinan los argumentos de quienes desean favorecer la eutanasia y el suicidio asistido, poniendo en evidencia su inconsistencia al partir de premisas ideológicas más que de la realidad de los enfermos en situación terminal. Invitamos encarecidamente a la comunidad cristiana a su lectura y al resto de nuestros conciudadanos a acoger sin prejuicios las reflexiones que en este texto se proponen.

Insistir en “el derecho eutanasia” es propio de una visión individualista y reduccionista del ser humano y de una libertad desvinculada de la responsabilidad. Se afirma una radical autonomía individual y, al mismo tiempo, se reclama una intervención “compasiva” de la sociedad a través de la medicina, originándose una incoherencia antropológica. Por un lado, se niega la dimensión social del ser humano, “diciendo mi vida es mía y sólo mía y me la puedo quitar” y, por otro lado, se pide que sea otro –la sociedad organizada– quien legitime la decisión o la sustituya y elimine el sufrimiento o el sinsentido, eliminando la vida.

La epidemia que seguimos padeciendo nos ha hecho caer en la cuenta de que somos responsables unos de otros y ha relativizado las propuestas de autonomía individualista. La muerte en soledad de tantos enfermos y la situación de las personas mayores nos interpelan. Todos hemos elogiado a la profesión médica que, desde el juramento hipocrático hasta hoy, se compromete en el cuidado y defensa de la vida humana. La sociedad española ha aplaudido su dedicación y ha pedido un apoyo mayor a nuestro sistema de salud para intensificar los cuidados y “no dejar a nadie atrás”.

El suicidio, creciente entre nosotros, también reclama una reflexión y prácticas sociales y sanitarias de prevención y cuidado oportuno. La legalización de formas de suicidio asistido no ayudará a la hora de insistir a quienes están tentados por el suicidio que la muerte no es la salida adecuada. La ley, que tiene una función de propuesta general de criterios éticos, no puede proponer la muerte como solución a los problemas.

Lo propio de la medicina es curar, pero también cuidar, aliviar y consolar sobre todo al final de esta vida. La medicina paliativa se propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final. No hay enfermos “incuidables”, aunque sean incurables. Abogamos, pues, por una adecuada legislación de los cuidados paliativos que responda a las necesidades actuales que no están plenamente atendidas. La fragilidad que estamos experimentando durante este tiempo constituye una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la vida, el cuidado fraterno y el sentido del sufrimiento y de la muerte.

Una sociedad no puede pensar en la eliminación total del sufrimiento y, cuando no lo consigue, proponer salir del escenario de la vida; por el contrario, ha de acompañar, paliar y ayudar a vivir ese sufrimiento. No se entiende la propuesta de una ley para poner en manos de otros, especialmente de los médicos, el poder quitar la vida de los enfermos.

El sí a la dignidad de la persona, más aún en sus momentos de mayor indefensión y fragilidad, nos obliga a oponernos a esta esta ley que, en nombre de una presunta muerte digna, niega en su raíz la dignidad de toda vida humana.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

fuencisla

La Junta de la Cofradía de Nuestra Señora de la Fuencisla informa que debido a las circunstancias motivadas por la pandemia todos los actos que tradicionalmente se celebraban en la vía pública quedan suspendidos; por lo cual, la Imagen de la Virgen subirá a la Catedral en un vehículo particular, y la recepción de la misma por las autoridades religiosas, civiles y militares tendrá lugar en el interior de la Catedral a las 20.30 horas de este próximo jueves día 17 de septiembre.

Atendiendo al cumplimiento de las normas establecidas por las autoridades políticas y sanitarias, en aras de evitar la propagación de nuevos brotes de coronavirus, el acceso al interior del templo estará muy limitado, pues solo se permitirá que las personas que acudan estén sentadas y una vez que las sillas estén ocupadas se impedirá el acceso a la Catedral. Además, en el interior de la seo y con el fin de que las sillas que se coloquen cumplan con el distanciamiento requerido, se instalaran un total de ocho pantallas gigantes de televisión para que se puedan ver los actos desde cualquier lugar del templo.

