Secretariado de Medios

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Rutas para descubrir las Hoces del Río Duratón


Coincidiendo con la celebración de «El Tiempo de la Creación» (del 1 de septiembre al 4 de octubre) y con el V Aniversario de la Encíclica ‘Laudato Si’, la Diócesis de Segovia convoca el I Concurso de Fotografía «Tiempo de la Creación», con el objetivo de admirar la belleza de la creación y prestarla atención, captar sus detalles y concienciar de que el cuidado de la creación es responsabilidad de todos.

 

El objetivo es que los participantes, a través de las fotografías que presenten, muestren la concienciación, sensibilización y actuación de la sociedad en general y de cada uno de sus componentes, con independencia de su edad o de cualquier otra característica personal o social, para que protejan su entorno (ya sea el medio natural, rural o urbano) y adopten actitudes que favorezcan un desarrollo sostenible y solidario de nuestra provincia.

De esta forma, el concurso versará sobre «El Jubileo de la Tierra»: demos a nuestra tierra su tiempo, cesemos en la explotación indiscriminada de sus recursos, observemos la íntima relación y dependencia entre la tierra y el ser humano.

Los participantes podrán acceder a una de las tres categorías propuestas: infantil (de 6 a 11 años), juvenil (de 12 a 17 años) y adulta (de 18 años en adelante) y podrán presentar un máximo de dos fotografías por persona. Así, se concederá un premio para cada categoría, consistiendo en la entrega de un ejemplar de la Encíclica ‘Laudato Si’ y la cantidad de 100 euros en categoría infantil, 200 euros en juvenil y 400 euros en la categoría adulta.

Como requisito indispensable, las obras presentadas tienen que ser originales e inéditas y habrán sido realizadas en cualquier lugar de la provincia de Segovia. Además, no se admitirán fotografías manipuladas digitalmente, ni virajes de color o montajes fotográficos.

 Las fotografías podrán presentarse o enviarse, acompañadas de la documentación personal requerida, hasta el próximo 24 de mayo de 2021 en la sede del Obispado de Segovia, calle Seminario, 4, 40001 Segovia con horario de entrega, de lunes a viernes, de 10.00 a 14.00h.

Los premios se entregarán el viernes 18 de junio de 2021 (día de presentación de la encíclica ‘Laudato Si’) y, posteriormente, todas las fotografías permanecerán expuestas en el Museo Diocesano del 21 de junio al 15 de julio.

Puedes consultar y descargar las bases completas aquí o en el banner que aparece en la columna derecha de la página principal de nuestra web

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El día 1 de septiembre la Iglesia celebraba, por deseo del Papa Francisco, la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación, e iniciaba el Tiempo de la Creación que culmina este 4 de octubre en memoria de san Francisco de Asís. La sensibilidad actual hacia la ecología ha puesto la creación en el centro de la reflexión teológica, aunque hay que decir que no es ninguna novedad, dado que en la Biblia y en la enseñanza de la Iglesia la teología de la Creación es uno de los goznes sobre los que gira el pensamiento católico. La creación que Dios puso bajo el cuidado de Adán y Eva es, como se dice ahora, la «casa común» que debemos proteger de todo pillaje, atropello, deterioro y, en último término, aniquilamiento.

El hombre no es dueño de lo creado; sólo su custodio y protector. Los atentados contra lo creado se convierten en pecados contra el Creador y contra el mismo hombre. Según el papa Francisco, este Tiempo de la Creación es «un tiempo sagrado para recordar, regresar, descansar, reparar y alegrarse». Deseo hacer algunas consideraciones siguiendo la cadena de estos verbos.

Tiempo para recordar que la creación salida de las manos de Dios no está llamada a la destrucción sino a la vida más allá de este tiempo de la historia humana. Dios no ha creado nada para la muerte, sino para la vida. Y de la forma que sólo Dios conoce, también la creación será glorificada cuando Dios consume su obra. Así lo dice san Pablo en su genial capítulo 8 de la carta a los Romanos que presenta a la creación gimiendo por la esclavitud a la que le somete el pecado del hombre y ansiando verse libre de su tiranía.

Tiempo para regresar a la conciencia de ser criaturas de Dios, hechos a su imagen y semejanza. Sólo si vivimos la adecuada relación con el universo en nuestra vocación de custodios, nunca de dominadores absolutos, podemos conducirlo hacia su meta final. En este sentido, es muy actual lo que dijo Benedicto XVI en el Parlamento alemán: «Hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana». ¿No hay cierta hipocresía al hablar de la ecología y asumir, no obstante, ideologías que cercenan la ecología humana?

Tiempo para descansar, porque la creación no ha nacido de las manos de Dios para condenar al hombre a un trabajo exhaustivo y esclavizante en el que la única meta es la explotación egoísta de los recursos naturales. Dios descansó el séptimo día y, contemplando su obra, vio que era buena y bella. El hombre debe también descansar y optar por estilos de vida que compaginen el trabajo con la admiración y contemplación de lo creado.

Tiempo para reparar y alegrarse. Necesitamos reparar el mal hecho con una nueva, respetuosa y benéfica relación con la creación. Para ello, como dice el Génesis, debemos tener en cuenta que el pecado original ha introducido en nuestra naturaleza un germen de dominio que corrompe nuestra vocación de custodiar la naturaleza, a la que servimos si no borramos de nosotros la imagen de Dios. Entonces, la reparación del mal nos inundará de gozo y cantaremos con toda la creación al Dios que nos ha llamado a la vida que trasciende la muerte. Si el universo, por sí mismo, canta la gloria de Dios, unámonos a su alabanza como hizo san Francisco de Asís.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

el parral

Los monjes jerónimos han recibido una carta del Papa Francisco. En ella, el pontífice les transmite un mensaje de aliento «para fortalecer y alentar la vida contemplativa jerónima en estos momentos de decaimiento en los que se encuentra», según asegura el prior de Santa María del Parral, fray Andrés García Torralvo. Unas palabras trasladadas a la orden con motivo del XVI centenario del óbito de san Jerónimo.