Asimismo, y para todas aquellas personas que no puedan acudir a la Catedral, o no puedan entrar en la misma, todo el acto se televisara a partir de las 21.30 horas a través del canal La8 de televisión Castilla y León. Igualmente, todos los días a las 21.30 horas horas se televisará el Novenario; y la despedida de la imagen que tendrá lugar en el interior de la Catedral se retransmitirá en directo a partir de las 17.00 horas del día 27 por el mismo canal de televisión.

Por último, desde la cofradía solicitan a todo el público en general un acto de responsabilidad para que cumplan en todos momento las medidas sanitarias impuestas, así como las instrucciones que les vayan dando los colaboradores en el interior del templo. De igual modo, sería aconsejable para todas aquellas personas que forman parte de grupos de alto riesgo, procurar ver los actos a través de televisión desde sus domicilios.

La Junta Directiva de la Cofradía de Nuestra Señora de la Fuencisla agradece de antemano la colaboración de todos ustedes.

PUEDE CONSULTAR Y DESCARGAR EL PROGRAMA COMPLETO DEL NOVENARIO AQUÍ

Loading...

 

 

 

AQUÍ PUEDES LEER Y DESCARGAR LAS BASES DEL PRIMER CONCURSO DE FOTOGRAFÍA «TIEMPO DE LA CREACIÓN»

Loading...

 

 

El día 14 de septiembre la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. Esta fiesta se viene celebrando desde el siglo IV. En el año 335, se consagró la iglesia del santo sepulcro de Jerusalén, muy vinculada a la cruz de Cristo, porque el lugar donde fue crucificado Jesús, el monte Gólgota, se encuentra dentro de la iglesia del santo sepulcro. Allí se encuentra también, integrada en la actual basílica, una gran cueva donde, según una venerable tradición, se arrojaban las cruces de los ajusticiados. Santa Elena, madre del emperador Constantino, ordenó excavar en ese lugar y encontró las reliquias de la cruz del Cristo y el título de la cruz con la inscripción en hebreo, griego y latín de las palabras «Jesús Nazareno, rey de los judíos». El de 3 de mayo se celebra la invención de la santa Cruz por santa Elena.

Para comprender cómo un instrumento de tortura cruel como era la cruz se celebra litúrgicamente como «Exaltación de la Santa Cruz», hay que tener en cuenta que Cristo murió crucificado y que la cruz en la que murió se ha convertido en el «trono» de su realeza. La cruz, por tanto, que por sí misma era aborrecible, se convierte en el lugar e instrumento donde Cristo realiza la salvación. Por eso, la cruz es «sabiduría» de Dios, porque la muerte de Cristo en ella es la verificación más grande del amor de Dios por la humanidad al permitir que su Hijo muriera en ella. De ahí, que la Iglesia dedique la fiesta de la «Exaltación de la Santa Cruz» para exaltar, sobre todo, el amor de Cristo que, como dice Pablo, nos amó y se entregó por nosotros.

Cuando Jesús anuncia su muerte utiliza imágenes que hacen referencia al modo como iba a morir. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». (Jn 12,32-33). La imagen de ser elevado hace alusión a la cruz que se levanta sobre la tierra. También Jesús, aludiendo al gesto de Moisés, que colocó en un estandarte una serpiente de bronce, para que los mordidos por serpientes venenosas no murieran si miraban con fe a la serpiente de bronce, afirma: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). Esta elevación se realiza en la cruz, donde Cristo atrae hacia sí todas las miradas para mostrar su amor a todos los hombres.

La exaltación de la cruz no significa que el cristianismo convierta la cruz en un objeto fetiche que tiene valor por sí mismo. La cruz no es nada sin el Crucificado. Nuestra veneración a la cruz es veneración a la entrega de Cristo por amor. Y cuando Jesús nos invita a cargar con nuestra propia cruz, nos pide identificarnos con él en nuestros propios sufrimientos para que podamos unirnos a él también en su gloria. Por eso, en la cruz comienza, según san Juan, la glorificación de Cristo, porque en ella Jesús revela que no hay gloria más grande que el amor sin reservas ofrecido a los hombres. Aunque resulte paradójico, la muerte de Jesús es una muerte gloriosa, porque en ella el amor revela su esplendor, su grandeza, se exalta a sí mismo. Si no hay expresión más alta del amor que dar la vida por quienes se aman, entonces comprendemos que la muerte de Cristo en la cruz es la expresión más elevada del amor y de la gloria que comporta. Si esto lo entendemos bien cuando vemos personas que pierden la vida por salvar a otros, ¡cuánto más lo entenderemos si el mismo Hijo de Dios, ha querido expresar su amor por la humanidad muriendo en la cruz por nosotros! Aquí radica el sentido último de la fiesta que es la exaltación del amor de Cristo crucificado.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

 

san miguel 

Los usos funerarios están cambiando y, como muestra, la proliferación de los columbarios parroquiales.  Desde hace cuatro años, la parroquia de San Miguel, en la capital, cuenta con un columbario pionero en la provincia.

            Ubicada hacia la mitad del templo, en el lado izquierdo, está la capilla elegida para este fin. Bajo la protección de la Virgen de la Misericordia (imagen realizada en exclusiva para esta capilla), el columbario cuenta con 138 nichos, de los que todavía están disponibles un centenar, como recuerda el sacerdote de San Miguel, D. Isaac Benito. Además, también subraya que el periodo de permanencia en el nicho es de 75 años, prorrogables por otros 50 sin coste adicional.

            Un espacio sobrio, cuya ornamentación y tonalidad favorecen un ambiente propicio para el descanso y la oración. El objetivo de este columbario no es otro que facilitar a las familias un lugar para depositar las urnas con los restos mortales de sus seres queridos: un templo, espacio de devoción y respeto donde poder rezar por los difuntos.

            Cabe recordar que, aunque la Iglesia católica no se opone a la cremación, si establece que las cenizas de los difuntos han de depositarse en un lugar sagrado. La Santa Sede, mediante un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe publicado en 2016, recordaba las normas establecidas para la sepultura de los fallecidos, así como para la conservación de las cenizas. De esta forma, la instrucción deja claro que las cenizas de un difunto no deben conservarse en el hogar, tampoco esparcirse en el mar, la montaña o cualquier otro lugar de la naturaleza.

            Finalmente, D. Isaac Benito subraya que, con el columbario, lo que la parroquia ofrece es, en esencia, «un lugar digno y sagrado para el descanso eterno de las personas de fe».

            *Para más información y consultas acerca de la disponibilidad de los columbarios, contactar con el sacerdote de San Miguel, D. Isaac Benito.

Viernes, 04 Septiembre 2020 10:16

Septiembre 2020

septiembre 2020

6 de septiembre – Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

El mensaje de Dios es claro, a pesar de las palabras duras con las que habla. Él ha enviado a su Hijo a la tierra para hablarnos de sus entrañas de misericordia, pues vino a reconciliar consigo al mundo. Por eso, nos pide que escuchemos su voz, que abramos nuestro corazón ante Él, que es nuestro Dios, nuestro Creador y la Roca que nos salva; de manera que al escuchar y hacer vida su Palabra, podamos desde la libertad de hijos de Dios, ser sus siervos, como Siervo es el Hijo; y con su misma humildad, ser palabra viva que anuncia y denuncia, y cuida de su pueblo como centinela. Denuncia aquello que se aparta de su voluntad, para hacer que tu hermano regrese a casa, y anuncia con toda tu fuerza que Dios ha instaurado una nueva ley de reciprocidad, la Ley del Amor, por la cual no debes nada a nadie y nadie te debe a ti, salvo el amor mutuo. De manera que, como diría san Agustín, ama y haz lo que quieras, porque cuando amas, solo quieres el verdadero bien para el amado.