Fray Andrés revela que este escrito «tiene su historia», puesto que el año pasado, la familia jerónima escribió a Francisco una misiva. En ella, le recordaban que hace un siglo, el 15 de septiembre de 1920, su predecesor Benedicto XV escribió la Encíclica ‘Spiritu Paraclitus’ alentando al pueblo cristiano a la lectura de la Palabra de Dios. Además, ponía a san Jerónimo como ejemplo y modelo de esta pasión por la lectio divina y su aplicación a la vida.

Por este motivo, los jerónimos consideraron que podía ser un buen momento para recibir unas palabras de aliento del obispo de Roma. Así, el 30 de septiembre pasado, celebración del día de san Jerónimo, el Santo Padre dirigió a los cristianos la carta apostólica ‘Aperui Illi’ (‘Les abrió al entendimiento’).

«Creíamos que ese escrito era la respuesta a nuestra petición, pero ahora nos sorprenden gratamente sus palabras cercanas y alentadoras, que acogemos con venerado agradecimiento», destaca el prior de El Parral. Sirve esta misiva para festejar con gozo la fiesta de san Jerónimo el próximo miércoles día 30, puesto que, a causa de la pandemia, los monjes de Santa María del Parral no harán celebración especial.

Los jerónimos en Segovia

La pequeña comunidad de monjes jerónimos que habita actualmente en el monasterio de El Parral, con el prior fray Andrés García Torralvo al frente, es la última que queda en el mundo. Una comunidad «pequeña, humilde, escondida y recogida», como escribió en el siglo XIV el jerónimo portugués Beato Lorenzo.

 La orden de san Jerónimo tiene su origen en Castilla en el silgo XIV con la idea de seguir los pasos de su inspirador. Tras años de esplendor, a finales del siglo XIX la orden se quedó sin miembros, iniciándose en 1915 los procesos para su restauración. Así, diez años después llegan los primeros postulantes de la Orden Jerónima al Parral. 

A partir de 1926 se llevan a cabo la recuperación de edificios y las restauraciones, las cuales se abandonan en 1931, quedando en el monasterio cinco monjes. Tras la guerra civil, en 1941 se comienza a recrear la orden convirtiéndose Santa María del Parral en la casa madre.

Poco a poco, desde la restauración de la orden, los monjes fueron recuperando los bienes dispersos (como la librería del siglo XVIII que se hallaba en el Archivo Municipal) hasta llegar a la actualidad donde la comunidad de la congregación de la Orden de San Jerónimo de El Parral es la última que persiste en todo el mundo.

LEA Y DESCARGUE AQUÍ LA CARTA ENVIADA POR EL PAPA FRANCISCO A LA ORDEN JERÓNIMA

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Durante mis estudios teológicos en el seminario recuerdo que me llamó la atención un texto del teólogo protestante K. Barth que hablaba de María en relación con la Iglesia. Es sabido que nuestros hermanos de la Reforma no aceptan los dogmas marianos porque implican que el hombre puede colaborar con Dios en la obra de la salvación. Para ellos, la «sola fe» basta para salvarse. Pues bien, me sorprendió leer en K. Barth que el pensamiento católico sobre la Virgen explicaba perfectamente lo que el Concilio Vaticano II había querido hacer al presentar la Iglesia como la comunidad de creyentes que colabora con Dios en la salvación de los hombres. Así es. Si tenemos que simplificar los dogmas sobre María en una sola idea, podemos decir que es la obediencia de la fe mediante la cual se pone a plena disposición de Dios. Me gusta mucho pensar en María como la oyente de la Palabra de Dios que se ha hecho, por la obediencia, totalmente disponible para Dios. No encuentro mejor definición del cristianismo que ésta, dado que fue precisamente lo que hizo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María: hacerse obediente a la voluntad del Padre para cumplir su misión.

En las representaciones de la Anunciación abunda la que presenta a la Virgen con un libro abierto en sus manos. Ese libro es la Palabra de Dios. Cuando Gabriel saluda a María, según esta representación, la encuentra leyendo la Palabra de Dios, que es el camino seguro para conocer su voluntad. A nuestros hermanos evangélicos esta imagen les gustaría mucho, teniendo en cuenta que el centro de su fe está en la «sola Escritura». Leyendo la Palabra de Dios, María ha modelado su corazón según las palabras reveladas y cuando canta las alabanzas de Dios nos deja el hermoso himno del Magnífica que es una serie de citas bíblicas encadenadas unas a otras como si fuera un pequeño breviario de la Escritura. Esa es María, la que vive de la Palabra de Dios y alaba a Dios con palabras suyas.