8 de septiembre – Festividad de la Natividad de Nuestra Señora

Celebramos el nacimiento de Aquella que nos entrega a Aquel que se hace ofrenda por amor a cada uno de nosotros. Ella, como la ciudad de Belén, es la más pequeña de sus hijos, pero es en la que ha puesto sus ojos el Salvador. Así, de Ella, la más humilde, la más sencilla, nace el que ha de gobernar a todo el Pueblo de Dios, la Iglesia, en la que se congregarán todas las naciones. Y María salta de gozo porque confía plenamente en la misericordia del Padre, y con Ella nosotros. Además, de confiar sin medida en que se cumplirá lo que Dios ha dicho, la Palabra nos invita a salir de lo establecido, a romper moldes, siempre haciendo la voluntad de Dios; de ahí ese “No temas acoger a María” en lugar de repudiarla, como se esperaba. Hoy Cristo nos mueve a acoger a su Madre, evangelizadora y apóstol, que trae al que salva a su pueblo de los pecados, pastorea con fuerza hasta el confín de la Tierra, siendo Él mismo la paz. Abramos nuestro corazón a la vida nueva que nos trae el Señor.

13 de septiembre – Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

La vida en Cristo, vivir en Él, por Él y para Él: este es el regalo más grande que nos ha hecho el Señor. Y aunque en Él todo es gratis, nos pide una pequeña cosa: “Amarnos unos a otros como Él nos ha amado”, hasta el extremo, sin porqués. Pues Él es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Él perdona todas nuestras culpas y cura todas nuestras enfermedades, rescata nuestra vida de la fosa; por eso, no tengamos miedo a una vida totalmente entregada en el amor, un amor sin límites, en libertad. Un Amor que nos introduce de lleno en las ascuas de su corazón y nos pide no temer ninguna enfermedad, ni ningún dolor, porque ahí está Él, la fuente de nuestra alegría, que como una madre nos sostiene en su regazo. Pero, si nosotros, que hemos sido colmados de gracia y ternura, muchas veces en nuestro corazón dejamos que aniden la ira, el odio y la venganza, ¿cómo podemos esperar a que el mensaje de Jesucristo sea fecundo en esta tierra? La Palabra es clara y nos advierte: ¡Cuidado!, el vengativo sufrirá la venganza del Señor. En nosotros está el acordarnos de la alianza con el Señor, pasar la ofensa por alto y darle la vuelta a la medalla, y donde vemos dolor y sufrimiento, ofensa y pecado, reconocer a Cristo sufriente en el hermano.

 14 de septiembre – Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo muy amado por la salvación de la Humanidad. Jesús bajó desde el cielo y se encarnó para anunciarnos la redención de cada persona y el perdón de nuestros pecados, a pesar de nuestra infidelidad, como ocurría con el Pueblo de Israel. Vino para hablarnos de la verdad de Dios, de la verdad del Padre, que se deshace en amor por cada uno de sus hijos y no busca su perdición, sino su salvación. Pues si no hubiera querido que todos sus hijos se salven, hubiera pagado a cada uno según sus obras, sin compasión ninguna, y cuando volvían hacia Él su corazón, no los habría perdonado y habría acabado con ellos. Escucha, pueblo mío, nos dice hoy el Señor, que quiero hablarte al corazón y, mientras miras el amor desbordante de mi Hijo clavado en la cruz, salva tu vida y ven a mí, que te regalo la vida eterna, porque solo quiero que te conviertas y que vivas.

20 de septiembre – Domingo XXV del Tiempo Ordinario

Muchas veces en nuestra vida ordinaria planificamos, nos hacemos horarios, proyectamos actividades, sin darnos cuenta de que hay Alguien que nos mira sonriente desde el cielo, pensando: “¿y después qué?, ¿después de eso qué piensas hacer?”. Y nos propone un encuentro inmediato con Él. Búscame, que salgo a tu encuentro, que quiero encontrarme contigo, que estoy a tu lado. Y Dios, una vez más, nos sorprende, nos rompe los esquemas y busca nuestra conversión, trastoca nuestros planes y hace que se cumpla en nosotros su voluntad, que no es más que nuestra vida sea conforme al Evangelio, sea digna del Evangelio; y a través de nosotros se manifieste su libertad de espíritu y su bondad, al ser imagen y semejanza suya. Supliquémosle que abra nuestro corazón para que aceptemos la Palabra del Señor.

27 de septiembre – Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Dios desde el Corazón de su Hijo nos manda un mensaje constante: ¡Conviértete y vivirás! Nos propone un cambio de vida, viviendo en la unidad, revistiéndonos de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, que siendo Dios, por amor, se hizo uno de nosotros. Esto hace que dejemos atrás las propuestas del mundo y nos dejemos seducir por Jesús, viviendo, como diría san Vicente de Paúl, con un amor afectivo y efectivo. Un amor afectivo a semejanza del de Jesús, del de Dios, con una ternura y misericordia eternas; pero también efectivo, que se compromete en la lucha por el cambio de las estructuras de este mundo, por la justicia desde la Caridad, haciendo (SUPRIMIR DE) nuestro proceder semejante al suyo, porque escuchamos su voz y le seguimos.

Hna. María de Gracia del Río Villodres

 

 

Muchos cristianos desean una Iglesia perfecta, pero tal Iglesia no existe. El dicho latino ecclesia semper reformanda indica que la Iglesia está siempre en vías de reforma. Pero no sólo la Iglesia llamada institución, a la que siempre miramos cuando hablamos de reforma, sino la Iglesia de a pie, la que formamos cada bautizado. El hecho de estar formada por hombres exige a cada uno que aspire a la perfección de manera que toda la comunidad se beneficie. Con razón decía Pablo que cada miembro debe contribuir a la perfección del cuerpo total.

Basta leer el Nuevo Testamento para darse cuenta de que nunca ha existido una Iglesia perfecta. En la primera comunidad de Jerusalén, en las comunidades fundadas por Pablo, y en el resto de las que conocemos nos encontramos con el pecado de sus miembros. Algunas de las cartas de Pablo han nacido precisamente para corregir errores, evitar divisiones, y edificar auténticas iglesias de Cristo.

Jesús, en el Evangelio de hoy, también sabe que su comunidad no es perfecta y formula lo que podríamos llamar la «regla de la corrección fraterna». Desde el principio, Jesús tuvo que corregir a sus discípulos cuando veía comportamientos pecaminosos: afán de ser los primeros, deseos de poder, críticas a los demás. Actitudes propias del hombre, que no deben escandalizar, pues son patrimonio común. En la regla que ofrece Jesús, señala tres pasos: el primero —cuando uno peca contra su hermano— es ir directamente a él buscando la reconciliación. La venganza está prohibida. Callarse no es bueno, porque la ofensa fermenta en el corazón y produce reacciones negativas. Murmurar no arregla nada y extiende el mal. Lo mejor es la apertura del corazón y la sinceridad en la corrección directa. Si este gesto es eficaz, dice Jesús que hemos salvado al hermano. Si no hace caso, el segundo paso es llamar a uno o dos hermanos que sean testigos de la corrección. Y si tampoco este camino resulta fructuoso, el tercer paso es decírselo a la comunidad, que tiene su autoridad. Y si a la comunidad no hiciera caso —dice Jesús— «considéralo como un pagano o publicano». Con esta expresión, Jesús quiere decir que dicho comportamiento es propio de quien no cree en Dios o quiere ser tenido por un pecador público, como eran los publicanos.