La sobriedad con que los evangelios hablan de María no va en demérito de sus autores y, ni mucho menos, de María, Pocas palabras sirven más que largos discursos. Ya decía Miguel de Cervantes que «no hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo lo parezca». Los evangelistas nos han dejado lo esencial sobre María y el retrato que nos ofrecen de la Madre de Jesús es fascinante por su sencillez y agudeza. Para hacerlo se han servido siempre de la Palabra de Dios, quizás para enseñarnos que la Madre del Verbo solo puede ser descrita, cantada y alabada con Palabras de la Escritura. ¿Acaso es muy osado pensar que muchas de las cosas que Jesús dijo de adulto las aprendió de ella? Si al encarnarse en sus entrañas, ya oyó decir a su madre: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra», no debería sorprendernos que Jesús, el Maestro, hablara tanto de cumplir la voluntad de Dios y de guardar los mandamientos de su Padre. Cuando en las bodas de Caná, María dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga», está evocando —según los estudiosos— las palabras conclusivas de la renovación de la alianza que dijo el pueblo de Israel: «Haremos todo lo que ha dicho Yahvé». Si fuese así, María estaría señalando a Jesús como el que viene a establecer una alianza nueva y definitiva, cuyo símbolo es el vino mejor que ofrece a los comensales de la boda. ¿Se puede decir más bellamente quién es la Madre de Jesús? Retratada con palabras de la Escritura, se entiende que san Agustín, comentando el Magníficat, exhortara así al cristiano: «Canta y camina». Es un bonito lema para vivir la fe y caminar en estos tiempos duros de pandemia: Cantar con María y caminar con ella. Así festejaremos bien a Nuestra Señora de la Fuencisla.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

 

teresa esquiliche manos unidas

 

La segoviana Teresa Esquiliche Vázquez será la nueva presidenta delegada de Manos Unidas en Segovia durante los próximos tres años, según el nombramiento efectuado por el obispo de la diócesis, D. César Franco Martínez.

            Esquiliche toma el relevo de Rosa Contreras Hernández al frente de la organización tras haber cesado en su cargo por haberse cumplido el tiempo reglamentario de su mandato. La ya expresidenta cede el liderazgo de una organización a la que se ha dedicado con empeño y en la que ha sacado adelante diferentes proyectos durante los últimos años.

            Para Teresa, este nombramiento supone “la culminación del esfuerzo de años en ayudar a los demás”. Así, se muestra optimista y esperanzada en poder continuar con la labor de Manos Unidas en la diócesis y desarrollar nuevos proyectos en los próximos años.

 

 

Trayectoria

            Aunque segoviana de nacimiento, Teresa Esquiliche Vázquez reside en la actualidad en Garcillán, donde tiene el cargo de Juez de Paz y es miembro de la cofradía de las Cinco Llagas. Casada y sin hijos, asegura tener una familia muy numerosa, educada en la Fe cristiana.

            Ha trabajado con mayores y niños, desempeñando su labor en la residencia de Cáritas, en el hogar centro de la tercera edad o en los campamentos urbanos de la Escuela Diocesana de Tiempo Libre (EDETIL). Además, ha hecho voluntariado en San Vicente de Paúl y en el centro penitenciario de Segovia.

            Su trayectoria solidaria también la sitúa en la repartición de alimentos para familias necesitadas, ayudando a través de las redes sociales a ‘Segovia solidaria’.

            Y también participa en proyectos para Senegal, buscando financiación por diferentes vías, como los rastrillos solidarios o su aportación económica anual a una niña en Shangué para que pueda tener una educación académica durante todo el curso.

            Todo un currículum solidario que espera continuar ampliando con su labor al frente de la delegación diocesana de Manos Unidas durante el próximo trienio.

Manos Unidas

            Manos Unidas es la ONG española de desarrollo de la Iglesia Católica, formada esencialmente por voluntarios, que trabajan en estrecha colaboración con 58 los pueblos del Sur para su desarrollo, así como para la sensibilización de la población española. Su misión es luchar contra el hambre, la deficiente nutrición, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo y la falta de educación en aquellos países con necesidades acuciantes.

            La principal línea de actuación de la organización es la Educación para el Desarrollo, dirigida a sensibilizar sobre la realidad de los países con los que se colabora. Unida ésta a la posterior financiación de proyectos (desarrollo, agrícolas, sanitarios, educativos, sociales y de promoción de la mujer) cuyo fin es ayudar a la liberación integral de los habitantes de esas regiones.

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En este domingo, al comienzo del curso escolar, los obispos diocesanos entregamos en el marco de la eucaristía lo que se conoce como «misión canónica» a los profesores que durante el curso se dedican a la enseñanza académica de la religión católica. Con esta «misión canónica» manifestamos que los profesores están acreditados para enseñar en nombre de la Iglesia, no sólo porque tienen su formación universitaria para enseñar en los distintos niveles, acreditada por los respectivos títulos, sino porque, además, están en posesión de los estudios de ciencias religiosas que las universidades y centros eclesiales otorgan para este fin. El obispo, como responsable último de la enseñanza de la religión católica en su diócesis, concede la misión de enseñar en nombre de la Iglesia, de manera que los padres de los alumnos tienen la garantía de que la formación que reciben sus hijos responde a lo que la Iglesia cree y enseña.

El derecho a recibir formación religiosa, según las diversas creencias de los grupos sociales, está reconocido en la Constitución española, art.27. y en otros tratados internacionales sobre libertad y educación religiosa y derechos de la infancia. Asimismo, los acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede establecen el modo de proceder en nuestro país, que, con más o menos variantes, existe en la práctica totalidad de los países de la Unión Europea. Hay que decir que el derecho a educar a sus hijos en sus propias convicciones morales y religiosas es propio de los padres, no lo otorga el Estado, simplemente lo reconoce. Los padres, por derecho natural, son los últimos responsables de la educación de sus hijos. Y el Estado, de modo subsidiario, como también la Iglesia, les ofrece los medios para ejercer sus derechos. En España este derecho desde hace décadas se viene realizando de la siguiente manera: los centros, tanto de la escuela de iniciativa estatal como de iniciativa social, están obligados a ofrecer la asignatura de Religión a los padres y alumnos, que son libres de acogerla o no. No se impone, se ofrece. Pero debe ofrecerse con todas las garantías que se dan en el resto de las demás asignaturas fundamentales: enseñanza durante el horario escolar, evaluación de su aprendizaje y capacidad de computar para becas y nota media. Sacar la asignatura del horario escolar y no evaluarla y computarla debidamente iría contra la consistencia de la asignatura y relegarla a un mero entretenimiento. Para entretener ya está el recreo. Hay que decir que los profesores de Religión, capacitados como los demás para la misión de enseñar, deben ser tratados como el resto de los miembros del claustro de profesores con sus mismos derechos y obligaciones, sin discriminaciones ni censuras de ningún tipo, siempre naturalmente que cumplan con su misión. La Iglesia no los nombra; los presenta como educadores capaces de exponer la materia de la Religión.