El fin de esta regla de la corrección es lograr la salvación de la persona. Se trata de practicar la caridad con quien lo necesita en el orden espiritual. «Corregir al que yerra» es una obra de misericordia. Normalmente, actuamos de forma distinta a la que dice Jesús: damos a conocer los pecados ajenos, buscamos resarcirnos de las ofensas recibidas, o no aceptamos la corrección por falta de humildad o por obstinación en el pecado. El Papa Francisco habla frecuentemente del daño que hace a la Iglesia la murmuración y las críticas sobre los defectos ajenos. Las murmuraciones, ha dicho, matan igual y más que las armas. Hablando de la primera comunidad cristiana se ha referido a la «cizaña de la murmuración, la cizaña de las habladurías». Y más expresamente: «Este cáncer diabólico que es la murmuración, que nace de la voluntad de destruir la reputación de una persona, agrede al cuerpo eclesial y lo daña gravemente».

Sabemos que corregir no es fácil. Hay que hacerlo no sólo con la verdad, sino con extremada caridad, de manera que en la corrección se haga patente el amor al hermano que ha pecado y experimente que la Iglesia lo busca para sacarlo del error y conducirlo de nuevo a la comunión perdida. Para hacer esto bien, hay una fórmula muy segura: preguntarnos a nosotros mismos cómo nos gustaría que nos corrigieran. Así cumpliremos el mandato de «amarás a tu prójimo como a ti mismo».

+ César Franco

Obispo de Segovia.

 

mensaje creación

EL CUIDADO DE LA FRAGILIDAD

El Papa Francisco nos ha recordado que la pandemia del COVID19 ha sido una auténtica tempestad, pues ha “desenmascarado nuestra vulnerabilidad y ha dejado al descubierto nuestras falsas y superfluas seguridades” . Como consecuencia de ello, vivimos tiempos de hondo sufrimiento, incertidumbre y perplejidad que agudizan la urgencia del cuidado de la fragilidad.

La experiencia de estos meses de pandemia ha puesto al descubierto la convicción, expresada en Laudato si, “de que en el mundo todo está conectado” . Estamos experimentando a flor de piel la interdependencia planetaria, la corresponsabilidad fraterna y la necesidad de la compasión humana.

Esta tempestad global, ha impactado en un mundo sumido en una profunda “crisis de los cuidados”. Esta crisis tiene sus manifestaciones en los descuidos hacia “nuestra oprimida y devastada tierra” (LS 2), en los descuidos hacia nuestros hermanos y hermanas bajo la “cultura del descarte” (LS 43), y en el descuido de nuestra vida interior que tanta relación tiene con “el cuidado de la ecología y con el bien común” (LS 225).

En tiempos de zozobra, cuando los descuidos nos asaltan, hemos de pedir a Dios una auténtica revolución de la ternura y de los cuidados que nos ayude a mostrar, desde la oración y el servicio silencioso, que “el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (LS 70). Velar responsablemente por nuestra vida es un imperativo evangélico, pero este cuidado no puede convertirse en un egoísmo indiferente que olvida a los prójimos y no custodia la creación “que gime bajo dolores de parto” (Rom 8, 22). En ningún momento hemos de olvidar “la unción de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás” .

“La Caridad de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14) y nos impulsa a cuidar la fragilidad de nuestra “madre tierra, la de nuestros semejantes y la propia, pues somos “templos del espíritu” . En todo momento, hemos de reconocer que no son dimensiones independientes, sino espacios intrínsecamente relacionados entre sí que aspiran a construir una “sociedad de los cuidados”.

“Custodios de todo lo creado” (LS 236)

Como Obispos de la Comisión Episcopal para la Pastoral social y Promoción humana, queremos haceros participes de nuestros sueños en un mundo donde los cuidados estén en el centro de la política, la economía, la ética, la familia y la pastoral.