En la actualidad, como saben, se está llevando a cabo la tramitación de la nueva ley de educación, en la que, a juicio de la Iglesia y de instituciones docentes, no se ha dado el necesario diálogo con las fuerzas sociales propio de una sociedad democrática. En el proyecto de la nueva ley, hay aspectos que atentan contra la libertad de enseñanza y ponen en peligro la enseñanza religiosa, que es solicitada en la actualidad por el 67 por ciento del alumnado. En el proyecto de la nueva ley ha desaparecido el concepto de demanda social, que, paradójicamente, funciona para la ley de la eutanasia. Demanda social es la solicitud por parte de los padres o alumnos de recibir esta educación religiosa. También se pretende quitar la alternativa de la asignatura de religión para aquellos alumnos que no deseen cursarla; alternativa cuyo diseño corresponde al Estado. Y, por último, la asignatura de Religión no entraría en el cómputo general de notas para conseguir una beca. Es decir, todas las medidas suponen una devaluación de la asignatura, que va en contra de lo que establecen los Acuerdos de la Iglesia y del Estado Español y lo que se desprende de la Constitución española cuando afirma que la educación se dirige a la formación integral de la persona.

En pleno siglo XXI no se puede negar que el hecho religioso constituye parte esencial del patrimonio de la humanidad en todas sus culturas y que privar a las nuevas generaciones de la formación religiosa es favorecer y potenciar la ignorancia. Como decía Cicerón, no hay pueblo, por ignorante que sea, que no tenga sus dioses. Y un pensador socialista francés, Jean Jaurès, matriculó a su hijo en la clase de Religión porque, según le dijo, no podía entender nada de la cultura europea, de los derechos humanos, de las diversas artes y del pensamiento en general, sin el conocimiento de la religión católica.

Quienes pretenden sacar la asignatura de Religión del currículum escolar, argumentan que los padres ya tienen las parroquias para dar catequesis. Ignoran, con ignorancia culpable, que hay dos modos de enseñar la religión: la catequética (impartida en las escuelas), y la académica, que es propia de la escuela. La distinción no se refiere tanto al contenido cuando al método, porque el contenido, como es obvio, es el mismo. El método catequético supone la fe; el académico no. Es decir, los niños y jóvenes que van a catequesis parroquial ya tienen fe y van a crecer en ella y cultivarla. En la escuela, puede haber alumnos que no tengan fe y quieran conocer la religión para ampliar sus conocimientos. Por eso, el método académico enseña la religión sin presuponer la fe, sino partiendo de la razón: se pretende explicar que la fe en Dios y en sus misterios es razonable: se trata de la razón que busca entender. Valga esta anécdota: en una de mis visitas pastorales a un colegio, dos niños musulmanes quisieron asistir a mi encuentro con los alumnos de Religión porque querían conocer el pensamiento del obispo sobre la religión católica.

Por tanto, lo que se hace en la escuela no es, como ha dicho algún político, adoctrinamiento ni catequesis, es sencillamente, enseñanza académica según su propio método. Podemos decir lo mismo con la lengua: uno aprende a hablar en casa, conversando, escuchando, etc., pero llega un momento en que ese aprendizaje no basta: necesita el conocimiento académico de la fonética, ortografía y la sintaxis para poder escribir y expresarse con toda propiedad.

Queridos profesores: no tenéis fácil vuestra tarea. La sociedad actual, que se denomina democrática, posee demasiados tics de estilo totalitario, que no tienen en cuenta que la sociedad es anterior al estado, y la familia anterior a la escuela. En el tema educativo se quiere influir de modo determinante con el fin de implantar una única forma de pensar y de comprender la persona humana según patrones materialistas en los que se prescinde de Dios y de la formación humanista. Se quiere quitar a Dios de las aulas y de la sociedad. Con esto se conculcan los derechos de los padres a trasmitir sus valores religiosos y éticos que dan consistencia a sus hogares y a su modo de vivir. Los rancios prejuicios antirreligiosos y anticatólicos, que deberían estar superados, están de moda y pretenden implantar un modelo de sociedad que ha sido denominada por el Papa Francisco como «colonización ideológica» al referirse a la ideología de género.

La Iglesia debe defender el concepto del hombre integral en el que la materia y el espíritu están unidos de modo inseparable. Los políticos tienen la misión de gobernar, ciertamente; pero su misión no es la de conformar la sociedad según su propia ideología, ni definir la naturaleza de la persona humana, de la vida y de la muerte, del amor y de la sexualidad, de la familia y, menos aún, de la constitución psico-física de la persona. Eso no es competencia del Estado, ni de los políticos, pues supondría una intromisión en el campo de la conciencia humana que tiene sus propias exigencias éticas y morales.

Os animo a realizar vuestra tarea con alegría, responsabilidad y competencia. Tenéis en vuestras manos la formación de las nuevas generaciones llamadas a crear un futuro mejor en todos los órdenes y a entender que el hombre es la criatura más noble de la creación, sencillamente porque ha sido hecha a imagen y semejanza del Dios Creador. Que Dios y la Virgen de la Fuencisla en cuya novena estamos os bendiga. Amén

 

 

 

 

 

2web La contemplación como vacuna para cuidar la casa común. De esta forma nos la presenta el Papa Francisco en su catequesis durante la Audiencia General del 16 de septiembre.