La conversión ecológica se hace apremiante en nuestros días. La crisis del COVID19, como nos ha recordado el Papa reiteradamente no es un asunto absolutamente independiente de la crisis ecológica que vive el planeta. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación tienen una relación directa con la génesis y desarrollo de enfermedades. Cuidar de la “madre tierra” lleva consigo nuestro propio cuidado, pues no podemos olvidar que “somos tierra” (LS 2).

Con especial intensidad, en estos tiempos de tránsito, custodiar la casa común significa construir una “cultura del cuidado” de la Creación. “La ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad” (LS 143) para promover un nuevo estilo de vida . La cultura del cuidado de la Creación debe “cultivar sin desarraigar” (QA, 28) una verdadera conversión de las ideas, las actitudes y las prácticas. Un cultivo para cosechar miradas “que vayan más allá de lo inmediato” (LS 36) y que aceleren la venida del Reino.

Cuidar del prójimo

Estos meses hemos podido contemplar el potencial humano para el cuidado de los hermanos y hermanas. Las profesiones del cuidado han sido testimonio de la grandeza de la humanidad, las familias han sabido acompañar incluso en la distancia, las organizaciones sociales han respondido con prontitud y creatividad al impacto social de la pandemia, y la Iglesia, desde su profunda humildad, se ha mostrado “experta en humanidad” (Pablo VI) en momentos complejos. Las personas, creadas para amar, hemos constatado que “en medio de los límites brotan inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado (LS 58).

También, con dolor profundo, hemos podido observar el abandono injusto de miles de personas mayores por el mero hecho de la edad, el crecimiento de las desigualdades sociales y educativas, así como algunas prácticas irresponsables de personas e instituciones que hacen aún más urgente una conversión de los cuidados.

Toda la vida está en juego cuando descuidamos la relación con el prójimo, pues tenemos el encargo y el deber de cuidar y custodiar a nuestros prójimos cercanos y lejanos. “Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro” (LS 70). la Iglesia debe participar en las cadenas globales de cuidados que se expresan desde la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta.

Espiritualidad del cuidado

No hay conversión pastoral posible sin el cuidado profundo del gusto espiritual de ser tierra y pueblo . La paz interior, la profundidad del corazón, la experiencia de sentirse cuidado por un “Dios que es Amor” (1ª Jn 4,8) son condiciones básicas “para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo y para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente” (LS 241).

Sin una mística que nos anime, nos aliente y nos sostenga, es imposible construir una auténtica sociedad de los cuidados. Necesitamos de “la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo” (LS 216) y para experimentar que “todo lo puedo con el que me da fuerzas” (Flp 4, 13).

La cultura del cuidado no se fundamenta únicamente en el desarrollo ético de nuestras actitudes y prácticas, sino que exige que “despertemos el sentido estético y contemplativo” para acoger con gratitud y gratuidad la misión a la que somos convocados.

En esta Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, pidamos al Señor, que es el primero en cuidar de nosotros, que “nos enseñe a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala” (QA 41), desde la honda espiritualidad evangélica que nos alienta. Nos unimos en este quinto aniversario de la encíclica Laudato si a la convocatoria del Papa Francisco para celebrar un año especial, que va desde el 21 de mayo de 2020 hasta el 24 de mayo de 2021, año en el que “todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades” (LS, 14).

Departamento de Ecología Integral
Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana


 1.Bendición "urbi et orbi" del Santo Padre Francisco. Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia. Viernes, 27 de marzo de 2020
2.FRANCISCO. Encíclica Laudato si, 16. En adelante LS.
3.Papa Francisco “Un Plan para Resucitar”. Revista Vida Nueva 17/04/2020
4.Cfr. 1 Corintios 6:19
5.Cfr. LS 211
6.Cfr: 2 Pe 3,12
7.Cfr.LS 16
8.Cfr. LS 2
9.FRANCISCO. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium,268

Lunes, 31 Agosto 2020 11:22

REVISTA DIOCESANA SEPTIEMBRE 2020

Loading...