«Es importante recuperar la dimensión contemplativa, y mirar la tierra y la Creación como un don, no como algo que explotar para sacar beneficios». Así lo ha asegurado D. Gabriel López Santamaría en su conferencia en Segovia bajo el título «Tiempo del Clima y el Cuidado de la Casa Común». López Santamaría sabe de lo que habla, puesto que es el coordinador en España del Movimiento Católico por el Clima y asesor de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

Ante los congregados en la ciudad del Acueducto, ha subrayado la importancia de que «en una diócesis como la vuestra, rodeada de tantas maravillas naturales» se promueva de forma activa la contemplación y la oración en contacto con la creación.

Rememorando su crecimiento como franciscano «aprendiendo de nuestra fraternidad con la naturaleza», López Santamaría ha iniciado con esta “contemplación” un repaso por los cinco verbos que el Papa destacaba en su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación de este año: contemplar, recordar, regresar, reparar y alegrarse. De esta forma, tras ‘contemplar’, el franciscano nos ha invitado a ‘recordar’, a darnos cuenta de que todo está relacionado entre sí.

En esta línea, y recordando las palabras del pontífice en su exhortación ‘Querida Amazonia’, López Santamaría ha remarcado que, sin olvidar a cada especie que habita el planeta, «es necesario también que recuperemos la capacidad de indignarnos ante las injusticias y alzar nuestra voz profética para denunciarlas».

Regresar es volver atrás y arrepentirse, «¿cómo podremos mejorar sin reconocer nuestros errores?», se ha cuestionado el coordinador del movimiento climático. «Por ello, antes de avanzar, deberíamos volver a pasar por el corazón, los ataques a la creación en el Paraje de Gamones que quieren urbanizar, el embalse de Lastras de Cuéllar o el impacto que la ganadería intensiva porcina tiene en estas tierras», ha añadido.

 «Tenemos que reconocer y asumir la historia de explotación del planeta, sobre todo del hemisferio sur por potencias del norte», tal y como destaca el Papa en su video mensaje de septiembre y como ha recordado López Santamaría, para agregar que «en estos tiempos donde los gobiernos del mundo están decidiendo y preparando leyes post COVID-19, es fundamental que nos mantengamos alertas y activos para que dichas leyes sean respetuosas con la creación». 

Pero también hay motivos para la alegría, ya que movimientos eclesiales en todo el mundo están trabajando activamente para ayudar a la Iglesia en su conversión ecológica. Los cambios estructurales del mundo tras el coronavirus se están decidiendo ahora, por eso el Papa ha creado la comisión Covid, para trabajar en la Iglesia que viene. «Trabajemos hoy para conseguir la normalidad del Reino de Dios en la que los últimos son los primeros, el pan llega para todos y todos vivimos en armonía con la creación y el Creador», ha concluido.

nombramientos

Monseñor Cesar A. Franco Martínez, Obispo de Segovia, ha realizado en los últimos días una serie de nombramientos en la organización diocesana que ponemos en su conocimiento y son los siguientes.

CURIA Y ORGANIZACIÓN DIOCESANA 

• Rvdo. D. Mariano Sanz González, nuevo vicario judicial
• Hermana Patricia González Fernández, perteneciente al Instituto Oblatas de María Inmaculada, secretaria del Sr. Obispo.

ARCIPRESTAZGO SEGOVIA CIUDAD

• Rvdo. D. Melchor Redondo Ortega, párroco in solidum de El Carmen junto a Rvdo. D. Pedro Pietro, que ejercerá de moderador.
• Rvdo. D. Félicien Malanza Muganga, vicario parroquial de San José Obrero. Continúa también como capellán de las Concepcionistas Franciscanas y del cementerio.

ARCIPRESTAZGO COCA-SANTA MARÍA

• Rvdo. D. Jean Damascene Ndayisisenga, vicario parroquial de la Unidad Parroquial de Santa María la Real de Nieva, que incluye las localidades de Santa María la Real de Nieva, Nieva, Ochando, Tabladillo, Pascuales, Ortigosa del Pestaño, Pinilla Ambroz, Villoslada y Balisa.

ARCIPRESTAZGO CANTALEJO-FUENTIDUEÑA

• Rvdo. D. Pedro Pablo Moreno de la Villa, administrador parroquial de Cabezuela, Sebúlcor, Aldeonsancho y Puebla de Pedraza, pertenecientes a la Unidad Parroquial de Cantalejo.

Los que llevamos mucho tiempo en la Iglesia pensamos que nuestros derechos de ciudadanía nos permiten juzgar el comportamiento de Dios. Creemos conocer bien sus intenciones, planes y modos de actuar. Incluso nos atrevemos a decirle a la cara lo que debe o no debe hacer. Como si fuéramos sus consejeros. Al final del libro de Job, cuando éste pierde la paciencia y se atreve a pedir cuentas a Dios influido por quienes se consideran sus amigos, Dios se muestra con toda su fuerza y sabiduría —bajo la imagen de la tormenta— para pedir cuentas a Job, que se ha atrevido a emplazar a Dios a un diálogo sobre su modo de proceder. «El que critica a Dios, que responda … si eres hombre, cíñete los lomos, voy a interrogarte y tú me instruirás», dice Dios a Job en una de sus firmes interpelaciones.

En el Evangelio de este domingo, la parábola de Jesús sobre los jornaleros que son enviados a trabajar en la viña, aparece también la figura de los «censores» de Dios. El propietario de la viña —imagen de Dios— tiene un comportamiento criticable según los que llevan trabajando desde el amanecer. Al final del día, cuando llega el momento de recibir el jornal, paga lo mismo a ellos que a los que fueron reclutados al atardecer y sólo han trabajado una hora. Esta injusticia es inadmisible, piensan ellos protestando contra el amo. No es lo mismo haber aguantado el peso del día y el bochorno que haber dedicado sólo una hora cuando ha cesado el calor.

La respuesta del amo —es decir, de Dios— no se hace esperar: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos» (Mt 20,1-16). En estas palabras, Jesús deja claro que Dios no es injusto cuando actúa con soberana libertad en sus asuntos. Dios puede ser desconcertante, imprevisible, pero no injusto. ¿Quién conoce sus planes para poder acusarlo? ¿O dónde estaba el hombre —dice el libro de Job— cuando cimentó la tierra?

Lo más llamativo de las palabras de Jesús son las que se refieren al fundamento de la crítica de quienes se atreven a juzgar a Dios: «¿O vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?». El hombre —viene a decir Jesús en su parábola— sólo puede entender a Dios haciéndose bueno, ajustándose a la bondad de Dios, que es su esencia. Lo que nos impide entender a Dios son nuestras propias pasiones desordenadas que tendemos a proyectar sobre Dios para pedirle, en realidad, que actúe como nosotros. Es el Dios a la medida del hombre.

Es fácil escuchar o leer juicios sobre cómo actuaría uno si fuera Dios. Pretender ocupar el lugar de Dios es la tentación original del hombre, como narra el Génesis. Pero ya sabemos el fracaso al que conduce tal pretensión. Decía un maestro de vida espiritual que en el día del juicio prefería ser juzgado por Dios antes que por su propia madre. En la parábola de hoy, el juicio sucede al final del día, cuando los últimos son considerados como primeros, sin que ello signifique injusticia para los que llegaron a primera hora. También a estos se les paga lo prometido. Posiblemente para entender a Dios hay que situarse entre los últimos, los que más gratuitamente reciben su salario, los que se asombran ante la magnanimidad de un Dios que actúa con libertad en sus negocios, movido sólo por su amor. ¿Tendremos entonces envidia de Dios? ¿O es que nos creemos más deudores de su amor porque nos llamó a trabajar a su viña al amanecer? ¿No es suficiente recompensa haber soportado el peso del día y el bochorno trabajando para él?

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

Queridos diocesanos:

Al comenzar este curso pastoral, me dirijo a vosotros como de costumbre con estas palabras de san Pablo a los cristianos de Corinto que resumen las actitudes básicas de la vida cristiana en toda circunstancia: «Vigilad, estad firmes en la fe, sed fuertes, tened ánimo; todas vuestras obras hacedlas en la caridad» (1 Cor 16, 13-14). El apóstol exhorta a su comunidad, que ha dado testimonio de Cristo (cfr. 1 Cor 1,5), para que se mantenga irreprochable hasta la venida del Señor (cfr. 1 Cor 1,8).

Las cinco actitudes propuestas por san Pablo son muy adecuadas para el tiempo difícil que vivimos. En el sondeo que se ha realizado desde la Vicaría de pastoral sobre cómo hemos vivido —y seguimos viviendo— durante la pandemia, se recogen actitudes negativas contra las que tenemos que luchar: inseguridad, temor, falta de esperanza, desconcierto, miedo al futuro. Hemos experimentado que somos vulnerables en el cuerpo y en el espíritu. La fragilidad del hombre, que quizás habíamos olvidado o ante la que nos creíamos inmunes, se ha hecho palpable. Junto a ello, también este tiempo ha sido oportuno para manifestar todo lo positivo que hay en nosotros: solidaridad, comprensión, aceptación de la realidad, paz, confianza, servicio, caridad. Alguien ha dicho que este tiempo ha sido un kairós, es decir, un momento de gracia, que se ha hecho patente en medio de las dificultades, del sufrimiento, e incluso de la muerte. Con san Pablo, también yo quiero decir acerca de vosotros: «Doy continuamente gracias a mi Dios por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido concedida en Cristo Jesús, porque en él fuisteis enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia, de modo que el testimonio de Cristo se ha confirmado en vosotros, y así no os falta ningún don» (1 Cor 1,4-7).

Me pregunto y os pregunto: ¿Somos conscientes, en verdad, de que no nos falta ningún don? En muchas ocasiones, las tribulaciones, las penas, la dureza de la vida ponen a prueba nuestra fe y nos sentimos desamparados, sin encontrar salida a nuestros problemas, olvidando que no nos falta ningún don para vivir en cualquier circunstancia. Por eso, de cara a este curso que comenzamos y que nos exige una cierta planificación pastoral, quiero insistir en las actitudes que nos propone el apóstol en su exhortación a los corintios. He escogido este texto porque, al leer vuestras aportaciones, he encontrado afinidad entre las lecciones que hemos aprendido durante la pandemia y las propuestas del apóstol a su comunidad.

1. Firmeza en la fe. En primer lugar, quiero subrayar la necesidad de ir a lo esencial. ¿Qué es lo esencial? ¿Cuál es el núcleo sin el que todo lo demás se reduce a cáscara? Lo habéis definido como la fe en Dios, la oración, la confianza en su providencia, la certeza de que Dios no abandona nunca a su pueblo. Jesús se refiere a lo esencial de la vida cuando dice: «Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su contrariedad» (Mt 6,33-34). Esta actitud es el fundamento de las demás. Se trata de permanecer «firmes en la fe», es decir, enraizados en Dios, con la certeza de su amor infinito. Jesús reprocha en ocasiones a sus discípulos la debilidad de su fe, les llama «hombres de poca fe», incapaces de llevar a sus últimas consecuencias el significado de creer. La fe engendra confianza, estabilidad, esperanza de cara al futuro, alegría serena incluso en la adversidad.

Entre las cosas esenciales que hemos descubierto está, además, la importancia de la solidaridad y fraternidad, que empieza en la misma familia. Durante este tiempo, la familia se ha manifestado como la iglesia doméstica que debemos proteger y cuidar con todo empeño. Llevamos años insistiendo en la importancia de la familia en el Plan diocesano de pastoral. Las circunstancias nos han dado la razón, pues, gracias a ella, hemos podido vivir acompañados, aliviando la soledad. La familia se ha convertido, además, en el lugar primario de la fe, de la catequesis y de las celebraciones que no hemos podido realizar en los templos, pero hemos seguido desde nuestras casas gracias a los medios telemáticos. Por ello, es esencial la pastoral familiar y la atención a quienes, por circunstancias muy diversas, carecen del afecto familiar o de una familia.

Esencial es también vivir la pertenencia a la Iglesia, desde la perspectiva familiar, buscando caminar juntos, en sinodalidad fraterna, pues somos la «familia de Dios». Esto se hace especialmente patente en la liturgia donde la asamblea convocada por la Palabra de Dios celebra los misterios de la fe que nos ofrecen la salvación de Cristo. ¡Cuánto hemos echado en falta no poder celebrar estos misterios, especialmente cuando algún ser querido ha partido de este mundo en dramática soledad! Si hemos experimentado esta carencia de la liturgia, significa que la valoramos como esencial, porque la fe conforma nuestra vida realmente y sin ella nos sentidos huérfanos. Por ello, aun con las medidas sanitarias necesarias, se impone el cuidado de nuestras celebraciones litúrgicas como lugares donde, en comunión con toda la Iglesia, la fe se fortalece, la esperanza se alienta, y la caridad se vivifica.

En esta misma dirección habéis señalado lo esencial de vivir la corresponsabilidad entre sacerdotes y laicos en las comunidades parroquiales, arciprestazgos y a nivel diocesano, sirviéndonos, entre otros cauces, de los consejos parroquiales que nos defienden del individualismo, del clericalismo y del aislamiento. Trabajar en común, fortaleciendo los equipos existentes —o creando otros nuevos— enriquece a la Iglesia y nos ayuda a descubrir que la vocación cristiana no se vive en soledad. Un cristiano solo no es un cristiano, decía un escritor eclesiástico. La constante llamada del Papa Francisco a vivir en la Iglesia la sinodalidad debe traducirse en actitudes concretas de diálogo, acompañamiento y aceptación de los demás con sus riquezas y pobrezas. En la Iglesia nadie se basta a sí mismo, todos necesitamos a los demás en la comunión del único Cuerpo de Cristo.

2. Vigilancia, ánimo y fortaleza. San Pablo exhorta a la vigilancia, actitud propia del cristiano, en razón de su debilidad y de la espera del Señor. En la oración angustiada de Jesús en Getsemaní, recomendó a los apóstoles que no se dejaran vencer por el sueño: «Vigilad y orad para que no caer en tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41). Aunque Jesús distingue entre el espíritu y la carne, es evidente que ambos se interrelacionan. La fragilidad de la carne repercute en nuestro espíritu; y la debilidad del espíritu acrecienta la flaqueza de la carne, entendida ésta no sólo en el sentido material. Decir que el hombre es «carne» es decir que es débil y frágil en su unidad de alma y cuerpo. Necesitamos fortalecer el espíritu para que todo nuestro ser sea consistente. También de esto hemos tenido experiencia durante la pandemia. Hemos constatado la fortaleza espiritual de muchas personas aparentemente frágiles y débiles, que han sido capaces de afrontar el sufrimiento y el dolor con más grandeza de ánimo que otras aparente o físicamente más fuertes. Por ello, san Pablo, junto a la vigilancia, exhorta a ser fuertes y a tener ánimo.

Estas actitudes no se improvisan. Exigen el trabajo diario de la virtud que, con la perseverancia, se convierte en hábito. Por eso, Jesús une la vigilancia a la oración, sin la que es imposible progresar en la madurez del espíritu. Frente a las adversidades, dificultades de la vida, el hombre verdaderamente espiritual no se arredra ni se intimida ni acobarda. Meditemos, por ejemplo, en el magnífico de texto de 2 Cor 4,7-10. Nuestra fortaleza es el Señor, como rezamos en los salmos.

No sabemos aun lo que nos deparará este próximo curso, ni los planes que podremos realizar o no. Por eso, hemos querido prorrogar el plan vigente del curso pasado, interrumpido por la pandemia. Esta prórroga no significa que no podamos añadir a lo ya programado las sugerencias que los distintos arciprestazgos consideren necesarias, según su propia realidad pastoral. La planificación pastoral, sin embargo, no es la meta de nuestra vida cristiana. Nuestra vida vale más que nuestros planes. Por ello, apelamos a lo esencial de la vida cristiana: siempre debemos vivir vigilantes, es decir, atentos a lo que el Señor nos pide en cada momento.

Vigilancia y fortaleza son necesarias también para cumplir con responsabilidad social nuestras obligaciones ciudadanas en lo que respecta a la salud propia y ajena que no podemos poner en peligro como por desgracia se hace en ocasiones. La salud es un don de Dios, que debemos cuidar y proteger. En este sentido, en nuestros templos, lugares de reunión y convivencia debemos esmerarnos en respetar las medidas sanitarias que determinen las autoridades competentes.

La vigilancia es necesaria, además, porque esperamos al Señor y este mundo no es nuestra morada definitiva. Quizás sea este un aspecto que hemos aprendido de la pandemia. No disponemos de la vida a nuestra voluntad. La muerte nos acompaña desde que nacemos, pero olvidamos esta realidad hasta que nos abofetea de manera inesperada y cruel. Tampoco el cristiano se arredra ante la muerte, porque el Señor la ha vencido de modo definitivo. Pero es de sabios no olvidarla como si nunca fuera a llamar a nuestra puerta. El día y la hora son inciertos —dice el Señor—, por lo que debemos estar preparados para comparecer en su presencia y dar cuenta de nuestros actos. ¿No es eso lo que queremos decir en la eucaristía cuando proclamamos solemnemente: «¿Ven, Señor Jesús»? La pregunta es muy sencilla: ¿Esperamos realmente al Señor? ¿Vivimos en coherencia con esa espera?

También aquí debemos caminar con esperanza porque el Señor marcha junto a nosotros. Como hizo con los de Emaús, nos explica la vida desde las Escrituras y, al caer la tarde, permanece a nuestro lado para celebrar su presencia en la fracción del pan. Esto significa que cada día termina con una mirada hacia la consumación última, de manera que la noche no nos introduce en las tinieblas, sino que nos abre el horizonte de la luz. Somos verdaderamente privilegiados.

3. Todas vuestras obras hacedlas en la caridad. San Pablo termina su exhortación con una llamada a la caridad que conforma toda la vida del cristiano. La caridad no es una virtud más, sino la que permanecerá más allá de la muerte porque Dios es amor y el amor no termina. El apóstol no nos dice que practiquemos la caridad, sino que hagamos todas las obras en la caridad, de manera que estén impregnadas y consolidadas por ella: nuestros deseos, palabras y actos deben nacer y tender hacia la caridad que nos permite permanecer estables en Dios. «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). Una comunidad cristiana se mide por el amor que da sentido y unidad a todo lo que hace. Os exhorto, pues, a seguir esta recomendación del apóstol para que no perdamos de vista el origen y término de nuestra existencia: Dios mismo, que es amor. Cuidemos de modo especial las relaciones personales, entre los presbíteros, religiosos y laicos. Huyamos de toda murmuración y crítica. Releguemos todo afán de protagonismo y consideremos a los demás superiores a nosotros mismos. Llevemos con humildad los defectos de los demás y los nuestros propios y consideremos que el servicio a los demás es nuestra alegría.

Dicho esto, la caridad se expresa en actos concretos de atención y cuidado de los más necesitados en el cuerpo y en el espíritu. Este tiempo nos exige acompañar a quienes viven en soledad, a los enfermos y decaídos, a quienes viven con temor su situación personal. Expresemos con nuestros actos que la iglesia es madre y cuida de todos sus hijos sin excepción. Por eso, luchemos contra la acepción de personas y, si hemos de tener alguna preferencia, que sea la de los pobres y necesitados. Sabemos que la crisis económica será larga, y que muchos la padecerán gravemente. La Iglesia diocesana, desde Cáritas y otras instituciones, debe atender, como viene haciendo, a estas necesidades, que son prioritarias en toda comunidad cristiana, pues, como dijo Jesús, a los pobres siempre los tendremos con nosotros (cf. Jn 12,8). Animo a fortalecer los equipos de Cáritas de modo que ninguna parroquia, por pequeña que sea, carezca de personas que trabajen unidas en esta tarea. Y como la caridad impregna toda la vida del cristiano, invito a que en todas las demás acciones de la Iglesia se haga patente de modo singular que amar a Dios y al prójimo resumen toda la ley y los profetas.

Deseo también alentar a los sacerdotes a ejercer su ministerio con plena dedicación al encargo recibido del Señor: cuidar de su pueblo con el mismo amor que él lo hace. Agradezco, especialmente a los de más edad, el ejemplo de servicio y entrega que han dado en este tiempo en el que se han mostrado disponibles para acompañar a sus comunidades en las necesidades concretas. Os animo, hermanos, a vivir los dos aspectos que definen el ministerio de Cristo y, por tanto, el nuestro: evangelizar y sanar. Son dos aspectos muy unidos entre sí. La palabra de Dios siempre sana; y sanar con los sacramentos es evangelizar con la autoridad de Cristo. Os animo también a fomentar las vocaciones al ministerio sacerdotal, como llevamos trabajando en el plan diocesano de pastoral. En este tiempo hemos visto la necesidad que el pueblo tiene de sentir cercano al sacerdote, de recibir la gracia del perdón y el don de la eucaristía. Anunciemos con alegría a niños y jóvenes que el Señor sigue llamando y que nada hay en la vida más hermoso que hacer presente a Cristo entre los hombres. El seminario es responsabilidad de toda la diócesis, no sólo del obispo y de los sacerdotes. Entre todos debemos cuidarlo y potenciarlo. Las familias cristianas, en la educación de sus hijos, deben hablarles de la posibilidad de entregarse a Dios en las diversas vocaciones existentes en la iglesia, no sólo en el matrimonio, sino en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada. No olvidemos que el futuro de nuestra diócesis depende en gran medida de los sacerdotes que el Señor quiera concedernos. Pidamos, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies.

Quiero, por último, agradecer a todos los diocesanos el testimonio que durante este tiempo difícil han dado para que la Iglesia de Segovia fuese un signo del amor de Dios que acompaña a su pueblo. A las comunidades de vida contemplativa, les agradezco su constante oración por el fin de la pandemia y les ruego que encomienden al Señor nuestros planes pastorales al servicio de la evangelización.

Pongamos este curso pastoral bajo la protección especial de la Virgen de la Fuencisla y de san Frutos, para que, bajo la guía el Espíritu, la Iglesia de Segovia produzca muchos frutos de santidad, verdadera comunión y caridad.

Con mi afecto y bendición.

+ César A. Franco Martínez
Obispo de Segovia.